*Y la Cúpula del Templo de lo que fue El Zangarro, Asoma Entre las Aguas
*Un Recorrido Inolvidable, Adornado por Garzas Ganaderas y Otras Aves de Temporada
*Y en los Alrededores, el Área Natural Protegida con Zorros, Liebres y Coyotes
*Todo el Encanto a Disfrutar, con Todo y Tejido de Canastas, Está en Guanajuato
SUSANA VEGA LÓPEZ,
Enviada
IRAPUATO, Gto.- La cúpula de la iglesia La Virgen de los Dolores, construida entre el siglo XVIII y XIX, se asoma sobre el nivel del agua. Es de estilo barroco novohispano en algunas partes, aunque predomina el neoclásico por sus líneas arquitectónicas sencillas, simples, sin mostrar excesos. Es lo único que sobresale del extinto pueblo de El Zangarro que desapareció porque se decidió construir una presa a raíz de las inundaciones que sufrió el Estado en los 70’s.
El frío viento acompaña a las garzas que buscan comida a las orillas de la presa que se encuentra, en esta época, al 90 por ciento de su capacidad. Y es aquí donde la joven Ligia García decidió realizar experiencias de vida para los turistas que gustan de la naturaleza y el turismo rural.
Se trata de hacer un paseo en una pequeña embarcación por la presa, pasar a la cúpula del templo, llegar a la “cortina”, regresar a donde se abordó la lancha, caminar hacia un cuarto techado con dos paredes, “ponerse en los zapatos de los artesanos” y elaborar un canasto para tortillas. Este producto turístico forma parte de casi 20 que se dieron a conocer en el marco de la X Edición de Atmex, en Guanajuato.
Explica Ligia que la presa se construyó, principalmente, a raíz de la inundación de Irapuato en 1974. ¿Qué pasó? Que llovió demasiado. Las presas de Guanajuato no aguantaron el agua y la dejaron correr. El cauce tomó rumbo a la comunidad de El Zangarro, pasó el agua y cubrió el primer piso de las casas de adobe. Tres días duró la inundación, por lo que las personas tuvieron que subir sus pertenencias a las azoteas.
El municipio decidió que necesitaban una presa que cargara más agua. Llegaron a la comunidad de El Zangarro y les pidieron desalojar, de tal manera que los habitantes tuvieron que vender sus tierras. Algunos decidieron moverse a las orillas; otros, se fueron y se cambiaron de comunidad.
“No es que haya desaparecido El Zangarro por la inundación porque sólo pasó el agua. Simplemente se decidió construir allí la presa. Algunos se enojaron, otros, con gusto porque les compraron las tierras… Todo fue tan rápido… seguía latente el miedo de que se fuera a inundar la zona, por lo que no les dio tiempo de desenterrar a sus muertitos, entonces, en el cementerio de abajo, todavía tenemos muertitos”, dice, durante la travesía en el bote, señalando hacia abajo.
Tardó tres años en construirse la presa porque tuvieron que escarbar mucho… En lo más profundo de la presa se cuentan hasta 80 metros hacia abajo.
De la cúpula lo que se puede admirar es su arquitectura. Ha durado años, no obstante que ha sido saqueada. “Hombres han llegado en busca de tesoros que no se sabe si hay o no”, dice Ligia.
La zona alberga 215 especies de fauna -43 son endémicas, así como 137 especies de flora. Muchas de las aves son de temporada. Ahora se admira la garza ganadera, pero se han observado más aves en este lugar. “Es un Área Natural Protegida donde la flora y la fauna abundan. Aquí se observan zorros, liebres y coyotes por citar algunos animales”, dijo.
Reiteró que como el agua es traída y la presa construida, no entran en lo que se denomina área natural protegida… Y abundó: “los peces de la presa también fueron traídos, no son de la zona”.
Ligia señala hacia el horizonte de la presa y dice que en la parte de arriba, en tierra firme, hay vestigios de petroglifos en forma de espiral, figuras grabadas en las piedras; “hacían la ceremonia de la cosecha”.
Al frente se asoma el cerro del Sombrero, con un ecosistema de selva baja caducifolia. Lo otro está árido. En la canícula hay incendios por doquier por tanto calor. Más arriba está el nuevo Zangarro, la principal comunidad, y alrededor están asentados diferentes poblados como la de Molineros, de donde es el señor Miguel (el capitán de la embarcación); es la comunidad más cerca al agua, literalmente están al ras.
En esta iglesia, recuerda don Miguel, fue bautizado. Incluso hizo su primera comunión. Después la familia se fue a Molineros. “yo estuve trabajando dos años en la construcción de ‘la cortina’, era joven”.
El año pasado, a finales de mayo, hubo sequía por lo que la presa estaba en un nivel muy bajo, entonces, la iglesia se asomó a más de la mitad.
-¿Y por qué se llama presa La Purísima y no El Zangarro?, preguntó Misión Política a la guía.
-Se debe a que había una comunidad más cerca de donde se construyó “la cortina” de la presa -que se llamaba Venta la Purísima-, es por eso que lleva el nombre de La Purísima.
Afirma Ligia que hay casas de campo, “son aquellas que se ven… son de personas que no son del lugar, compraron las tierras y construyeron durante el proceso de la declaratoria de Área Natural Protegida. Lo lograron. El Cerro del Sombrero cuenta con vestigios prehispánicos “y tiene tres dueños: uno es el gobierno y los otros dos son privados; tienen sus casas. Lo curioso es que los privados sí cuidan los petroglifos y el gobierno no”.
El agua de la presa se conecta con los ríos de Guanajuato. “Toda el agua de los ríos de Guanajuato cae aquí, aunque también es agua de lluvia; es importante aclarar que el agua no es tan limpia porque los ríos son usados como desagüe por los mineros, entonces, toda el agua tiene plomo por lo que no es muy aconsejable que la gente nade porque tal vez le salgan ronchas”, explica.
-¿Entonces no se recomienda sumergirse en estas aguas?
-No. No porque no controlas lo que hay abajo: algas, ramas que te pueden jalar y, ¡hasta basura!
Se observa un depósito de agua, que era el que abastecía a la comunidad de El Zangarro.
¡A TEJER CANASTITAS!,
ESE ES EL RETO
Luego del paseo, nos dirigimos a donde estaba un fogón donde una cocinera tradicional había preparado un guiso de chicharrón en salsa roja con papas y nopalitos, una salsa molcajeteada, frijoles de la olla, tortillas hechas a mano y agua de guayaba que degustaríamos después de elaborar un canasto.
Entonces fue que “nos pusimos en los zapatos” de los artesanos que realizan canastos para vender, sobre todo, a quienes ofrecen fresas. Un oficio que se hereda generación tras generación.
Primero se debe cortar el carrizo, que deberá estar verde, para poderlo manipular, y hacer tiras a lo largo. Leti, quien realiza canastos desde que tiene uso de razón, ya tiene preparado el “asiento” o la base; son “las costillas”, una especie de rehilete que se irá doblando; entonces se toman dos varillas para comenzar a “tejer”. La parte que aparenta estar barnizada va por fuera, la que parece como seca, por dentro. Las dos tiras se tejen al mismo tiempo y se pone la base como si fuera un “volante” para seguir en una misma dirección aunque una arriba y otra abajo. ¿?
Mete, saca, acomoda, aprieta una y otra vez. Se hace el intento hasta que, finalmente queda la manualidad, claro, con la ayuda de Leti quien teje sin ver, a ojos cerrados, atendiendo algo más sin soltar su tejido hasta que lo termina y remata con un listón de color. Tardamos más o menos una hora; ella lo hace en minutos por la experiencia que tiene.
Y es que tejen un sinnúmero de canastas para entregarlas al mayoreo por docena, por ciento, donde dejan un poco de su vida, de su amor, de su esfuerzo; para que los compradores paguen 120 la docena. ¿Y todavía regateamos por las artesanías?