Figurones, Cotos Académicos y Fascinación por el Poder: la Cultura en México

Las Revueltas de Silvestre

Por Silvestre Villegas Revueltas

El presidente Andrés López Obrador cayó en la estrategia de los por él llamados intelectuales orgánicos durante los gobiernos neoliberales liderados por Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín, al darles estatura como interlocutores y facción beligerante respecto a sus estrategias de gobierno. Más concretamente, respecto a la facultad presidencial sancionada por la ley, de remover libremente a los miembros del Poder Ejecutivo que desde los secretarios de estado hasta las direcciones hacen funcionar el gran aparato que es el gobierno de los Estados Unidos Mexicanos. Lo anterior es producto de un proceso de profunda animadversión que comenzó con un estupor generalizado -de aquellos intelectuales orgánicos, López Obrador dixit- después del triunfo electoral de MORENA en 2018, el cual, en los ya casi tres años de administración morenista ha escalado hasta convertir en diatriba pública cualquier asunto, bien o mal hecho, con buena o mala intención llevada a cabo por el régimen de AMLO; la cuestión del despido de Jorge F. Fernández como responsable del instituto cultural de México en España aumentó la grita de “la intelectualidad” mexicana e hispana, misma que en el pasado se quedó callada cuando otro presidente autoritario como Carlos Salinas de Gortari, vía su secretario de estado, realizó similares cambios al interior de la SRE.

Héctor Aguilar Camín.

Tomando como argumentación general dicho enfrentamiento, el periodista Jorge Zepeda Patterson escribió la semana pasada un artículo donde le recriminaba al presidente López Obrador que redujera la intelectualidad y la cultura en México al quehacer, cotos de poder (las revistas Nexos y Letras Libres) e influencias en el ámbito académico, a lo que llevan a cabo, opinan y publican los ya mencionados Krauze y Aguilar Camín. Abundaba Zepeda que, en la actualidad, y sobre todo antes de la pandemia y la obligatoria reclusión, el panorama de la cultura en México era y es un grande, variado mosaico que va más allá de los decisivos e influyentes espacios de ambos personajes. Enlistaba los grupos de investigación, publicaciones y descubrimientos científicos realizados por toda una pléyade de académicos ubicados en las universidades públicas y el sistema de colegios del CONACYT como el Instituto Mora, el Colegio de San Luis, etc. Desde mi trinchera como historiador y respecto a los 500 años de la caída de Tenochtitlán y los doscientos del fin de la independencia mexicana, puedo afirmar sin el rubor de equivocarme que los mejores, científicamente más fundamentados y que pasarán al debate especializado de la historiografía en futuras décadas, son los libros y artículos publicados por aquellas universidades y colegios señalados por Patterson, y no por lo que han publicado Nexos, Letras Libres, suplementos de Milenio y Reforma etc. porque tienen mucho hígado y poco estudio documental; sin embargo concedo que estas publicaciones periódicas llegan, de momento, a un público más amplio que el libro académico, el cual tarda en salir publicado y cuya distribución es deficiente.

Finalmente señalaba el periodista que a semejanza de Francia donde los gobiernos franceses han buscado rodearse y de presumir su liga con la inteligencia gala, aquí en México y durante el siglo XX/XXI ha sucedido algo semejante. Es conveniente recordar que los generalotes de la Revolución Mexicana buscaron el apoyo de ciertos intelectuales para dar forma a sus proyectos de reforma nacional, el caso más sonado fue el de José Vasconcelos, pero hubo muchos otros como él que paulatinamente se fueron desilusionando del proceder de los políticos profesionales, sobre todo en la época de “los licenciados” de la revolución institucionalizada. Los hubo quienes engrosaron las filas de la alta burocracia adentro de la SEP, del Instituto de Bellas Artes, del servicio exterior mexicano (con gran dolor para los diplomáticos de carrera); trabajaron en las prensas del gobierno federal y también para los estados de la federación. Se conformó entre los años de 1940 y 2000 una élite intelectual que con mayor o menor fortuna se codeó con el siempre glamoroso Poder Sexenal en turno; los presidentes mexicanos premiaron o castigaron a aquellos intelectuales que se apegaron a sus proyectos de gobierno. El no hacerlo, la crítica fundamentada al régimen se materializó en el ostracismo, en no ser invitado a las reuniones, el no recibir premios por parte del sector público: el no estar en la fotografía (vox populi dixit) que ha sido y es una genuina pesadilla para muchos de los colegas.

El día de hoy, en el marco del enfrentamiento político cotidiano que resulta de la parte presidencial pero también de la parte intelectual, en igual virulencia y podríamos señalar hasta un grado de ceguera temática frente a lo evidente, lo que se antoja es un ánimo constructivo de respeto a las diferencias que son la clave del liberalismo, que son el motor del análisis científico, y de la tolerancia que debiera se piedra angular de la modernidad del mundo globalizado que pregonan “los intelectuales orgánicos del neoliberalismo”.

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