Los Infiernos que nos Rodean

Tres Truenos.
Marina Closs.
Editorial Transito.
Buenos Aires, 2021.
160 páginas.

Por David Marklimo

Pocas veces es tan nítida la imagen del dicho pueblo chico, infierno grande como en este libro, Tres Truenos, de la argentina Marina Closs. El debate está servido: ¿Es una novela? ¿Son relatos breves? ¿Capítulos? ¿Cuentos? El título general enciende la luz de la intención del libro, o al menos ayuda a aclararlo. Al margen de lo radicales o lo traumáticas que puedan ser las experiencias de las tres narradoras, todas tienen una fuerza personal y una voluntad comparables a la fuerza de la propia narración.  Pero tiene su truco: en la naturaleza los truenos llegan después de la luz, pero aquí es un poco al revés: estas tres poderosas historias traen consigo fogonazos que iluminan lo que significa ser mujer en Argentina. Veamos.

En el primer relato nos muestran a una joven guaraní con la maldición dé haber parido gemelos -según la tradición local, una inequívoca prueba de adulterio-, su paso por el hospital para una cesárea y la convalecencia posterior en la casa de su cuñada se mezclan en la ilación con la añoranza de la vida simple, la infancia y la virginidad. En seguida, nos hablan de Demut, una muchacha alemana, que escapa, a principios del siglo XX, del hambre y la miseria del centro de Europa, sino también de las miradas sobre la incipiente relación incestuosa que mantiene con su hermano.

Finalmente, nos presentarán a Adriana, estudiante de artes, la que ha sabido hacerse de un oficio que le permite una relativa independencia económica en la ciudad que eligió para estudiar. Es, de alguna manera, autosuficiente en un sentido amplio: habla consigo misma, lleva un diario, mantiene un vínculo distante con su madre y tiene espacio para sostener un par de relaciones con pintores.

En Tres Truenos se nos muestra un triángulo literario en el que lo que importa es que el centro está ocupado por la buena escritura, por esa prosa escrita en un lenguaje distinto, tan lleno de los ritmos y las voces del norte argentino, pero entendible, que nos hace recordar que un mismo idioma puede tener sabores y texturas muy diferentes. Son tres monólogos de voces definidas, con diversos registros de lenguaje narrativo, manejo de la ironía y sobrio lirismo para dar forma al conflicto.

Vemos que la primera historia es de represión y castigo; la segunda, de desamparo, de desarraigo, y también de cierta liberación femenina a la hora de confesar secretos; la historia de Adriana, es la de la experimentación con el propio cuerpo. Hay, así, cierta progresión en cuanto al feminismo, pero en todos los casos sobrevuela la sombra del desencanto, de la frustración, y sobre todo de la inseguridad: todas son vulnerables, en distinto grado, y por uno u otro motivo todas sufren algún tipo de esclavitud, todas anhelan otra cosa, ninguna es una isla.

Al rascarle un poquito al universo narrativo encontramos el cuerpo y la sangre, el dolor, el desgarramiento/extrañamiento/desarraigo, la vulnerabilidad, la sexualidad y la culpa. Es decir, el infierno con el que nos topamos día tras día y que nos rodea como niebla en noche oscura. Estamos ante un arriesgado y acertado acercamiento a la condición femenina (y humana) a través de la experimentación formal.

Justamente, por esa experimentación, el libro recibió el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes.

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