Por Jesús Michel Narváez
Se queja de una celada que le tendieron. No fue a él. Fue al candidato Cuauhtémoc Cárdenas.
Asegura que la venganza no es su fuerte. Le digo que la venganza sí es su fuerte.
Le doy a conocer dos párrafos del discurso que pronunció Cárdenas en la UNAM, en el año 2000 y al que asistieron 50 mil personas, entre estudiantes, maestros, trabajadores, profesores eméritos etcétera.
Cárdenas subrayó que el proyecto educativo de este gobierno «pretende acabar con la formación de profesionales y la investigación de excelencia en el país -actividades que se dejan para unos cuantos que puedan ir a universidades extranjeras-, para que aquí se formen sólo profesionales, técnicos y algunos investigadores con mediana preparación, que dejen de pensar, que no discutan y estén capacitados para interpretar manuales y cumplir instrucciones de directivos del exterior».
«Esta no puede ser la condición y calidad de la Universidad Nacional, de las universidades públicas y de las universidades del país en general; ni el papel que jueguen, en el desarrollo de México, el sistema de educación superior y los centros de investigación científica y desarrollo tecnológico”.
Ahora López pretende hacer lo que hacían “los gobiernos de antes”, en este caso Ernesto Zedillo Ponce de León -todavía no derrotaban los candidatos del PRI por tercera ocasión al ingeniero-, el más neoliberal de los neoliberales y cuyo secretario de Salud fue Juan Ramón de la Fuente y quien recibió la orden de convertirse en Rector de la UNAM luego de que el ejército la rescató de una huelga que duraba ya 9 meses.
Quiere cambiar los planes académicos. Busca “humanizar” las carreras. Quiere regresar al pasado, al de Enrique González Pedrero.
No es todo:
Quiere quitar la AUTONOMÍA de que goza la Universidad Nacional Autónoma de México desde 1929.
Lo intentó cuando modificó el artículo tercero constitucional y en cuya iniciativa borró el párrafo de las autonomías universitarias. Fracasó. Ahora vuelve a la carga con “ímpetu renovado”.
Dice no ser vengativo, que ese no es su fuerte, pero la “zarandeadita” -el inicio del derribo en pequeño-, como lo dijo en su monólogo mañanero sin que nadie le preguntara, obedece a no ser “hijo predilecto de la UNAM”.
Busca romper la jettatura surgida desde la pedrada recibida por Luis Echeverría Álvarez, y demostrar que es el “más querido” de los estudiantes.
El abuso de poder, el uso de medios del Estado para agredir, acusar si pruebas, ocultar los datos, lastimar a todos los que no comulgamos con su egocentrismo -aunque, dice: no hemos lastimado nadie, hemos servido al pueblo-, dividir al país en pobres y ricos y descalificar a todos aquellos que osan pensar con libertad, no son elementos que conformen a un demócrata sino a un dictadorzuelo.
La UNAM: sus estudiantes, profesores, personal administrativo, trabajadores, tiene la virtud de mostrar paciencia. ¿Cuánto tiempo?
Espero que el presidente reflexione y se dé cuenta de que con los estudiantes no se juega porque puede arder Troyachtitlán.
Y que, en realidad, deje la venganza para mejores tiempos. Sí, cuando haya hecho de este país el ejemplo global.
Aunque, destruyéndolo, como lo está haciendo, no serán mejores tiempos.
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