Por Mirza Flores Gómez*
La economía feminista tiene sus raíces en el siglo XIX, tiempo en el que un grupo de mujeres debatía a los clásicos, como Adam Smith y Karl Marx. Estas reflexiones dan paso a la “Primera ola del feminismo”, estos debates reivindicaron los primeros avances, como el derecho a la lactancia y el permiso de maternidad.
Cuatro décadas después, entre los 50´s y 60´s, se desarrolló la “Segunda ola del feminismo”, iniciando un importante debate [fundamentalmente anglosajón] sobre el trabajo doméstico no remunerado, reconociendo su valor y relevancia en la reproducción humana al interior de los hogares. Además, comienza a cuestionarse la teoría económica, argumentando que su aplicación no respondía a los intereses humanos.
Este modelo, en esencia cuestiona la economía capitalista, heteropatriarcal y neocolonialista en la que vivimos, es opresora y en muchos de los casos invisible, por lo tanto, debemos replantear los planes existentes a corto y mediano plazo y traducirlos en acciones afirmativas concretas.
La economía feminista tiene diversas perspectivas, la institucional que consiste en reivindicar una serie de políticas tendientes a reducir la feminización de la pobreza y brechas de desigualdad; y la teórica, que deja en evidencia que es el sistema de consumo en el que vivimos lo que hay que cambiar de fondo. Este pensamiento enfatiza la importancia de incorporar las relaciones de género como explicación del funcionamiento económico, enfocándose en incluir a la economía no monetizada el análisis de la sostenibilidad de la vida.
Tenemos la obligación de evolucionar a propuestas más respetuosas con la naturaleza, con una visión que tenga en cuenta la política de cuidados, ya que ninguna economía global los considera, ni los coloca como eje de acción y política pública sustentable. Por ejemplo, un bebé nace y tiene posibilidad de vida siempre y cuando reciba todos los cuidados necesarios, mismos que cuando se hacen en nombre del amor, no tienen valor para el mercado.
Es por ello que la teoría económica feminista la hemos trasladado a lo político y así contribuir al avance de una sociedad más igualitaria. Estas contribuciones buscan un abordaje multidisciplinario que propicie el diálogo y la construcción de nuevos modelos de pensamiento con prácticas más cooperativistas de producción, mejores estrategias de agricultura y consumo responsable que nos lleve a una economía más solidaria y ecológica.
Cualquier propuesta de cambio social requiere primero conocer la realidad que se desea transformar, misma que hoy más que nunca ha quedado expuesta por la pandemia, mostrando cómo muchos trabajos, labores, oficios u ocupaciones pudieron detenerse porque no eran esenciales para la vida, mientras que el trabajo doméstico, de cuidados y reproducción se multiplicaron en los hogares.
No es de sorprender que las mujeres a estas alturas ya no puedan más, todo se agravó cuando muchas de ellas se dieron de baja en sus empleos al cierre de las estancias infantiles y terminó de rematar con la pandemia. Ellas son las que han tenido que llevar en sus hombros el trabajo que hoy por hoy es el más importante. Resulta imprescindible que el tema se analice y se refleje en un presupuesto público justo y equilibrado donde las mujeres y sus causas estén al centro .
Diputada Federal LXV Legislatura