Por Jesús Michel Narváez
Sin duda alguna, las finanzas mexicanas están “requetebién”.
Es la explicación que puede tener el anuncio de que el gobierno federal destinará 2 mil millones de dólares para exportar los programas Sembrando Vida y Jóvenes Construyendo el Futuro.
Aunque el 22 de diciembre se firmó el acuerdo entre México y Cuba, hasta esta semana se conoció a cuánto ascenderá el apoyo y que rebasa en mucho al destinado al segundo de los programas.
Por si fuera poco la administración de Andrés Manuel López financiará los mismos programas sociales en Haití con la intención de frenar el éxodo de haitianos a Sudamérica, quienes tienen el sueño y meta llegar a través de México a Estados Unidos.
Y se extenderá a El Salvador, Guatemala y Honduras.
¿Cuánto dinero se destinará en total?
La óptica presidencial no mide el apoyo en metálico sino en el beneficio no solamente social sino político que reditúe en el reconocimiento a su persona. Es, en síntesis: construyendo un futuro al que llegará cuando finalice su gobierno.
Si es que finaliza.
Por lo expresado se debe entender que México tiene los recursos suficientes, sobradamente suficientes, para contribuir al desarrollo de esos países.
La política de trabajo del Fondo México, (conocido como Fondo Infraestructura para Países de Mesoamérica y el Caribe) es donar y financiar proyectos de energía, transporte, telecomunicaciones, facilitación comercial, seguridad alimentaria, medio ambiente, vivienda y salud.
El Banco Nacional de Comercio Exterior (Bancomext) administra el dinero del Fondo México por mandato de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) y transfiere los recursos a la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Amexcid) para que los reparta en países de Centroamérica y El Caribe.
“El Fondo (México) está previsto para acciones en Centroamérica; entonces no va a desatender absolutamente nada, esos 2 mil millones son para eso. Lo único que vamos a hacer es hacer uso de esos recursos”, dijo Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores (SRE), dependencia encargada del Amexcid.
Aquí 11 millones de mexicanos ingresaron al decil de la pobreza. Cuando menos 8 millones no tienen empleos formales y los que lo perdieron a causa de la pandemia no todos los recuperaron.
Los pobres no resuelven sus problemas con la pensión universal. Los jóvenes, que trabajan de apéndices, no cuentan el trabajo adecuado aunque ya saben hojalatear una salpicadera o reparar un horno de microondas al tiempo de hacerse casi expertos en plomería.
Los que siembran vida se las arrebatan a miles de árboles maderables y desforestan vastas zonas selváticas.
El campo mexicano, más allá de los granes agroproductores que reciben todos los apoyos, está languideciendo. Los ejidatarios y comuneros, micro productores que no logran el autoabasto. Sus tierras están agotadas y la carencia de fertilizantes les impide renovarlas.
Un país que tiene hambre, como es el nuestro, no está en condiciones de regalar lo que su pueblo requiere.
Eso sería actuar con lógica nacionalista. Ah, cuando lo que se quiere es pasar a la historia como “el benefactor” de los que están todavía con más hambre, entonces lo importante es aparecer en los libros de historia, en los que se mostrará el agradecimiento de los cubanos, los haitianos, los hondureños, los salvadoreños.
¿Por qué no se incluyen en los beneficios los otomíes, los zapotecos, los amuzgos, entre otros?
Con una economía en crisis, en recesión y estanflación -cero crecimiento y alta inflación- no es válido andar de benefactores mientras los habitantes de México sufren limitaciones extremas.
¡Hasta cuándo, señor presidente!
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