Cuidado con el Autoritarismo

Por Federico Bonasso

En México hemos padecido durante muchos años un tipo de autoritarismo que, al ser difícil de personificar, elude muchas veces la mención y la crítica. Es el autoritarismo de las minorías ricas. Y pasa desapercibido como autoritarismo para aquellos analistas que no avanzan más allá de las categorías abstractas o de la dimensión teatral de la política.

Este poder, el de los grupos que han concentrado la riqueza, aprendió hace mucho a disfrazarse; y, salvo las manifestaciones grotescas de sus palafreneros, aprendió también a moderar sus impulsos teatrales. No tiene hoy un líder carismático, pero maneja su propio populismo, su propia demagogia, su propio chantaje, y ha impuesto su visión única sin escatimar en violencia.

La coalición de poder que puso a los partidos políticos a trabajar para el lucro de unos pocos instaló un autoritarismo mucho más pernicioso del que se le atribuye a López Obrador. Lo instaló hábilmente, sin mañaneras, pero sin tregua; promoviendo que algunas reivindicaciones legítimas de la ciudadanía fueran válvulas de escape (transición, instituciones autónomas, libertad de expresión, discurso liberal).

Pero tales logros, cuando de veras fueron logros y no escenografía, no mejoraron las condiciones de vida de las mayorías pobres. Estos tiburones del lucro recurrieron al magnicidio, al asesinato de opositores, compraron diputados o jueces, violaron el código penal y la Constitución cuantas veces les hizo falta para imponer sus negocios, mantener el statu quo e instalar su ideología. Usaron al poder político como un cartel más para alcanzar sus metas o para reprimir y silenciar periodistas, opositores, ambientalistas, activistas de derechos humanos. El presidente anterior era vocero de ese poder. Lo dejó muy claro cuando le indicó a los padres de los estudiantes de Ayotzinapa que ya debían “pasar la página”. Ese poder usó y usa hoy algunas instituciones y medios de comunicación para su beneficio y naturalizó prácticas criminales. Hizo cosas mucho más “horrorizantes” que procurar la extensión de dos años del mandato del presidente de la Suprema Corte (cosa que, por supuesto, no aplaudiremos aquí).

Si al analizar el presente no incluimos en la ecuación este autoritarismo del poder económico; su influencia directa sobre el Poder Legislativo y el Poder Judicial, estamos cometiendo una falta analítica imperdonable.

El sistema sobre el que se sustenta ese autoritarismo de la lana, al que, repetimos, nunca se nombra como tal, alejó a una enorme cantidad de gente del estado de derecho. Porque mientras “crecía” nuestra democracia, caía el poder adquisitivo de las mayorías y se perpetuaban la pobreza y la desigualdad. En términos de Sergio Sarmiento “crecía la envidia”, pues. (A este Terminator de las variables económicas, por cierto, se le escapa que la desigualdad no se mide solo con el Índice de Gini, sino, y principalmente, con la dignidad humana).

El régimen anterior produjo una enorme cantidad de individuos que perdieron su categoría de ciudadanos. Para muchísimos seudo mexicanos y seudo mexicanas, condenados a la marginación, a la cancelación de la movilidad social, no existía ni república, ni democracia, ni estado de derecho.

Promesas de todo esto, solamente, mientras la riqueza pública pasaba a manos privadas, la deuda privada a las espaldas públicas y el Estado era entregado a las redes criminales de todo tipo: las que escuchan música grupera y las que escuchan a Mozart.

Por supuesto que es fundamental analizar, criticar, denunciar las fallas del actual gobierno que juegan en contra de la erradicación de estas inercias. Pero negarle la voluntad de querer corregir muchas de ellas es, nuevamente, analizar la evidencia desde los filtros ideológicos.

Con Peña, con Calderón, se mantenía en pie la escenografía hipócrita que ha montado esta sociedad desde hace decenios. Muchos, incluidos los que se arrepienten de haber votado por López Obrador, extrañan esa escenografía que los separaba de una realidad oprobiosa. Escenografía levantada con un inveterado conservadurismo; no solo político, sino mental, cultural. Manifiestan un antiguo terror a cualquier cambio que amenace la correlación de fuerzas entre doblegados y privilegiados. Porque eso obligaría a repartir, y no se les antoja repartir nada, y mucho menos si se los impone el “líder carismático”. Allí ven el autoritarismo, y no lo veían en el destino miserable al que eran condenados millones de conciudadanos, para los cuales la democracia liberal era una entelequia.

Continuamente me hago la misma pregunta: si hoy López Obrador es acusado de “fascista” o “dictador”, y no falta quien convoca al golpe de estado (blando o duro, el que sea), ¿qué pasaría si el presidente promoviera una verdadera reforma fiscal que gravara a los que más ganan?

Estos grupos de la sociedad mexicana que ahora denuncian “la captura del poder judicial”, “la deriva autoritaria” y el “ataque a las instituciones”, son más culpables de lo que creen. Han hecho su aporte al “horror” en el que viven. A la “debacle” que denuncian.

El diseño social donde se movían más o menos a gusto, y que secundaron o promovieron con mayor o menor compromiso, tendrá secuelas que no podrán arreglarse en un sexenio. Y produce líderes como López Obrador. ¿Qué esperaban?

Los que quieren darnos clases de “historia elemental del populismo” debieron tomarlas ellos primero: ¿dónde hay ejemplos históricos de humillación continua a enormes mayorías de seudo ciudadanos sin que aparezca un líder popular que empatice con ellos y canalice esa energía política? ¿Qué pensaban que iba a suceder si el estado seguía en manos de los Videgaray, los Salinas y de los tiburones del profit?

Sí, López Obrador está haciendo uso del poder. No será como Fox, esa suerte de Maria Antonieta norteña, que llegó a la presidencia para dedicarse al protocolo mientras el gobierno era entregado a los intereses económicos. López Obrador está haciendo uso del poder político, y eso es lo que más desquicia a los horrorizados. “¡Está gobernando, está gobernando!” Porque el poder económico se había acostumbrado a la parálisis del poder político. Se movía cómodo en el México de ciudadanos de primera y seudo ciudadanos, esquema que gobiernos anteriores, traicionando el mandato constitucional, no tenían intención de modificar. Las élites, (que llevan tatuado el sistema de castas en el duodeno), detestan la sola idea de un México donde los “igualados” reconozcan sus derechos. O peor, se interesen por su pedazo del ingreso nacional.

López Obrador jugará al límite de sus atribuciones porque interpreta, y en parte acierta, que ésta no solo es una oportunidad, sino una emergencia histórica. Usará todo el poder que pueda porque sabe cómo actúa y traiciona a la sociedad, y también a la democracia, ese otro autoritarismo sin rostro, pero implacable, contra el que peleó (de manera pacífica, por cierto) toda su vida.

¿Que a muchos nos gustaría otra arena política, más “elevada”, con protagonistas de lujo? ¿Que AMLO fuera Olof Palme, que Anaya fuera Churchil, que Aguilar Camín fuera Oscar Wilde, que Ackerman fuera Chomsky? Seguro. No es ése el México que hemos construido, lamentablemente.

Este enriquecimiento de perspectiva al que invito a los horrorizados ¿equivale a callar, moderar, auto censurar la crítica al gobierno? Para nada. Pero anima a los horrorizados a incluir todas las variables en la ecuación, no solo las categorías donde se parapetan su miedo y su bronca de clase, bien disfrazados de liberalismo. Es un llamado cordial a balancear la “horrorización”.

Federico Bonasso es músico y escritor. Su último disco es La Subversión. Es autor de la novela Diario negro de Buenos Aires.

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