Por Gerardo Gil Ballesteros
El nuevo trending de Netflix se llama Lupin. La segunda temporada del personaje creado por Maurice Lebanc en 1905 promete ser la aventura adecentada de las siguientes semanas. Adecentada, porque la serie descafeína a la creación original de las novelas, que de hecho se publicarían hasta 1950, tan larga como la saga de Mike Hammer, la inmortal creación -ineludible lugar común- de Mike Spillane. Ambos personajes producto de su tiempo. El primero un refinado ladrón que rescata la tradición del relato burgués de inicios del siglo XX (dixit Umberto Eco) y el segundo también un antihéroe, pero del lado de la justicia, aunque inmisericorde y racista.
Personajes de la ficción que exorcizan demonios de quien los consume. Literatura de consuelo que reivindica y entretiene. Lupin, la serie, creada por George Kay y con la actuación estelar de Omar Sy, un actor de color y ascendencia senegalesa, se aleja bastante del espíritu original que concibió Leblanc, pero algo rescata y ha gustado hasta a la generación de cristal que de todo se espanta.
Por principio de cuentas, y esto fortalece el relato, se juega con la metaficción, Assane Diop (Sy) admira al personaje de Leblanc y de hecho se comporta como él , es un hábil ladrón que no busca reivindicaciones sociales, pero sí venganza en contra de unos millonarios –que seguro leen The Economist- y que encarcelaron a su padre de forma injusta años atrás, donde murió. Es decir, típico de la moralina actual, no más el espíritu aventurero francés que dio origen a la saga literaria, hay que justificar la vida de forajido del protagonista. Pero algo de marginal conserva e incluso es un personaje algo contradictorio: es un amoroso padre con Raoul ( Etan Simon), quien hereda la afición por Lupin.
La realidad es que la serie francesa, ha gustado por el bien trazado relato de aventuras y una suerte de domesticación del personaje. Nunca figura como un Robin Hood, pero tiene un código de honor, asunto fundamental que se ve también en las novelas. La primera temporada, que constó de cinco episodios, dejó asustado al público con la desaparición de Raoul, todo indica que por una venganza, y en esta segunda, con la misma cantidad de episodios, nuestro protagonista va a cobrar cuentas.
Netflix no se sale de su zona de confort, la muy libre adaptación está pensada para un público muy joven que de plano no podría concebir a la creación de Leblanc sin crema chantilly, es decir, dotar al personaje de motivos para sus actos, en este caso la venganza, pero los guiones, de Goerge Kay y Francoise Uzan, que no son adaptaciones de las entregas literarias, están bien escritos y Diop, desprecia a la policía, se burla de la autoridad, vive de forma casi marginal excepto cuando está con su hijo y se junta con puro delincuente de guante blanco. O sea, ahí la llevan.
En todo caso, la serie en calidad argumental y de producción, está muy por encima de buena cantidad de producciones que alcanzan popularidad y fama en la plataforma, pero se desinflan rápido.
Y hay otro detalle para destacar: el furor, modesto, pero furor, que ha ocasionado la serie, trajo de vuelta a los libros, que se han reeditado con buen éxito. Lo anterior, no es un fenómeno para despreciarse.
El personaje, más identificado con la cultura popular europea, ha sido motivo de interés de personajes de la talla de Umberto Eco, que en El superhombre de masas ensayo sobre arquetipos heroicos y la razón de su éxito, le dedica un capítulo completo.
Un antihéroe aligerado es lo que presenta la serie, pero vale la pena darle una oportunidad en medio de tanta oferta muchas veces hueca.