Por Silvestre Villegas Revueltas
Mucha grita se ha sucedido en los días anteriores a la publicación de este artículo debido a la visita que el presidente López Obrador cursó a su homólogo de Cuba, Miguel Díaz-Canel, para que el estadista caribeño asistiera a las fiestas de la Independencia mexicana. A los histéricos del “todo está mal” ya se les olvidó que en el pasado, diversos presidentes del país, invitaron a Fidel Castro y no en el tono servil para congraciarse con los Estados Unidos materializado en el foxista “comes y te vas”, sino entre otras visitas oficiales, la muy protagónica aparición de Fidel en el palacio de gobierno de Guadalajara bajo el marco de la primera Cumbre Iberoamericana, organizada por el muy “neoliberal” Carlos Salinas de Gortari. Quienes hemos leído con cuidado la relación de México con la Cuba de los Castro y anexas sabemos que desde 1959, más que una afinidad respecto al socialismo revolucionario cubano, la postura mexicana con la isla siempre ha sido para balancear la influencia de los Estados Unidos respecto a sus satélites como la OEA, el TIAR y demás organismos hemisféricos vigilados desde Washington. Los gobiernos y presidentes emanados del PRI entre los años de 1960 al 2000 negociaron con Cuba la no exportación de la revolución a estas tierras de Huitzilopochtli, pero la postura mexicana fue una puerta de salida y entrada para diversos intereses cubanos; poco a poco, el bilateralismo se fue enfriando hasta los grados gélidos que la definieron en tiempos de la docena trágica panista. No podía ser de otra manera, además de que por otro lado se fue haciendo patente que con el cambio del milenio el experimento cubano perdió fuelle continental, la falta de democracia en la isla se convirtió en una bandera internacional de crítica por parte de los diversos intereses extranjeros que algo tenían que ver con Cuba, y de cubanos exiliados que debe ser subrayado, no han podido organizar un movimiento nacional de protesta que a mediano plazo pudiera sustituir al régimen instaurado por los Castro.
Para qué le sirve al gobierno de López Obrador invitar al presidente Díaz-Canel: es una etapa más de la política que se ha materializado en la estancia en México de estadistas progresistas o izquierdistas latinoamericanos, como el caso del uruguayo José Mujica y el periplo boliviano, lo que no ha impedido que AMLO también se haya entrevistado aquí con los mandatarios de Guatemala y Colombia, éste último no precisamente perteneciente a un partido político de izquierdas. Existe en el gobierno mexicano y hay que señalarlo, una recuperación de la agenda relativa al subcontinente americano, especialmente el área de Centroamérica y el Caribe que, históricamente, vio muchas décadas de omisión por parte de los mexicanos, sus gobiernos y sus ciudadanos. Desde el siglo XIX México debió desarrollar una presencia más nutrida en su área geográfica circunvecina pero los Estados Unidos se lo impidieron, la inestabilidad y pocos recursos financieros la hicieron imposible entre 1824 y 1960, y más importante, salvo la relación humana con los cubanos que viene de los años coloniales o novohispanos, el común de los mexicanos de ayer y hoy saben más del Japón o de la Galicia española que de Honduras, Haití o Puerto Rico.
Así como Brasil ha llevado adelante una política exterior muy nutrida con sus vecinos sudamericanos, africanos y con Portugal, en el caso de México la vecindad no debería reducirse a los Estados Unidos sino al área geográfica que nos toca con el istmo y región caribe. Que las empresas mexicanas tuvieran una presencia muy fuerte en aquellos países, y un sueño guajiro: transformar a las élites centroamericanas para que fueran menos feudales y más empáticas con sus respectivos pueblos; lo anterior incluye desde luego al régimen cubano que hace poco mostró su intolerancia con el movimiento de protesta en la isla.