Por Juan José Barrientos
Y ahora Delfina, la Secretaria de Educación, como una sacerdotisa de Moloch, pretende que le entreguemos los niños. ¿Qué nueva locura es ésta?, me pregunto.
La educación se debe seguir impartiendo a distancia, aunque eso implique molestias y tenga inconvenientes.
A mí me parece obvio que los niños no deben volver a las escuelas hasta que se les vacune, y hasta el momento no hay manera de inmunizarlos.
Esa es la realidad, y mandarlos a las escuelas ahora es como arrojarlos a las fauces de Moloch.
Según los romanos, en Cartago se encontraba una enorme estatua de bronce del dios con la boca abierta y los brazos extendidos, con las manos juntas y las palmas hacia arriba, dispuesto a recibir a los niños recién nacidos que al izar los brazos de la estatua por medio de cadenas eran arrojados al fuego interior que se avivaba, mientras las flautas y tambores impedían escuchar los gritos. Los padres presenciaban el sacrificio, convencidos de que así evitarían que la tierra se convirtiera en un páramo y dejara de producir.
En otras palabras, había que reactivar la economía.
Y algo así es lo que ahora se nos pide.
Que llevemos nuestros hijos o nietos a las escuelas para que se contagien, después de haberlos protegido durante meses.
¿Vamos a consentir que se les sacrifique?
¿Vamos a permitir que las escuelas se conviertan en templos de Moloch?
¿Cuántos niños tendrán que contagiarse? ¿Cuántos morirán, antes de que se dé marcha atrás?
Yo creo que los niños necesitan convivir con otros niños o, como ahora se dice, “socializar”, pero no creo que puedan hacerlo con cubrebocas y manteniendo “la sana distancia”.
No tiene caso mandarlos a la escuela en esa forma.
Hay que recordar a quienes aprendieron en casa.
Borges y su hermana no fueron a la escuela, y sus padres les inculcaron sobre todo el amor a la lectura, el placer del texto, que ahora por cierto se considera una forma de consumismo.
Y así están las cosas.