Por Jesús Michel Narváez
Es una constante. Negar los riesgos a la salud de millones. Priorizar las actividades económicas antes que las sanitarias. Dejar pasar y dejar hacer. Desde el poder político, se allanan las limitaciones y se desestima la realidad que vive prácticamente el mundo entero.
La aparición de la ómicron, la cuarta variante del Covid-19, tomó por sorpresa a los gobiernos del orbe. Después de la Delta, la más peligrosa para la vida humana, y aparentemente sometida por la vacunación, todo apuntaba a la nueva realidad haciendo frente al letal bicho.
Sin embargo, y aún y cuando clínicamente se afirma que la ómicron es más contagiosa pero menos peligrosa, el número de personas infectadas van al alza a grado tal que el pasado lunes Estados Unidos registro 978 mil, que duplicó el promedio de la semana. Las muertes se mantienen en el promedio de mil 300 cada 24 horas.
Según la agencia Reuters, que lleva conteo de manera cotidiana, la ómicron puede hacer colapsar los sistemas de salud incluso de las naciones avanzadas y poderosas.
Las aleras están encendidas en Europa, América del Norte, África y parte de Asia. En América Latina se le resta importancia a la presencia de la nueva variante.
Aquí, en México, el presidente López admitió la existencia de un aumento de contagios de covid-19 y lo atribuyó a la aparición de ómicron.
Para no perder el rumbo y confirmar la constante -errónea por los resultados-, sacó de su ronco pecho que la nueva variante “no tiene la gravedad como la otra”, la Delta.
Desde ya, desestimó que las hospitalizaciones y defunciones aumenten.
Hoy, como cada martes, en el escenario de los monólogos, se dará “un informe completo” de cómo se mantiene el “control de la pandemia”, el incremento de la vacunación y la capacidad hospitalaria.
Vaya, el señor López-Gatell ofrecerá atole con el dedo y mantendrá su negativa de inyectar a menores de 15 años.
Seguramente seguirá pensando que “morirán los que tengan que morir”.
Porque como en lo económico, en la salud “vamos requetebién”.
La realidad nos muestra otros números: hoy estaremos rebasando los 300 mil muertos, en la cifra oficial, porque la de quienes aplican las matemáticas correctamente sostienen que serían poco más de 800 mil. También hoy romperemos el muro de los 4 millones de contagios.
A pesar de todo “vamos requetebién”.
Cuando se presentó la pandemia, allá a inicios de febrero y el 28 de ese mes se produjo la primera muerte, el presidente López comparó el coronavirus con una gripa. Pidió a sus gobernados no espantarse y seguir abrazándose, mantener su costumbre de comer en la fondita y no usar cubreboca.
Días después la autoridad sanitaria dio a conocer las medidas que se debían aplicar: sana distancia, lavado de manos continuamente y aplicación de gel antibacterial. Del cubreboca, ni una palabra.
El presidente ponía el ejemplo: no lo usaba en México ah, pero en la Casa Blanca lo obligaron a portarlo, en la ONU no le permitieron presidir la sesión del Consejo de Seguridad sin él. Y en los aviones comerciales que utiliza para llegar al punto de partida de sus giras, no lo dejan subir a bordo sin la odiada mascarilla.
Seguramente esta mañana nos dirán que no hay razón para preocuparnos y por tanto debemos seguir con nuestras actividades de “manera moral”, aunque nadie conozca qué es eso.
Todo será, pues, atole con el dedo… y sin tamales de chipilín.
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