Por Iván Ruiz Flores
Del “Tapado” de principios del siglo pasado al descarado destape del siglo XXI.
Ciertamente antes de la formación del Partido Nacional Revolucionario y del consiguiente Partido Revolucionario Institucional las rebeliones militares estuvieron a la orden del día cada vez que llegaba la etapa de la sucesión presidencial y el presidente saliente designaba a su sucesor. De acuerdo a la historia las hubo en 1920,1923, 1927 y 1929. Todavía con todo y partido se registró una más en 1939.
De ahí que el surgiera “El Tapado” y el posterior destape, cuando ya se acercaba la fecha institucional para hacerlo. Pero mientras, los que buscaban la silla se tiraban al suelo, hacían irigote y medio, daban marometas, barullos y escándalos.
Durante 64 años del priismo, cada seis años era esperado “el tapado” y se presentaba “el destape”, aunque hay que aclarar que en 7 sexenios los “destapados” por el mandatario saliente llegaron a la Silla Presidencial (Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez, José López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo Ponce de León). Posteriormente hubo un “destapado” por el PRI (Francisco Labastida Ochoa) y un autodestapado (Roberto Madrazo). Tras el triunfo de los panistas Vicente Fox y Felipe Calderón todavía hubo otro “tapado” y “destapado” por el Partido Revolucionario Institucional (Enrique Peña Nieto).
Y se acabó. ¿Seguros de que finalizó el mecanismo? Pues no. ¡Sorpresa! Este sistema del partido oficial fue retomado por ¡Morena!, más bien por su presidente que permanece en añoranza del antepasado.
Pareciera que como escribieran Larissa Adler Lomnitz, Claudio Lomnitz-Adler e Ilya Adler:
“Comprender analíticamente la distinción entre “hombres del sistema” y “hombres de confianza” es fundamental para entender la estrategia presidencial. Los hombres del sistema, que se someten siempre a los rigores disciplinarios de las transformaciones sexenales, son indispensables para las transiciones presidenciales y para la continuidad administrativa; los lugares en que el presidente entrante coloca a hombres del sistema son llaves de comunicación entre el nuevo presidente y los grupos excluidos de su círculo más inmediato. Por otra parte, los lugares copados por los hombres de confianza del presidente son muestra de la fuerza del mismo y de los espacios políticos que espera dominar”.
Lo que desconocemos hoy es si con este “rescate” de “el tapadismo” y de “el destape” plagiado por Morena, sucede lo que comentaban los mencionados estudiosos:
“La no-reelección obliga a que, cada seis años, se produzca una escisión interna entre los políticos y burócratas asociados al gobierno. Cada sexenio surgen nuevos “hombres del presidente”, y se redefinen las relaciones que guardan los burócratas (y los aspirantes a burócratas) con los altos círculos del poder estatal. La mayor parte de la tensión dramática del “destape” (es decir, de la selección de un nuevo candidato presidencial; se relaciona, sin duda, a la expectación que causa esta fragmentación y reorganización de relaciones y posiciones de poder. Por lo tanto, una buena parte de la actividad del candidato en la campaña se dirige a consolidar “su grupo” (los hombres del presidente) y a negociar posiciones y arreglos con los hombres del sistema”.
Como fuere, López Obrador montado en la estrategia priista ya destapó a respetables e ineptos para “la grande” en 2024 o por lo menos hizo la faramalla con la intención de distraer a tirios y troyanos, para quedarse sentado en la silla un sexenio más, lo cual ha sido su tirada desde el principio, con todo y que cada cierto tiempo diga que concluyendo su sexenio se irá a su rancho llamado “La Chingada” lo que la mayoría de los mexicanos espera.
Y todos quieren, aunque como dijeran los estudiosos allá por 1990:
“…la sucesión presidencial tiene que ser entendida como un periodo especialmente peligroso para el sistema: es una etapa donde, primero, culmina el poder del presidente saliente (en la designación de un sucesor); luego, es un periodo de relativo vacío de poder, en la medida en que el acto de designación de un sucesor marca el inicio de la caída del presidente saliente, al tiempo que el candidato no es aún dueño absoluto del poder (situación políticamente riesgosa)…”
Como fuere ya la copiaron.