Najat El Hachmi.
El lunes nos querrán.
Ed. Destino, Barcelona,
2021.
304 páginas.
Por David Marklimo
Najat el Hachmi creció escuchando que vivía entre dos mundos, entre Marruecos, donde nació, y entre Catalunya, donde creció desde los ocho años. Con esa dicotomía no resulta raro que se convirtiese en escritora. Su voz tiene una particularidad, pues es capaz de establecer un equilibrio entre lo estrictamente literario y la necesidad de concienciar sobre determinados asuntos. Podríamos decir que es esa voz la que exige cierta renuncia, pus no todo puede ser contado o no debe serlo. Salir airosa del intento es, justamente, una muestra superlativa de talento.
En El lunes nos querrán, la protagonista de la novela es una joven Naíma -de la que nunca sabemos el nombre más que al final- con un padre que cada vez es más estricto con las normas musulmanas, sobre todo en lo que respecta a ella que ha dejado de ser una niña y en la que empieza a ver a una mujer sobre la que siempre pesa la sospecha, a la que hay que atar corto para que no se salga del camino recto, cohibiendo todos sus impulsos y creando en ella un sentimiento de culpa difícil de vencer. Un hombre que no se pierde los sermones que dan en la televisión y que tiene un reloj que llama a la oración. Su madre es una madre totalmente sometida que no sale más que lo imprescindible a la calle. También tiene hermanos, menores que ella, y que solo por el hecho de ser varones gozan de una libertad que ella no podría ni siquiera soñar.
En realidad, la novela no es una novela. Es una larga carta que Naíma le escribe a su mejor amiga, una chica del barrio un par de años mayor que ella y que, aunque sus padres son del mismo pueblo que su familia, goza de mayor libertad ya que son mucho más permisivos. Una amiga que ve el mundo diferente, más acorde con lo que ella sueña, lejos de ese al que está sometida y en el que hasta ahora las únicas vías de escape que se ha permitido han sido leer, escribir y estudiar, algo en lo que se esfuerza sin límite para salir del barrio y escapar a su control. El barrio es un territorio también de control: siempre hay alguien pendiente, observando, avisando a la familia si algo no es cómo debería ser. Los dilemas aquí son varios: entre lo religioso y lo laico, el hogar y los requerimientos de una sociedad, entre la libertad y las normas, entre el pensamiento y la doctrina.
La dicotomía de la que hablábamos al principio se ve reflejada en esa doble identidad que les obliga a las chicas comportarse correctamente solo cuando pueden verlas, el resto del tiempo quizá sean chicas normales, haciendo lo que hacen las demás. Y es aquí donde surge el gran tema, el conflicto oculto: la culpa. Uno se pregunta, ¿culpa de qué?
La respuesta sería tan larga como fuese posible. Por pensar de otra forma, por añorar otra vida, culpa por transgredir los mandatos y también por no tener la valentía de transgredirlos, culpa por haber nacido, o casi, culpa por ser mujer, por no ser delgada, por tener deseos y sentimientos, por carecer de referencias, por no haber conseguido integrarse en el ambiente estudiantil, por no haber llegado a conocer su lugar de nacimiento, por no ser demasiado religiosa ni lo suficientemente laica, por llevar pañuelo y por no llevarlo, por elegir mal la pareja… en fin, por casi tantas situaciones como se presentan en el día.
El lunes nos querrán es una muestra de la falta de pertenencia, los perjuicios, el machismo, la violencia y discriminación de género. Es una lectura que nos hará pensar, nos provocará tristeza, irritación, indignación y, sin duda, nos vapuleará y nos removerá. Literatura con mayúsculas, pues.
Esta novela ganó el prestigioso Premio Nadal.