Las Certezas y sus Espejismos  

Siri Hustvedt.
Los espejismos
de la certeza.
Seix Barral,
2021.
Barcelona.
400 páginas

Por David Marklimo

Es verdad lo que dicen varios científicos: no existe una teoría única para explicar lo que es la mente. Tampoco una respuesta a la pregunta de cuál es su relación con el cuerpo. Para explicarlo haría falta recurrir a la neurociencia, a la psiquiatría, a la genética, a la inteligencia artificial y a la psicología evolutiva. Y parece que ni así nos acercaríamos. Pero es más o menos lo que ha intentado Siri Hustvedt en Los espejismos de la certeza, un ensayo fascinante en el que Hustvedt ofrece un recorrido por los hallazgos científicos y las corrientes filosóficas que han intentado responder a estas preguntas.  Hustvedt siempre ha creído que ciencia y filosofía deben ir de la mano para ofrecernos respuestas sobre quiénes somos y cómo nos relacionamos con el mundo y sobre si aquello que consideramos un hecho, en realidad lo es.

El postulado central es el siguiente: las certezas sobre nuestro mundo no únicamente son pocas, sino también limitantes. Así se aplaude la duda y la ambigüedad, porque tenemos que examinar nuestras creencias y preguntar de donde provienen. La duda es fértil porque abre un pensador a pensamientos extraños. Con este propósito, la autora empieza hablando del cuerpo humano y la dualidad que siempre ha existido entre mente y cuerpo, así como también de los genes, su herencia y sobre la posibilidad con la que las aptitudes adquiridas puedan ser trasmitidas a través de estos, ya modificados a partir de ellas. Se nos habla sobre la agresividad y la testosterona en hombre y mujeres y la relación (no probada ni conclusiva) entre ambos conceptos y sobre la capacidad y habilidad de hombres y mujeres en campos como la física y la ciencia. Este punto, da pie a una reflexión sumamente interesante: la autora no pasa por alto el hecho de que nuestra cultura (que otorga a la mente un lugar preeminente sobre el cuerpo), base en esa premisa la inferioridad de las mujeres, asociadas y condicionadas por el cuerpo y su biología. Así, Hustvedt recoge datos de experimentos científicos variados que adjudican diferentes aptitudes innatas a hombres y mujeres para ponerlos en duda por razones científicas. Los clichés, a veces, no resisten el más mínimo análisis. El libro plantea muchas dudas que en ocasiones sirven para constatar que muchas afirmaciones no pueden darse, o al menos no de manera categórica. Al hacer esto, pero tiene un punto, como ya mencionamos: también es posible enriquecemos con las incertidumbres y las dudas.

De esta manera, el ensayo parte de la separación (en caso de que exista) entre cerebro y mente para, a partir de una breve introducción histórica sobre el razonamiento y la lógica, sobre la diferencia entre conocimientos innatos y adquiridos, sobre la genealogía y biología del ser humano, aventurarse en el campo de las emociones y su relación con el cuerpo y la mente, adentrándose en las posibilidades y limitaciones de la inteligencia artificial, no por la falta de desarrollo y avances de la misma sino debido a la complejidad y desconocimiento de cómo somos y por qué sentimos, cómo pensamos y en base a qué lo hacemos, elaborando de esta forma un exhaustivo análisis sobre la condición humana y aquello que nos hace diferentes, originales y no replicables ni simulables. Y el papel siempre clave, siempre decisivo de la cultura en nuestra formación como personas, porque las ideas tienen que resonar en la cultura. Hustvedt enlaza esta reflexión hablándonos sobre cómo se ha pretendido que el cerebro se vea como una máquina computacional, sin tener en cuenta características como la sensibilidad, o los sentidos. ¿Hasta qué punto el cerebro puede emularse? Es evidente que sí, si hablamos de puramente cálculo o incluso lógica, pero ¿qué ocurre en las esferas sensibles? Ahí no es posible, y se nos pide transformar toda la complejidad (el punto de vista en primera persona, la experiencia de estar despierto y consciente y pensando, o durmiendo y soñando) en algo tangible y real; algo a todas luces imposible. Es aquí cuando vemos que sí, que hemos convertido a la consciencia en un monstruo filosófico y científico.

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