Por Silvestre Villegas Revueltas
La semana pasada el periódico Milenio entrevistó al historiador Federico Navarrete Linares, especialista en el estudio de los pueblos indios y colega del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. En dicha plática sostenida por el académico universitario éste argumentaba varios asuntos que de siglos atrás han preocupado a la inteligencia mexicana respecto al papel de los indios en la historia mexicana y lo contraproducente, según su juicio interpretativo, que ha sido la construcción y utilización de la “historia oficial” en nuestro país. Relativo a lo último y como historiador, me resulta interesante la visión que de la Historia de México aparece actualmente en el discurso oficial del gobierno mexicano, su énfasis se ha materializado en la papelería oficial que, dicho sea de paso, me sirvió de acicate para releer sobre Leona Vicario y volver sobre el pensamiento de Quintana Roo y la revolución de Independencia. Vale la pena agregar que la historia canónica de México también ha sido utilizada por la oposición a López Obrador para atacarlo en su persona y acerca de su entendimiento sobre los sucesos de la historia mexicana; lo impugnan ya sea que declare su afinidad por los pueblos indios o por el contrario, en el hipotético caso de que se decantara por el hispanismo que forma la mitad del ser mexicano y de sus raíces familiares que provienen de Ampuero, Cantabria. Debemos recordar a los estimados lectores que desde el siglo XVII, fueron los criollos y no tanto los indígenas quienes construyeron, se apropiaron y lucharon políticamente hablando con un discurso acerca de las fuentes indígenas del ser mexicano. “La grandeza de Anáhuac, la Virgen de Guadalupe, el barroquismo novohispano” son tres de los temas que, originalmente relativos al mundo indígena evolucionaron durante los tres siglos coloniales. Luego se los apropiaron los criollos y con el paso de la época republicana, que ya lleva doscientos años, los tres elementos arriba señalados más otros del tiempo decimonónico provocaron que desde 1930 se fuera delineando teóricamente una corriente filosófica, de historia y expresiones estéticas que se dio en llamar “lo mexicano”.
El doctor Navarrete señaló en la entrevista referida que además de estar en contra de la historia oficial porque distorsionaba no solo determinados acontecimientos históricos sino la interpretación que se le quería dar a una determinada época como La Reforma (1854-1867) o La Revolución Mexicana (1910-1921), en la centenaria Historia de México y particularmente en los contemporáneos análisis económicos, de gusto en el consumo y de la sociedad mexicana que padece la publicidad de los medios de comunicación masiva, surgía de manera despiadada el racismo para con nosotros mismos: éste es producto directo de una sociedad que una vez fue colonia de una metrópoli europea. Nosotros vemos el racismo de los blancos contra las afroamericanos pero no vemos, y ello es un actitud racista, la que los mexicanos hacemos con los más morenos, con los indios que no saben hablar español. Y todo lo anterior resulta tener su origen en reflexiones alrededor de acontecimientos históricos relativos al proceso del descubrimiento de América, de la llegada de los españoles a la tierra continental de Mesoamérica, al contacto con los pueblos originarios en los hoy estados de Yucatán, Tabasco, Veracruz, Tlaxcala y los que habitaban en el Valle de México y finalmente a la caída de México-Tenochtitlán. En 1519 y en Cozumel, Hernán Cortés recibió a los emisarios del emperador Moctezuma quienes le regalaron objetos preciosos. Craso error que siguen pagando hoy los indios, lo mismo respecto a la riqueza minera de Sonora que los fondos bolivianos de litio indispensable para otra moda: los carros eléctricos que utilizan pilas altamente contaminantes.
Últimamente, y en ello han realizado un coro los historiadores que han tratado el tema, la derrota final mexica y la ocupación de la ciudad por los sitiadores fue realizada por “cuatro quintas partes de indios opositores al violento imperialismo llevado a cabo por los aztecas y solo una parte de españoles”. Hasta aquí los colegas. Debe recordarse que Cortés y sus huestes estaban fogueados por el ambiente guerrero peninsular, igual contra los musulmanes que la violencia ejercida por señores feudales contra burgos y siervos; asimismo los españoles que llegaron al Anáhuac tenían la experiencia de casi con treinta años de lidiar con los naturales americanos (1492-1521) que “fueron los indígenas quienes realmente hicieron la conquista” fundamental error de perspectiva histórica porque fue Cortés y los españoles quienes capitalizaron todo el proceso: desde la rendición incondicional de los aztecas hasta la constitución de la sociedad novohispana donde los peninsulares se ubicaron como el factótum decisorio de la vida colonial. Cuando menos de tres siglos después Napoleón Bonaparte fue derrotado en Waterloo por los ingleses comandados por el duque de Wellington, ¿quién ha puesto en primer lugar el papel decisorio que tuvo el prusiano general Blucher y sus tropas disciplinadas en la final derrota del Gran Corso? La historia universal canónica le ha dado a Wellington y los ingleses el lugar primigenio y lo mismo podría decirse respecto a la ocupación de Berlín y la final caída de Adolfo Hitler: fueron las tropas soviéticas quienes llegaron primero a los sótanos de la cancillería nazi, luego arribaron los aliados occidentales y después vino la partición de la ciudad. El pecado (sic) de los pueblos indios opositores a los terribles mexicas y brevemente aliados de los españoles fue su cruel destino posterior, de 1522 a la actualidad: un holocausto humano de dimensiones continentales que después de un siglo de ocupación española deja chico al de los judíos en la Segunda Guerra Mundial. Una existencia miserable y relegada donde, con toda razón el doctor Navarrete responsabiliza a las autoridades españolas, pero sobre todo a los gobiernos republicanos de la época independiente: los casos de Guatemala, Perú, Chile, Bolivia y Brasil son paradigmáticos.