Alastair Bonnett,
Lugares sin mapa.
Un viaje alucinante a
sitios ignotos, editorial
Blackie Books,
256 páginas. 2017.
Por David Marklimo
Vivimos en un mundo donde suponemos que todo está perfectamente cartografiado. Todo (los campos de concentración norcoreanos o los sitios desde donde se puede lanzar un ataque nuclear) está en Google Maps e, incluso, con el HereWeGo es posible llegar a sitios a los que no sabemos llegar. Entonces, suponemos que la Geografía es una ciencia de la que ya está todo dicho, cuya utilidad ha terminado con su inclusión en las tecnologías de la información y la comunicación (TIC’S). Justamente, esta idea está puesta en entredicho con Lugares sin mapa, del profesor de la Universidad de Newcastel, Alastair Bonnet.
Ese sistema, producto de una suma de fronteras claramente definidas y hechos contrastados, es el que Bonnet pone en el banquillo. Él considera que la Geografía nunca ha sido estática, que esta ilusión se ha producido al tener el mapa como un icono de la Geografía, un póster fijo con líneas negras que parece esculpido por la naturaleza.
Así, en Lugares sin mapa, nos presenta la ciudad de la basura (en El Cairo) y las comunidades ecologistas (en Escocia), las utopías como Christiania (en Dinamarca) o Chandigarh (en la India), diseñada desde cero por el arquitecto Le Corbusier con aplicación estricta de sus principios racionalistas. Vemos, también, fronteras cambiantes, en el califato del Estado Islámico y las ciberutopías, como Second Life, que desafían las fronteras. Está, cómo no, el misterio del metro de Tokio y su anden fantasma. Exploramos nuevas islas, que emergen por el deshielo, producto del calentamiento global, e isletas sin dueño en carreteras perdidas.
Todos estos fenómenos no solo se encuentran en esos sitios ignotos, perdidos allá donde no llega el ojo orwelliano de la tecnología, sino que también son producto de la acción humana: el ya citado calentamiento global, la violencia étnica, los experimentos excéntricos, los caprichos históricos o la evolución tecnológica. En todos ellos, vemos claramente, que Google Maps no llega o no posee forma de localizarlos. Es aquí donde aparece el periodismo de viajes. Se necesita un reportero, un tipo valiente, que reconozca que tanto turismo y tanto viaje son un problema y que muchos de los desarrollos turísticos han perdido su encanto.
Se trata de una forma de escribir que intente reinventar la exploración como algo personal, único y disponible a la vuelta de la esquina y no solo montando en un avión y volando miles de millas. El periodista es el inicio de esa reinvención del viaje. En Lugares sin mapa, Bonnet consigue que entendamos esta necesidad, que vayamos un paso más allá y que pensemos en la ética, la convivencia, la amabilidad, la benevolencia o la preocupación por lo que ocurre a nuestro alrededor.
Bonnet se expresa con un aire muy personal, amable y con un punto irónico, pero también reflexivo, propio de alguien capaz de ver más allá de lo material, de captar el alma de los lugares o el aroma de su historia. En tanto que geógrafo, es imposible que no nos hablen de fronteras. Son sitios molestos, que pueden crear conflictos, pero también expresan y permiten diferencias culturales y diversidad política. Y eso es fascinante. La mayor parte del mundo, pensemos en el siglo XIX mexicano, por ejemplo, o en Alsacia–Lorena, ha visto las fronteras ir y venir. A menudo, no ha sido una circunstancia festiva. Desde este punto de vista, no se puede decir que un mundo de fronteras fluidas o sin ningún tipo de frontera vaya a ser un lugar seguro para la mayoría de la gente. Vale la pena recordar que sin fronteras no hay ningún lugar al que escapar ni otro al que migrar en busca de una vida mejor. La reflexión de esta mirada sobre la Geografía es digna de elogio: parece que todo se emponzoña en cuanto salimos de la abstracción o de los recovecos de la Historia y nos aproximamos al mundo actual y las pasiones y fobias de la gente de a pie. Eso, según Bonnet, también es motivo de estudio de la Geografía.
