Por Nidia Marín
“Los Presidentes Caídos”, podría ser el título de una novela cursi, pero fundamentada en hechos reales, sobre los sinsabores de las estatuas de aquellos mandatarios mexicanos, o grandes políticos, decapitadas, derrumbadas, mutiladas, desaparecidas o trashumantes.
El hecho más reciente es el ocurrido con el monumento al prócer Andrés Manuel López Obrador. ¡Ufff!
Fue mandada a esculpir y después colocada “por un alcalde moreno”, (que anduvo de arrastrado para lograr un “hueso” tras la conclusión de su mandato) nada más y nada menos que ¡en Atlacomulco!
Y la bilis se derramó a diestra y siniestra entre los políticos mexiquenses nativos de aquel municipio, al tiempo que los restos de ex gobernadores y demás priistas que ya partieron se revolvían en sus tumbas.
¿Quién mató al comendador? “Fuenteovejuna, señor”.
Pero, alguien debe pagar por la afrenta. Sí, como en tantas ocasiones a través de los siglos, fue la estatua del “héroe repudiado” la derruida. Tal cual ocurrió en 1844 con otro López, tan pagado de sí mismo como el actual. En aquel tiempo, cuenta la historia, Antonio López de Santa Anna, durante su octavo (y último) mandato como presidente de México, ordenó que se erigiera y colocara en un pedestal.
¡El ego no sabía lo que hacía!
Relata Verónica Zárate Toscano (del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luís Mora) en su trabajo “El Papel De La Escultura Conmemorativa en el Proceso de Construcción Nacional y su Reflejo en la Ciudad de México en el Siglo XIX”:
“Éste sería el caso de la estatua de Antonio López de Santa Anna, dictador decimonónico que aprovechó su privilegio de presidente para dejar testimonio de sus hazañas por medio de retratos, cuadros conmemorativos y monumentos. Y si no lo hizo directamente, sí supo alentar a sus seguidores para rendirle en vida los honores de un héroe, condición que, por lo general, sólo se alcanzaba con el martirio o la muerte. Así, José Rafael Oropeza, empresario del nuevo mercado de El Volador, contrató al escultor español Salustiano Veza con el fin de que fundiera en bronce una estatua de tres metros de altura para colocarla en lo alto de una columna”.
Más adelante precisa la historiadora:
“La gran inauguración de la escultura conmemorativa, situada precisamente en la plaza de El Volador, se llevó a cabo el 13 de junio de 1844, cumpleaños del presidente. Sin embargo, apenas seis meses después, fue blanco de los ataques de la turba”.
Sí, la venganza llegó.
ALEMÁN, JOLOPO Y VICENTE FOX
Antes, en 1822, en Puebla habían hecho trozos un obelisco con la efigie de Carlos III y después cayó el busto de Felipe V.
En el siglo XIX también echaron por tierra otras y en el XX, una más fue dinamitada. La cabeza de otro presidente de la República voló por los aires: Miguel Alemán Valdés. Sí, el 4 de junio de 1966 en Ciudad Universitaria. Y quedó claro que con la UNAM no se juega (Hoy tampoco. ¡Lo estás escuchando inútil!).
Posteriormente, allá por las tierras chiapanecas, previo al nacimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (enero de 1994), el conflicto ya estaba presente y en 1992 fue derribada la estatua del conquistador Diego de Mazariegos, en San Cristóbal de las Casas, para protestar porque se había vulnerado la autonomía de los pueblos originarios. La guerrilla se preparaba…
El derribo de estatuas en México, por supuesto, no es una novedad. Años después de que Alfonso Martínez Domínguez (a la postre responsabilizado de “El Halconazo”, en el Distrito Federal en los años 70’s) como gobernador de Nuevo León levantara estatuas de José López Portillo y Lázaro Cárdenas. La de Jolopo fue derribada años más tarde, en San Nicolás, Nuevo León, aseguran que por el alcalde panista de entonces.
La venganza vestida de verde, blanco y rojo llegaría y en Veracruz, en 2007, también echarían por tierra la estatua de Vicente Fox Quezada, ubicada en Boca del Río.
En el siglo XXI, hace unos días, apenas arribaba el año 2022, cuando el día primero de enero, sábado, por cierto, la estatua del prócer del rancho chiapaneco, sí, de ahí, amaneció en el suelo y decapitada. Y el silencio sepulcral se extendió conforme avanzaban las carcajadas, aunque hay que acotar que el López del siglo XIX pretendía su novena reelección que ya no fue, mientras que en estos tiempos y por estos lares el disfraz de la afamada “revocación de mandato” no se ha llevado a cabo, pero… llegará.
Pero si de estatuas hablamos, en México abundan las errantes. Sólo presentaremos unas cuantas muestras, gracias al trabajo de Verónica Zárate Toscano:
“Uno de los ejemplos más característico de estatuas trashumantes sería la de Carlos IV, mejor conocida como “El Caballito”, que en el transcurso de dos siglos “caminó” de la Plaza Mayor hacia el interior de la Universidad, de ahí al inicio del Paseo de Bucareli y aparentemente se ha detenido en la Plaza Manuel Tolsá”.
Ella, la investigadora, también relata sobre la estatua conmemorativa de José María Morelos y Pavón, obra de Antonio Piatti, inaugurada en 1865 por Maximiliano en la Plazuela de Guardiola.
“A la caída del emperador, en 1869, la estatua también cayó y fue retirada y trasladada a la Plaza de San Juan de Dios que, a partir de entonces, cambió de nombre. Pero ése no sería su destino final. A la fecha, la estatua se conserva en el eje vial 1 Oriente, en la colonia Morelos frente a una de las entradas del “barrio bravo” de Tepito, bastante deteriorada y cubierta de tantas capas de pintura que ya no se aprecia el pedestal de cantera.”
Agrega:
“Entre los “caminantes” habría que incluir también las esculturas conmemorativas de los monarcas aztecas Ahuizotl e Izcóatl, mejor conocidos como los “indios verdes”. Las estatuas estaban destinadas a participar en la Exposición Universal de París de 1889, pero aparentemente no llegaron tan lejos, sino que se colocaron al inicio del Paseo de la Reforma. Fue tanta la presión de la población que las rechazaba, que en 1901 fueron “desterradas” al Canal de la Viga. Finalmente, en 1960 se colocaron en la parte norte de la avenida de los Insurgentes y hoy en día están prácticamente ocultas en un mar de pasos a desnivel para vehículos y transeúntes que utilizan la estación del metro Indios Verdes”.
Ya saben que, además, está “la creatividad” de los gobernantes. Apenas hace unas semanas Cristóbal Colón empezó a deambular del Paseo de la Reforma a sabrá Dios dónde. El marinero errante, en la Ciudad de México fue sustituido por esculturas de descendientes (por lo menos en indigenismo) de aquellos desterrados: “La Joven de Amajac”, réplica de una estatua de una mujer indígena, ocupará el pedestal… hasta que el marro los separe.
¿Quién sigue?