Confianza en la Corrupción

*Sin Confiar en el “Coyote”, Brincamos a la Ilegalidad

*El desconocido Mundo de las Garras de la Burocracia

* La Democracia Sólo Existe si se Sujeta a Leyes y Normas

 

EZEQUIEL GAYTÁN 

 

Es común que tendamos a simplificar los grandes problemas nacionales. Algunos sostienen que es la ignorancia, otros que es la corrupción y la mala educación y hay quienes argumentan que es debido a que somos una nación muy desconfiada.

La confianza o, mejor dicho, la falta de confianza es uno de los problemas más serios de la vida pública de nuestro país, pues eso hace que encontremos, en términos sociológicos, comunidades con baja estima personal y social, poca satisfacción en nuestras labores, dificultades para desarrollar el trabajo en equipo, inseguridad constante y, se sabe, hay personas que temen más al éxito que al fracaso.

La desconfianza dentro de la sociedad mexicana también se manifiesta hacia el gobierno y prácticamente a todas sus instituciones, en las leyes, hacia el sector privado e incluso hacia algunas asociaciones civiles e iglesias. El fenómeno se ha magnificado con el advenimiento de las redes sociales debido a las noticias falsas o “fake news” y la llamada posverdad, léase, información con datos objetivos y precisos, pero que la gente distorsiona deliberadamente, le resta importancia y encumbra nimiedades con la jiribilla de influir en las emociones de la opinión pública.    

La desconfianza en México tiene raíces ancestrales y en gran medida ha sido una de las razones por las cuales la corrupción tiene tanta vigencia. De ahí que el binomio desconfianza-corrupción tenga una relación más estrecha de lo que aparentemente podría suponerse. Veamos. Es común sentirse perdido en el laberinto de los trámites y procedimientos cuando acudimos a oficinas de la Administración pública. Sabemos cuándo entramos, pero no sabemos cómo y cuándo saldremos y si el trámite será exitoso, aunque llevemos toda la documentación solicitada en las páginas web de esa institución, sabemos que nos vamos a encontrar con la sorpresa al llegar, de que nos solicitarán nuevos requisitos y otros papeles que hay que llevar en original y veinte copias. Entonces se nos aparece en la acera de la esquina de esa oficina pública un tipo que nos dice que él nos puede solucionar el problema mediante una módica “propina por sus servicios”. Nos irrita y molesta esa irrupción, pero sabemos que esa persona está coludida con la gente de adentro, que repartirá entre los burócratas el dinero que le demos y en unos cuantos minutos tendremos la resolución positiva del trámite.

No, no confiamos plenamente en esa persona llamada “coyote”, pero sabemos que el pacto no escrito, pero sellado con el dinero, será más eficaz que el desconocido mundo de las garras de la burocracia que nos espera adentro del inmueble. En otras palabras, se desconfía menos de la corrupción de un supuesto gestor que en realizar un trámite formal de manera honesta.

Triste, muy triste mi tesis, pero real. La corrupción en México es una especie de eficacia administrativa y confiamos más en ella que en las normas administrativas y jurídicas. En otras palabras, la proporcionalidad de la corrupción es menor cuando se “confía en la palabra” de un ladino que en la norma del debido proceso administrativo.

La confianza es una de las bases de la democracia, pues se basa en el pacto social y en la construcción del consenso político asentado en reglas de operación, en la vida institucional de una nación y en acuerdo político de que las contiendas electorales partidistas o de candidatos independientes se habrán de sujetar a las decisiones arbitrales de un órgano electoral. Son muchos los hechos históricos que así lo demuestran. Más aún, la democracia sólo es democracia si se sujeta a leyes y normas, de otra manera es asambleísmo de mano alzada y eso se presta a la manipulación y, por ende, a la corrupción.

Una sociedad en la cual los ciudadanos confiamos entre nosotros y en las instituciones es, desde mi punto de vista, más dinámica, políticamente consciente y responsable que si se sustenta en pagos de servicios a intermediarios o “coyotes”, ya que confiar en ese tipo de personas significa asentar el pacto social en la corrupción, en la impunidad y en el privilegio de que quien tenga los recursos financieros o pueda traficar influencias es quien marca el ritmo de la vida pública de una nación. 

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