La Teoría de la Organización Conservadora

 

*No ser de Morena los Convierte en Conservadores;

el Liberalismo de Juárez, era Positivista

 

* El Partido Conservador Fusilado Junto con Maximiliano, 

Mejía y Miramón en 1867

 

*El PRI Abandonó la Tesis el Nacionalismo Revolucionario;

 Adoptó el Modelo Neoliberal

 

*El Radicalismo Político Demostró su Incapacidad de Gobernar

y su Inviabilidad de Permanencia.

 

Ezequiel Gaytán

 

Uno de los libros que más se leían cuando el hoy presidente Andrés Manuel López Obrador era estudiante (1973– 986) fue el del filósofo marxista-trotskista Ernest Mandel (1923-1995) “La teoría leninista de la organización”. No estoy seguro de que el tabasqueño lo haya leído, pero tal vez pudo escuchar en alguna clase acerca del problema que enfrentó Lenin entre el “espontaneísmo” frente a la “organización”. El caso es que en la obra queda escrito en el apartado “Teoría de la organización, programa y práctica revolucionaria” el dilema que tuvo Lenin al distinguir entre una organización objetivamente conservadora y una organización objetivamente revolucionaria.

 

No voy a elaborar una disertación respecto al libro en cuestión, sino a considerar la categoría “conservadurismo” que tanto utiliza el presidente y que desdeña y estigmatiza con su sonrisa socarrona a quienes pensamos libremente. De entrada, yo especulaba que sus ataques a los conservadores eran porque existe la idea entre algunos políticos que una de las estrategias de gobernar es la de crear enemigos internos y externos reales o imaginarios. De ahí que requieren para el fortalecimiento de su movimiento que sus seguidores señalen de manera abstracta a dichos enemigos. En este caso los conservadores. Léase, todas aquellas personas que no pertenecemos a Morena y, por lo mismo, debemos ser estigmatizados al no coincidir total y sumisamente con sus ideas políticas. Me di cuenta de que en su maniqueísmo de estar con él o en contra de él le conviene al dividir a la sociedad en términos absolutos y radicalizar la situación sin dar oportunidad al justo medio. Al principio me convencí de que esos ataques eran los típicos discursos demagógicos de un líder populista y no tomé muy en serio las agresiones presidenciales, sobre todo porque en política no existen los incondicionales de negro o blanco.

 

Posteriormente pensé que sus embestidas contra de los conservadores eran debido a su pasión por Benito Juárez y al Partido Liberal y nos quería llevar al siglo XIX y hacer ver que el liberalismo juarista era la solución a los grandes problemas nacionales y que los conservadores éramos los traidores de la patria, excepto por la minucia de que el liberalismo juarista era positivista y proclive al modo de producción capitalista. Me intrigaba su odio al conservadurismo y sus innumerables ataques a esa categoría política. Es cierto que en México existió el Partido Conservador y, en esencia, fue fusilado junto con Maximiliano, Mejía y Miramón en 1867. De ahí que el porfirismo se envolvió también en el liberalismo y acabó de sepultar al partido Conservador.

 

En el siglo XX, a partir de la segunda década y el nacimiento del partido oficial se recuperó la tesis del liberalismo mexicano y nacionalista, pero ahora bajo el amparo de un hilo conductor: lo revolucionario contra el neoconservadurismo cobijado en el Partido Acción Nacional. La Revolución Mexicana plasmó sus ideales de justicia social en la Constitución Política y el Partido Revolucionario Institucional se abrogó ser la vanguardia de los movimientos obrero, campesino y populares y algo más, logró apuntalar la vida institucional. Tal vez en algunos casos de manera desaseada y criticable, pero lo logró. De hecho, sus éxitos se debieron en buena medida a que desarrolló un modelo de economía mixta, de inclusión de las clases medias y bajo el manto de una burocracia dorada, incluidas las fuerzas armadas, las fortaleció. Sin embargo, ese modelo político económico se agotó en México y en el mundo y en la década de los años ochenta las ideas políticas empezaron a girar y ese fue el parteaguas que escindió al PRI, ya que abandonó la tesis del nacionalismo revolucionario y adoptó el modelo neoliberal con claros tintes de una economía de mercado y reducción de empresas públicas; fue el tránsito que desencadenó tres significativos capítulos en la historia contemporánea. El primero fue el de las izquierdas mexicanas que se unieron en la década de los años ochenta del siglo pasado y se hicieron llamar de la Revolución Democrática. Con lo cual se sumaban, Andrés Manuel López Obrador incluido, a la idea de que la lucha revolucionaria sigue librándose en contra del conservadurismo y neoconservadurismo. El segundo se refiere a la transición del Estado Interventor al Estado Regulador y la entrada al llamado neoliberalismo, lo que significó también la apertura plena al pluripartidismo y el triunfo del PAN en la titularidad del poder Ejecutivo Federal con el nuevo siglo y el tercero fue la desilusión de la utopía socialista con la caída del muro de Berlín.

 

El conservadurismo, en términos de partido político, es aquel que en un sentido muy amplio favorece el uso del poder mediante la preservación o restauración de usos, costumbres y tradiciones políticas, económicas, culturales y religiosas. Cabe destacar que se trata de una actitud que también está a favor del desarrollo, pero sin sorpresas ni golpes de timón abruptos, por eso son proclives a la ley y el orden sin exaltaciones. En el geometrismo político hay conservadores moderados y también encontramos francamente posiciones reaccionarias. De ahí que los partidos conservadores también se integran con cierta heterogeneidad y diferentes matices o modalidades de derecha.

 

Los partidos políticos en el mundo están en crisis, prácticamente todos han visto disminuir el número de sus militantes, ya sean de izquierda y de derecha. La gente acude a votar, pero ya no le es fiel a la ideología o principios de los partidos, sino se manifiesta por los candidatos. Lo cual nos indica que las sociedades no se sienten de izquierda o de derecha necesariamente, como antes acontecía. De ahí que es común que los políticos cuando están en campaña se dicen moderados y, por lo mismo, es más común el triunfo de los mesurados. Algo que, por cierto, fue parte de la tercera campaña de nuestro hoy presidente, pues aprendió que las posiciones radicales como lo hizo en sus campañas de 2006 y 2012 no son tan fructíferas. De alguna manera se mostró proclive a ciertas actitudes conservadoras, pero eran tiempos de campaña electoral.

 

Ahora que releo el libro de Mandel, arriba aludido, creo que cuando el presidente López Obrador habla de los conservadores se refiere a la tesis leninista-trotskista de considerar la destrucción de las organizaciones conservadoras como prerrequisito de la emancipación de su idea de la cuarta transformación. Aunque habrá que señalar cuanto antes que Lenin tenía clara su idea de revolución socialista y nuestro presidente aún no acaba de conceptualizar y definir la orientación de la cuarta transformación. Empero, insiste en asumir ese radicalismo sesentero de destruir a las instituciones del Estado como si se tratara de un gesto de emancipación del proletariado revolucionario y con ello acabar con las organizaciones de masas reformistas conservadoras. Léase, hoy sostengo que cuando el presidente alude a los conservadores también se refiere a instituciones tales como el Instituto Nacional Electoral, al Instituto de Transparencia y a los órganos constitucionales autónomos, incluidas las instituciones de educación superior públicas y privadas, pues las considera organizaciones objetivamente conservadoras, emulando con toda proporción guardada, a Lenin.

 

Nadie es totalmente liberal, ni nadie es tampoco totalmente conservador. El radicalismo político ya demostró su incapacidad de gobernar y su inviabilidad de permanencia. Asumirse inflexible ante los cambios acaba por convertir a las personas y a las ideas en anacronismos pesados, pasados y momificados o, si se prefiere, muertos en vida.

 

Atacar desde el púlpito presidencial a quienes piensan diferente y tacharlos de conservadores sigue siendo para mí un misterio, pues no me queda claro si se refiere a los enemigos de Juárez o a los porfiristas de supuesta herencia de abolengo aristocrático o a quienes no lo alaban reverencialmente o a las instituciones con capacidad de reflexión crítica. Tampoco veo que estén las condiciones como lo planteaba Lenin para acabar con las organizaciones de la burguesía conservadora. Total, que no sé qué quiere decir el presidente cuando habla de los conservadores. Pero algo me queda claro, a la hora de gobernar se requiere aceptar que, por más revolucionario que se desee ser, la Administración pública requiere conducirse con visión, moderación, medida, compostura, tolerancia inclusión y resultados.

 

Asumir discursivamente la bandera revolucionaria y demagógicamente señalar a los conservadores y sus instituciones como los enemigos del pueblo es retórica altamente peligrosa. Etiquetar de conservador a alguien o a un grupo o a alguna institución como estrategia política a fin de permanecer en el poder tiene un límite y ya está demostrado que quien incuba odios le pude ocurrir como el huevo de la serpiente; mata a sus progenitores también. Estigmatizar y dividir a la sociedad como lo hace el actual gobierno y sostener que el conservadurismo es el adverso del pueblo bueno y sabio, es engendrar violencia, como la que ya se inició en contra del Poder Judicial.

 

Sabemos que el presidente López Obrador no es un hombre conceptual y es más bien una persona de ocurrencias. También sabemos que en su equipo de colaboradores encontramos moderados y radicales y que él se identifica más con los radicales. Nos queda claro que es un hombre de resentimientos y poco tolerante hacia quienes piensan diferente. Por eso le gusta señalar con actitudes morales y ponerse en calidad de juez implacable. Ese mosaico de su personalidad y su insistencia de atacar a los conservadores corre el riesgo de que al final ni el pueda controlar a su movimiento y triunfe el espontaneísmo de masas incontrolables e incontroladas.

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