200 Años. Nuestras deudas presentes

Por Víctor Alarcón Olguín

México llega a su segunda centuria como Estado-Nación. Nació como consecuencia de un resultado paradójico, dado que los peninsulares y criollos de orientación conservadora rechazaban la restauración de la Constitución liberal de Cádiz, y maniobraron para “ofrecer” a Fernando VII venir al país y continuar aquí la monarquia. El Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba se construyeron en esa dirección, lo que abrió una ruta singular sobre cómo queríamos definir nuestra primera monarquia, nacida desde estos referentes,

Al no aceptar nadie de la dinastía borbónica, (incluso explorando la idea de ofrecer el reino a los descendientes de la nobleza indígena) eso abrió la puerta a la recuperación de nuestros derechos naturales de soberanía, e hizo que de un Congreso Convocante (pensado en solo jurar lealtad al monarca invitado u alguien más) se pasara a uno de tipo Constituyente que abre entonces la oportunidad a los entonces minoritarios e intuitivos liberales mexicanos a plantear un arreglo de tipo republicano. Solo hasta ese momento, Guerrero y los demás libertadores “progresistas” tendrían una oportunidad de influir verdaderamente en los destinos de la patria.

No pasó mucho tiempo para ello debido a la pésima gestión de Iturbide, llegando a la clausura del Congreso, lo cual contribuyó a su caída y al Plan de Casa Mata promovido nada menos que por Antonio López de Santa Anna. Pero eso puso en riesgo a la incipiente nación, misma que desde entonces se mostraría como vulnerable y susceptible de ser avasallada por los intereses de los EUA, Inglaterra y Francia, como lo fue a lo largo del turbulento siglo XIX.

Desde un inicio, algunas de las provincias se erigieron como estados y exigían por tanto un modelo de alcance federal y republicano, como el que se logró inicialmente en el Segundo Congreso Constituyente de 1824, que llevaría entonces a las distinciones entre federalistas y centralistas, y luego años más tarde entre los conservadores monaquistas y liberales reformistas republicanos que no se resolvió hasta después de la aventura del Segundo imperio.

Sin embargo, la hipótesis monarquista prevalecía y como sabemos, los partidarios de Iturbide vieron la oportunidad de promoverlo como un Emperador por “aclamación popular” (asemejándolo así con Napoleón quien se montó en la Revolución Francesa) en lugar de convertirlo en un Dictador presidencial si se hubiera optado inicialmente por la ruta republicana.

Iturbide se ungió sin un consenso pleno. Eso dio al traste con el Primer Congreso Consituyente de 1822, siendo una puerta innegable para potenciar la proverbial división polarizante que se vivió desde aquel momento, y que sorprende haya sobrevivido en nuestro ADN cultural y político hasta nuestros días, en tanto nos hemos negado a (y rara vez hemos podido) vivir en una democracia plena, ya que se ha privilegiado a la concepcion salvacionista y paternalista del “líder supremo” que cuidará de su “pueblo bueno”.

Son 200 años de un largo peregrinar en torno a encuentros y desencuentros acerca de definir lo que le da forma y sentido a lo que somos como pais. Hoy estamos en una época donde importan más las demandas particulares y grupales ante la imposibilidad de tener reconocido un Estado de Derecho que nos respete en el ejercicio pleno de nuestra ciudadanía y derechos humanos sin importar o tener que anteponer quienes somos o de dónde venimos.

Estamos en un país donde respetar la diferencia no es lo mismo que pertrecharse en ésta, lo que viene abriendo pauta a ghettos autorreferentes que no desean saber ni convivir con los demás. Estamos reeditando la enésima fragmentación y distancia polarizante que ahora exhuma la división entre liberales y conservadores dentro del imaginario discursivo y la mitología del poder presidencial en turno.

Llegamos a 200 años y seguimos en el laberinto, confundidos, solos, con muchas más preguntas que certezas. Sin embargo, hay que seguir perseverando en esa búsqueda, a pesar de todo, a pesar de nosotres mismos. Debemos insistir en saldar nuestras deudas pendientes al amparo de la divisa que le dio forma a nuestra República: ¡Unión, Libertad e Independencia!

Víctor Alarcón es politólogo, profesor e investigador en la Universidad Autónoma Metropolitana.

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