VÍCTOR ALARCÓN OLGUÍN
La jornada electoral 2022 ha traído el avance de Morena en otras 4 entidades más en el país, si bien como lo anticiparon los líderes de los principales partidos, se presentarán los recursos de impugnación habituales ante los tribunales electorales con el ánimo de modificar los resultados finales.
Si observamos con detalle, los resultados no revelaron una gran sorpresa, dadas las circunstancias previas que tanto las encuestas como los procesos locales habían mostrado.
En Aguascalientes y Durango se mantuvieron presencias opositoras que revelaron grupos conservadores muy consolidados y en donde el crimen organizado no ha devastado por entero a dichas entidades, como si lo ha sido en los casos de Tamaulipas y Quintana Roo, donde se ha dado la alternancia hacia Morena. Y en las entidades restantes, Hidalgo y Oaxaca, la fisura se dio desde meses antes, con la salida fáctica de los gobernadores Fayad y Murat hacia el oficialismo, lo cual facilitó el trabajo electoral de Morena.
Puestas así las cosas, resulta muy relevante darse cuenta que las reglas proteccionistas del sistema de partidos terminan por pasarle factura a las estructuras tradicionales, en tanto que no hay espacio ni tiempo para reacomodar a las fuerzas políticas de cara a los comicios de 2024. Tanto el PRD como el PRI (al que solo le quedan las gubernaturas de Coahuila y Estado de México, en juego el año que viene) muestran una ruta imparable hacia tener un papel cada vez más marginal.
Esto nos deja un esquema tendencialmente realineándose hacia un bipartidismo asimétrico y con características muy polarizadas izquierda-derecha. Si esto se consolida, el vaciamiento del centro es ciertamente el éxito más relevante que la estrategia del nuevo régimen ha podido implantar, lo que deja con muy poco espacio a otras fuerzas, en tanto se les han venido arrebatando banderas de agenda (incluso la jugada de AMLO de revalorar al neoliberalismo es parte de ese objetivo) que harán más difícil construir una propuesta que pueda contrastar a lo que surja del campo opositor con miras a la elección de 2024.
En mi opinión, lo que se encara lleva a las siguientes acciones de corto y mediano plazos:
1) Reforzar la idea de mantener la coalición opositora en las cámaras legislativas, a efecto de evitar mayor avance de las reformas presidenciales (especialmente la electoral y a la vez impedir que Morena se termine de apoderar del INE).
2) Las elecciones de Coahuila y el Estado de México serán con mucha claridad los laboratorios de campaña donde se podrá ver si la oposición todavía pueda tener o no algún margen para competir para el 2024.
3) Sin embargo, el desgaste de los partidos tradicionales deben obligarlos a un ejercicio más directo de asumir que no tienen perfiles idóneos para competir ante Morena. Ello implica moverse hacia el MC (que es la opción menos desgastada y donde milita el único candidato con positivos relevantes en las encuestas, como lo es Luis Donaldo Colosio). O bien buscar una auténtica candidatura desde la sociedad civil, que pudiera aglutinar las demandas de los sectores agraviados por la desatención del régimen. Veo poco probable la posibilidad de una candidatura independiente.
Y una última posibilidad, aunque polémica e incierta en sus impactos, sería ofrecerle la candidatura a Marcelo Ebrard o Ricardo Monreal, en caso de que finalmente AMLO inclinase la balanza hacia Sheinbaum o Adán Augusto. Pero sin duda, como dice el refrán, “para que la cuña apriete, debe ser del mismo palo”. Y ciertamente, la imagen y experiencia de ambos personajes serían una dura prueba para el oficialismo.
4) Finalmente, deseo poner sobre la mesa que las posibilidades de la oposición también podrían incrementarse (si bien no es un escenario deseable) en la medida que la crisis de violencia, la falta de crecimiento y el distanciamiento con los Estados Unidos no puedan resolverse adecuadamente.