ÁNGEL LARA PLATAS
Tal vez no le hayan puesto mucha atención al hecho, pero hay una interesante opción para medir la aceptación de quienes aspiran a los cargos más altos del país, como lo serían las gubernaturas y la presidencia de la República.
Los lugares tradicionales y de mayor asistencia de cada lugar, donde acudan lugareños y turistas de diferentes sectores sociales, son el termómetro indicado para medir la aceptación ciudadana de los candidatos que de manera espontánea acudan como clientes.
El arribo espontáneo de cualquiera de los candidatos al lugar, si es bien aceptado le aplaudirán, lo vitorearán, le pedirán selfis. En cambio, si el candidato no está en el ánimo de la gente, lo ignorarán o, en caso extremo, recibirá frases de reclamo.
Lo mismo es cuando abordan un vuelo comercial. Los pasajeros reaccionan: aplauden, le dicen palabras de apoyo; o, le arman la rechifla. En un ambiente político de alta polarización como es el actual, la gente reacciona de una o de otra manera, pero reacciona.
Con el sólo hecho de observar el comportamiento de la gente se puede saber con certeza, cuál de los candidatos tiene las mayores preferencias electorales; es decir, cuál podría obtener la victoria en las urnas.
Este ejercicio se podría repetir en dos o tres ocasiones durante la campaña de cada uno de los candidatos. Es importante que la asistencia sea espontánea, sin que haya una convocatoria previa; debe ser totalmente orgánica.
Hay que advertir que no todos los contendientes estarían dispuestos a medir su popularidad en escenarios casuales, por temores a un eventual rechazo.
Las encuestas ya no miden con exactitud la intención del voto a favor de los candidatos. La gente lo sabe. Por eso el desprestigio en el que han caído la mayoría de las casas encuestadoras.
Además, se sabe que con tal de tener contento al cliente, acomodan los resultados y ocultan otras preguntas que al interpretarse correctamente, podrían dar resultados que no sean del agrado del que paga.
En medio de la discusión sobre la veracidad de las encuestas, surge un comentario que resulta un tanto intrigante. Si bien es cierto que los encuestados están ocultando su verdadera opinión sobre la imagen pública o las simpatías de los candidatos, hay que observar lo siguiente: si la mayor parte de la gente no tiene la información necesaria como para distinguir cuál de los candidatos es el que está haciendo la mejor campaña, o cuál está teniendo mayor aceptación entre los electores, cómo puede responder con certeza. A lo anterior hay que agregar que a las mayorías no les gusta la política, y no tienen tiempo para andar leyendo los periódicos así sea en digital, ¿cómo, entonces, pueden dar una opinión veraz sobre tal o cual candidato? ¿Qué opinión puede ofrecer alguien que nunca ha tenido enfrente a los que están compitiendo como para hacer un comparativo imparcial?
Se supone que no todas las personas encuestadas han asistido a eventos de campaña para observar a los candidatos con la intención de analizarlos. En caso de que hayan asistido a eventos proselitistas, es probable que sean simpatizantes del candidato que los invitó, y su respuesta a la encuesta será invariablemente parcializada.
Luego entonces, ¿qué credibilidad puede tener la opinión de alguien que desconoce la trayectoria de los candidatos, y de cuál ha sido el desempeño de ellos en la vida pública? La excepción serían los políticos locales cuya trayectoria sea ampliamente conocida en esa demarcación, y los habitantes puedan dar cuenta de su historia pública.
De que las encuestas tienen una base científica, sí la tienen. Lo que pasa es que su metodología sigue siendo la misma desde hace muchos años, más de veinticinco. No han evolucionado, no se han actualizado. Los criterios de la gente han cambiado igual que las circunstancias sociales y políticas. Sin embargo, las preguntas de los encuestadores siguen siendo las mismas.
Las mediciones que se hacen para conocer la opinión de los consumidores respecto a un producto, o las preferencias que tengan en relación a la apertura de alguna tienda, son diferentes. En este caso se impone el conocimiento que las personas tengan del producto que se ofrezca, y su intención de adquirirlo o consumirlo.
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