Problemas en una Sociedad Racista

 

POR SILVESTRE VILLEGAS REVUELTAS 

 

Este jueves 12 de octubre está marcado en el calendario mexicano como el “Día de la Raza”. Me acuerdo que durante los años de primaria los profesores pedían a los pupilos una monografía sobre el descubrimiento de América realizada por Cristóbal Colón, allá en 1492; podía también ser solicitado un dibujo cuyo tema fuera “la conquista española” o el encuentro de dos mundos, “encontronazo” que fue explicado por el historiador Miguel León Portilla y otros especialistas del tránsito entre el mundo prehispánico o indígena y la nueva sociedad novohispana. En dichos años la comunidad italiana en los Estados Unidos celebraba el 12 de octubre como un festejo hacia el genovés Colón y en un espectro más amplio las autoridades de aquel país enfatizaban tal fecha, como el inicio histórico de América, entidad distinta a Europa pero parte de la civilización occidental.

 

Paulatinamente, los medios de comunicación empezaron a informar que colectivos humanos a lo largo del continente americano utilizaban el día 12 para contar otra historia; desde los esquimales en Canadá pasando por los apaches, navajos, iroqueses, cherokees en los Estados Unidos, los yaquis sonorenses, mixtecos de Oaxaca y mayas en Yucatán; en Sudamérica quechuas, guaraníes, mapuches y aymaras entre muchos otros pueblos con sus respectivas lenguas, TODOS COINCIDÍAN en subrayar que a partir de 1492, cuando el hombre europeo llegó a estas tierras, su historia se caracterizó por el despojo, la violencia, la pobreza, genocidio y el menosprecio con que se les ha tratado hasta hoy, en las puertas del tercer milenio.   

 

Debe ser explicado que antes de la llegada de los españoles, portugueses, holandeses, ingleses y franceses al continente americano, las sociedades genéricamente llamadas indígenas, indias, de los pueblos originarios no vivían precisamente en el paraíso de Quetzalcóatl, en la tierra bendita de la Pacha Mama o en la felicidad proporcionada por Chac. Todos ellos, como cualquier sociedad humana del Medio Oriente, en África, en el sureste asiático o en la misma Europa se estuvieron haciendo la guerra unos contra otros, los prisioneros fueron sacrificados, las mujeres violadas y el vencedor impuso sus dioses y concepción del mundo como en el siglo XVI hispanoamericano los hicieron los frailes franciscanos, agustinos y dominicos entre otros. Pero la diferencia abismal americana (??) es que las guerras pre 1492 eran entre hermanos de sangre o primos segundos, y la conquista europea supuso la guerra e invasión de unos seres extraños por su fisonomía, por su olor, por su comida, por las formas en que vestían, por sus valores y en ello una religión verdaderamente extraña. Afirmaban el amor por el prójimo, pero su historia y comportamiento diario revelaba lo contrario; estaban en contra de los sacrificios humanos pero habían asesinado a su dios, y por su dios asesinaban a mucha gente. ¡¡Imagínese estimado lector, explicar en lenguas desconocidas -porque los españoles son malos para aprender otras lenguas y tienen oído de artilleros- la existencia de un dios trino!! El Padre y el Hijo son más o menos claros y tienen su contraparte en la religiosidad indígena, pero el Espíritu Santo es un logogrifo medio indescifrable, incluso para la mayoría de los cristianos en estos tiempos de la 4T.   

 

Pero lo que sucedió especialmente en la América Española y menos en las colonias portuguesas, inglesas, de Holanda y Francia fue el fenómeno del mestizaje. Otra vez mestizaje, que se fue verificando a lo largo de los pasados quinientos y pico de años y cuyas profundidades y alcances no resultan ser las mismas en Perú, Colombia, Guatemala que en México. La sociedad novohispana primero y la mexicana después son, en una verdad de Perogrullo, resultado de un proceso colonizador, de una legislación española que dividió a los americanos por su raza: peninsulares, criollos, indígenas, muchas castas -o sea la mezcla y remezcla de unos y otros- y en el fondo del pozo social los negros, originalmente esclavos que a su vez se fueron mezclando. De allí los zambos, mulatos y las sorpresas familiares que se relatan en la canción “Angelitos Negros”. En fin, es una historia muy interesante de ser contada pero no hay tiempo ni espacio.   

 

¿Por qué México es una sociedad racista? Porque ella es resultado de las características de haber sido una entidad que con la colonización estableció diferencias sociales/raciales insalvables. Aunque en las constituciones políticas republicanas de los años 1824, 1836, 1842, 1857 y 1917 se estableció la igualdad ciudadana por el nacimiento, adopción y la igualdad ante la ley -reforma ésta última que impulsó Benito Juárez, un indígena que al mestizarse, casarse, tener familia y ser suegro, representa la historia afortunada de algunos mexicanos- la realidad es que la sociedad mexicana, igual en los tiempos de Santa Anna que de Porfirio Díaz, parecido en los años de Plutarco Elías Calles que de Salinas de Gortari y ahora con López Obrador tiene una división profunda que funciona a nivel familiar como en los diferentes niveles laborales, y se caracteriza por los que los antropólogos han llamado “la pigmentocracia latinoamericana”. No es lo mismo ser y ser percibida como Ana de la Reguera que el difícil tránsito de Yalitzia Aparicio. ¿Cómo, en el pasado, han tratado los medios a Santiago Creel -aunque se queje de racismo a la inversa- y lo que aquellos decían y sentían por el finado gobernador Miguel Barbosa? Los casos y la lista de episodios racistas dan para varios volúmenes de una enciclopedia mexicana. Aunque Xóchitl Gálvez se ponga huipiles, Sheinbaum tenga una colección de blusas como motivos prehispánicos digno de Pineda-Covalin y los hombres de la política mexicana usen las mestizas guayaberas, que van desde las preciosas de lino hasta las demasiado coloridas y de grecas de dudoso diseño, ello no impide el desprecio que por unos y otros sienten muchos sectores sociales de este México de Huitzilopochtli por todo aquello que se acerque a la cultura, valores indígenas. Quizá lo más aceptado sea la comida que, dicho de paso ya es muy mestizada por la inclusión de elementos europeos.                   

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