Por Jesús Michel Narváez
Ignoro el número de misceláneas y verdulerías existentes en la Ciudad de México y, por supuesto, a nivel nacional.
Son los tendejones de la colonia, esos que están cerca de casa y que, ciertamente, sacan de apuros en el momento preciso.
Se advierte que el Paquete Contra la Inflación y la Carestía (Pacic) no los contempló porque, supone que todo mundo adquiere los llamados productos de la canasta básica en las cadenas de autoservicio. Dos sitios me hicieron, escribo en primera persona porque soy testigo, reflexionar en que quienes elaboraron el paquete no tienen la menor idea de lo que pasa en la Capital del país y menos en el resto de los 31 estados que conforman la República Mexicana.
Le cuento: por razones meramente producidas por el excesivo calor, me negué, en principio, a salir del techo frígido, lo cual aplaudo, en estos días de ardor solar, por lo cual decidí acudir a la “zona comercial” de mi barrio, compuesta por dos verdulerías, una heladería con paletas y aguas frescas, una tlapalería -no ferretería-, una minipollera, una farmacia que vende los medicamentos a precio máximo marcado en los mismos y su otro negocio es el Melote y la venta de cigarrillos; hay una tortillería, en la que el kilo se vende ya en 21 pesos y un local de internet.
No hay más. Lo otro más cercano se encuentra a dos kilómetros.
Un día antes acudí a una tienda de esas que hablan inglés y que ya podría haber sido acusadas de monopolio, y por olvido -el animal pegado al cuello cumple con sus funciones- no compre jitomate salad o guaje.
Con un aviso prematuro, supe que tendría visitas y que habría comelitona.
¡Ya era hora! Dos años de aislamiento.
No tardo, pero sí perezoso, sabía que me harían falta los frutos rojos. Redondos, de bola o alargados.
¿Hay que ir al súper y con este calor?
Me niego.
Tardar cuando menos 10 minutos en llegar al más cercano, no por lo lejano sino por el tránsito, o ir a 100 metros de distancia y comprar el kilo de jitomate y la rama de cilantro.
Una disyuntiva nada difícil de tomar.
Preferí caminar esos 100 metros.
Como de costumbre, una de las verdulerías estaba cerrada. Caminar otros 20 metros era la posibilidad,
Y oh, sorpresa: estaba abierta de par en par.
Hola, señora, dije con cordialidad a quien siempre atiende con el cubrebocas puesto y se adivina su sonrisa.
“Deme un kilo de jitomate”, le pedí. Cortésmente fue hacia la canasta en donde se encontraba y seleccionó los “mejores”.
Los pesó y con 8 piezas llego a los mil gramos.
Los acomodé en mi bolsa, porque ya no obsequian ni las buenas tardes, y pregunté: ¿qué le debó?… Con su voz medio apagada pero alegre, me respondió: 38 pesos.
Me sorprendí. El día anterior y en el súper, el jitomate se cotizaba en 14.90 pesos.
Como buen “marchante” pagué. No había de otra. Voy constantemente a la misma verdulería porque se me “olvidó” el epazote, el perejil o el cilantro.
A ver, expertos que elaboraron el PACIC: ¿cómo pretenden frenar, no combatir, la inflación si en los lugares del barrio, la colonia o el pueblo se incrementan los precios de la canasta básica en 140 por ciento?
La Profeco no actuará porque tiene le encomienda de vigilar a Walmart y asociados; Chedraui está en su lista al igual que Soriana y la Comercial. ¿Saben en la dependencia cuantos minoristas elevan sobremanera los precios?
Suponer que todo mundo compra en las cadenas de autoservicio o en los mercados públicos, en donde tampoco hay presencia de inspectores de ninguna especie muestra que el PACIC fue diseñado por un fifí neoliberal.
¿Quién vigila y controla los precios que se fijan en misceláneas y verdulerías?
La flojera cuesta. Por lo menos a mí, me costó. ¿Cuántos como yo habrá en el país?
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