Incierto Futuro de los Partidos Políticos; Asumen el Poder y Pierden la Ideología

Tema Principal

*Distanciados de la Sociedad y Cercanos al Engaño

*La Profunda Brecha Entre Legisladores y Votantes

*Detonadores de sus Crisis: Incumplimiento y Olvido

*Las Luchas Internas Afectaron Militancia y Esperanza

*Han Dejado de Lado el Pacto Social con la Ciudadanía

*No Hacen Gobiernos Eficientes, Eficaces y de Resultados

*En Juego Detener al Autoritarismo y al Monopartidismo

Por Ezequiel Gaytán

Es difícil señalar una fecha o algún acto significativo mediante el cual podamos decir que empezó la crisis de los partidos políticos en México. El caso es que ya poca gente confía en ellos y están catalogados por la sociedad como instituciones de alta suspicacia y los votantes, en lo general, ya no se sienten representados, pues la agenda legislativa atiende los proyectos y prioridades del poder Ejecutivo y no es producto de una negociación y consenso que recoge las demandas y necesidades sociales que fueron planteadas en las campañas electorales. En otras palabras, hay un divorcio entre lo que la ciudadanía requiere de los diputados (federales y locales) y senadores y lo que esos representantes hacen en materia de leyes. Así como hay una profunda brecha entre lo que el pueblo pretende de la presidencia y de las gobernaturas y lo que ejecutaron y ejecutan.

Tal vez la crisis de credibilidad inició cuando el Partido Revolucionario Institucional (PRI) abandonó el Nacionalismo Revolucionario en 1987 y sufrió una escisión interna que, de alguna manera lo debilitó, pero los partidos políticos estaban firmes frente a la sociedad, tan es así que en al año 2000 llegó al poder el Partido Acción Nacional (PAN) y la izquierda se fortaleció con la conformación del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Sin embargo, durante la segunda mitad de la gestión de Vicente Fox la sociedad observó que el nuevo gobierno fue, para fines prácticos, un “quítate tu para ponerme yo”. Afortunadamente ese México de principios de siglo tuvo una singularidad que no conocíamos: el advenimiento y el fortalecimiento de la sociedad civil. Es decir, la presencia organizada de asociaciones civiles que propiciaron la defensa de los intereses ciudadanos mediante la salvaguardia de los derechos humanos, el empoderamiento social, nuevas formas de manifestación en las redes sociales y la resistencia civil entre otros. Se trató de una fuerza que enarboló demandas y necesidades que los gobiernos habían dejado de lado. La sociedad organizada fue y es una expresión plural y tolerante de valores democráticos que redefinieron los límites de autoridad del Estado. Tal vez por eso a la actual administración le molesta la categoría sociedad civil y la quiere fuera del escenario político.

Además, podría señalar otros aspectos que fueron detonadores de la crisis de credibilidad social hacia los partidos políticos. Así tenemos las luchas internas del PRD que volvieron a atomizar a los militantes de las izquierdas que desembocó en la conformación del Movimiento Regeneración Nacional (Morena); el oportunismo de los partidos Verde, Naranja y del Trabajo que mediante sus diputados se volvieron bisagras y se prestaron a ofrecer sus votos a los partidos mayoritarios según las circunstancias, desprendiéndose de sus principios y líneas de acción estatutarias, lo cual fue una desilusión para la ciudadanía, pues ofrecieron ser diferentes a los partidos grandes. Por su parte el PRI no supo fungir como oposición y se convirtió en un partido contestatario, con luchas internas y, de alguna manera desorbitado, pues el titular del poder Ejecutivo Federal era quien decidía acerca del destino político de las entidades federativas. Dicha situación reconfiguró el poder de los gobernadores, ya que una de las reglas de oro del sistema político mexicano era que “virrey no pone virrey”, pero a partir del momento en que el PRI dejó de gobernar en el orden federal, los titulares de los poderes ejecutivos de ese partido decidían quien serían sus sucesores, reorganizaron a las fuerzas vivas de los estados y se convirtieron en feudos políticos con recursos y amplia autonomía de gestión en sus territorios. Me atrevo a afirmar que esa fragmentación de gobernadores priistas, más el empoderamiento de los gobernadores panistas y perredistas fue uno de los detonadores del crecimiento de la corrupción en el país. Situación que alejó aún más a la ciudadanía de los partidos políticos. Por su parte, el Partido Acción Nacional, aunque gobernaba, no pudo superar las divisiones internas entre panistas y neopanistas. Es cierto: el partido no se fragmentó, pero fue uno de los motivos por los cuales el presidente Vicente Fox no pudo controlar la sucesión presidencial.

Al menos esos factores, aunque hay otros, fueron los que desencadenaron el desengaño social de que los partidos políticos trabajaban por la sociedad y en favor de ideologías bien definidas y claramente avocadas a defender y proteger los intereses de clases trabajadoras o estamentos sociales. Sobre todo, porque la razón de ser de los partidos políticos es legitimarse y fortalecer su poder mediante el pacto social con la ciudadanía. Empero, resulta que la vida democrática exige, por un lado, gobiernos eficaces y de resultados y, por el otro, de la participación ciudadana antes, durante y después de la jornada electoral. Dicha conjunción de esfuerzos tiene como propósito el mejoramiento permanente de la calidad de vida de la ciudadanía. Situación que no ha sido lograda, ya que los partidos políticos diagnostican la realidad social, nos dicen que la van a mejorar, pero no saben cómo hacerlo, consecuentemente el espacio público de debate y de construcción de políticas públicas es el de un discurso abyecto y vacío. Lo que es grave, pues cada día la sociedad se aleja más y más de la vida cívica y, por supuesto y con razón, de los partidos políticos.

De ahí que surgiera y se fortaleció la idea de las candidaturas independientes. Léase, personas emergidas de la sociedad civil sin vinculación con los partidos políticos, con sinceras y francas preocupaciones por la sociedad y con el deseo de gobernar y realizar una gestión pública eficaz que se avoque y atienda las demandas y necesidades de la gente. La idea fue bien recibida por la ciudadanía, pues se trata de personas con menos compromisos partidistas, con ganas de trabajar y sin la mala reputación de la clase política. Incluso en Nuevo León fue un éxito la propuesta, pero un gran fiasco la experiencia. Lo cual me lleva a concluir, en primera instancia, que los partidos políticos ya no tienen lealtades ciudadanas. Más aún, tiende a disminuir el número de militantes en los mismos y de ahí que vemos alianzas entre izquierdas y derechas que en otras épocas hubiésemos pensado imposibles. En segunda instancia nos damos cuenta que un presidente municipal, un gobernador o un presidente de la República que provenga de una candidatura independiente estará acorralado por los partidos políticos y las camarillas de poder, con lo cual se verán obligados a negociar carteras en sus respectivos gabinetes y ceder y conceder posiciones de poder que difícilmente les permitirán gobernar independientemente de las estructuras de los partidos políticos.

La razón de ser de los partidos políticos obedeció al concepto democrático de que se trataba de agrupaciones ideológicas, con programas de trabajo y plataformas de principios que en una contienda con reglas de operación equitativas conquistaran legal y legítimamente el poder mediante el voto ciudadano. El partido triunfador habría de gobernar para todos, al amparo de los principios partidistas y por el tiempo determinado que así lo designen las leyes, a fin de que sistemáticamente la sociedad ratifique o rectifique al partido político en el poder. Pero aconteció que en todo lo que va del siglo, la “realpolitik” se impuso y la globalización señala el rumbo, sin importarle la cuestión social. Aún más, la crisis de los partidos políticos no sólo se vive en México, sino en una gran cantidad de países democráticos en los cuales las sociedades cada vez acuden en menor cantidad a sufragar. Lo que ya se interpreta como una crisis o el ocaso de las democracias y la seducción del autoritarismo.

En calidad de ciudadanía acudimos responsable y honestamente a votar el día de las elecciones, nos indignan los malos gobiernos y exigimos, pacíficamente, que el rumbo del gobierno sea eficiente, eficaz, de resultados y se comporte con honestidad. Lo cual no es mucho pedir. Empero, alguna metamorfosis ocurre en la transición de candidatos a gobernantes que las promesas de campaña se olvidan y los compromisos de los partidos políticos se diluyen. De ahí que no nos debe sorprender que la crisis de los partidos políticos siga creciendo y, hasta el momento, no encuentren una solución al problema.

Sociológicamente hubo una esperanza de que el nuevo milenio sería mejor y superior al siglo XX y nuestro pasado de guerras, odios y rencores quedaría en los textos de historia. Mas lo iniciamos con los actos terroristas del 11 de septiembre, incremento de los problemas ecológicos y la llegada al poder de líderes carismáticos, pero incompetentes. Lo cual repercutió en el alejamiento social a los partidos políticos tradicionales. Por lo que surgieron otros con nombres, colores y principios tentadores. Sin embargo, no fueron capaces de asimilar el poder y mucho menos gobernar como lo prometieron.

Por lo anterior ya se habla en algunos corredores universitarios y círculos de intelectuales acerca del futuro de los partidos políticos. Sobre todo, debido a que hay una abierta queja en contra de la “partidocracia” y, por lo tanto, ya existe la propuesta y es crear protopartidos cuyas características sean, en principio, candidatear a personas cuyos perfiles sean de gente prestigiada en el trabajo, honesta, reconocida por su genuina preocupación por la cuestión social y que se les apoye con infraestructura, recursos y capacidad de organización con el propósito de que triunfen en las elecciones. Una vez terminada la contienda, dicho protopartido desparece del escenario público.

Es una idea que desea fortalecer las candidaturas independientes y tal vez a muchas personas les parezca descabellada pues son organizaciones de vida efímera que se constituyen poco antes de un proceso electoral y desaparecen al término del proceso. No tienen ideología definida, carecen de principios y su plataforma programática es básica. Léase, responder de manera eficiente y eficaz a los reclamos sociales mediante soluciones serias y pragmáticas. Tal vez el lema de esos protopartidos sea “no importa de que color es el gato, lo importante es que mate ratones”. Lo cual es un símbolo de nuestros tiempos pragmáticos, inmediatistas y desilusionados del siglo XXI.

Se trata de una idea y tal vez se desheche por inverosímil. Pero ya se empieza a discutir acerca del futuro de los partidos políticos y su representatividad en la vida democrática. Lo que está en juego es mucho, pues hoy vivimos tentaciones autoritarias encauzadas por líderes mesiánicos que han hecho de sus partidos un trampolín que les permita el acarreo de los movimientos de masas. La sociedad indefensa observa atónita que los restantes partidos políticos se sostienen con alianzas coyunturales y a conveniencia de los dirigentes, pero no de sus militantes ni de sus representados.

En México se avecina una revocación de mandato que personifica al presidente, pero no evalúa al gobierno, ni lo realizado por Morena. Posteriormente en el 2024 habremos de elegir a quien ocupe la titularidad del poder Ejecutivo Federal y llegará bajo el cobijo de uno o varios partidos políticos. Pero estoy poco optimista acerca del número de gente que acudirá a votar, como ya acontece en algunos países europeos y en Estado Unidos.

En lo personal no milito en algún partido, pero que yo sepa, no se han sentado a reflexionar con sentido crítico y autocrítico acerca de su futuro y si lo hacen es a puertas cerradas, sin escuchar voces de simpatizantes de la democracia. Los líderes de los partidos han caído en la enfermedad del gatopardismo y no quieren cambios, pues podrían perder concesiones y prerrogativas que los benefician. Por su parte los académicos e investigadores de las instituciones de educación superior no han podido superar la contingencia sanitaria y se han visto obligados a organizar foros, pero acerca del futuro de las sociedades después de la pandemia, pero no ha sido atractivo hasta el momento una discusión acerca del futuro de los partidos políticos.

La contienda electoral del 2024, como todas, será importante. La actual administración ha hecho un sobre esfuerzo por minimizar a los partidos de oposición y está decidida a gobernar, al menos, por los próximos seis años o más. Los partidos políticos tradicionales ganaron espacios debido, en gran medida, al voto de castigo al actual gobierno. Pero no pueden caer en el error, ni en la arrogancia de pensar que la sociedad les refrendó un voto de confianza. Esos votos se debieron a que los ciudadanos no tenemos de otra y ya no queremos nuevos partidos con más de lo mismo. Los partidos vigentes tienen un compromiso más allá de buscar el poder. Ahora tienen que abrir foros ciudadanos y debatir sobre la democracia representativa, participativa y los nuevos desafíos partidistas con el propósito de fortalecer a la calidad de vida y las libertades.

No solo se debate el destino de esas organizaciones políticas, ya también está en juego detener al autoritarismo y al monopartidismo. De ahí que es impostergable preguntarnos sobre posibles fórmulas de la contienda electoral que amplíen las posibilidades de un México mejor.

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