Por Silvestre Villegas Revueltas
La semana pasada diversas universidades públicas, entidades de investigación como el INHERM, académicos desde su propia trinchera interpretativa y el gobierno federal encabezado por el presidente López Obrador, escribieron, razonaron, organizaron mesas redondas y planearon actividades oficiales como la llevada a cabo en Iguala, Guerrero, donde el titular de la república Argentina fue el invitado especial. El presidente Fernández declaró y lo reprodujeron los medios europeos, que la “Unión” proclamada en el Plan de Iguala debería ser una meta a conseguir por gobiernos y sociedades pertenecientes al subcontinente latinoamericano. Obviamente, los medios de información mexicanos no dijeron nada porque con rarísimas, y repito rarísimas excepciones, aquellos no son programas informativos de la amplia gama de noticias que se suceden diariamente en la república y el mundo, sino noticieros que se regodean en la llamada violentísima nota roja que todos los días se reproduce en el país.
¿Cómo llamar a las efemérides históricas que en el 2021 están organizando tirios y troyanos? La primera y más obvia nota discordante es en cuanto al bicentenario de la independencia. Los celotas que desde el siglo XIX y particularmente en el México postrevolucionario se atrincheraron en condenar la revuelta popular de Hidalgo y Morelos privilegiaron los acomodos iturbidistas. Subrayaron y lo continúan haciendo, que la independencia se consiguió a partir de que los muy interesados y opuestos intereses reconocieron al Plan de Iguala como el documento programático para materializar la separación del imperio español. Vale la pena contextualizar que para ese entonces (1821), en España se estaban implementando una serie de medidas liberales y secularizadoras que no podían soportarlas las elites novohispanas luego mexicanas. Siempre han sido así.
De asuntos esenciales el Plan de Iguala consignó la independencia de la América Septentrional, declaró la intolerancia religiosa, e invitó a un miembro de la casa reinante española para que, mediando un texto constitucional, gobernara al imperio mexicano. Puntualmente el documento suriano abundó en que permanecerían intactos los fueros y privilegios del clero católico, de las corporaciones civiles y del estamento militar; de esta forma el “Ejército Trigarante” se convirtió en garante del movimiento y de la final independencia.
Hay que recalcar, los individuos más progresistas de aquel entonces consideraron que salvo la expresa declaración de emancipación, no podían estar conformes con el sentido de diversas materias contenidas en el susodicho plan, pero eran minoría en las esferas decisorias de gobierno y el popular contingente militar liderado por Vicente Guerrero no era suficientemente poderoso. La entrada a la Ciudad de México se verificó el 27 de septiembre de 1821 y los oleos de aquellos años retrataron, a la otrora oficialidad realista que chistó poco de la infidencia perpetrada por el comandante Agustín de Iturbide contra el virrey Apodaca, quien le había encomendado debía derrotar a los insurgentes surianos.
¿Qué debemos celebrar y/o conmemorar: 1810 o 1821? Las dos fechas deben ser motivo de gozo y dado el carácter mexicano, que le gusta “el fenómeno del muégano”, unir las dos efemérides como en la actualidad se hace con el puente de día de muertos que va del 31 de octubre -Halloween- más los días primero y dos de noviembre. Pero en un plano serio debo recordarles a mis estimados lectores que los estadounidenses hacen fiestas el cuatro de julio (1776) y no respecto a la rendición de Yorktown en 1781 que culminó la guerra independentista. Los hijos de Francia celebran la caída de la Bastilla en 1789 y no el golpe de estado perpetrado por Napoleón Bonaparte en 1799 (principio y fin de la Revolución Francesa si dejamos de lado al Imperio Napoleónico que para algunos también consideran formó parte del movimiento libertario). Vale la pena elucubrar que Iturbide, el nacido en la Valladolid novohispana, como otros militarotes contemporáneos suyos vieron en el Gran Corso, por su acceso al consultado, luego ceñirse la corona imperial y muchas de sus campañas militares, un ejemplo a seguir, pero se quedaron cortos.
Los rusos conmemoran la “Revolución de octubre” de 1917 y no así la llegada de José Stalin como continuador de la revolución soviética que dejó una cauda de muertos durante la sangrienta guerra civil. En este sentido vale la pena particularizar que el iturbidista Plan de Iguala señalaba que se había conseguido la independencia sin muertos, olvidando que entre las filas insurgentes, entre los seguidores realistas y entre el pueblo llano que le tocó la mala suerte de ser presa de unos y otros, la Independencia de México se materializó con el derramamiento de mucha sangre, y si no que lo digan el intendente Riaño y el generalísimo Morelos. El historiador británico Will Fowler ha escrito en su reciente libro sobre la Guerra de Reforma, que ésta última como la gesta emancipadora fueron acontecimientos muy violentos. Y para redondear los ejemplos de fechas conmemorativas, recordemos que la Revolución China realza “La gran marcha” liderada por el Gran Timonel, como los cubanos subrayan en su historia patria “el asalto al cuartel Moncada y la campaña en la Sierra Maestra” en cambio han diluido las purgas que se sucedieron a lo largo de la década de 1960.
Todo lo anterior quiere decir que las celebraciones alrededor de un movimiento revolucionario y la independencia mexicana lo fue, siempre tienen un tratamiento histórico de innegables connotaciones políticas.
La llamada historia oficial no es una obra exclusiva de mentes calenturientas de los liberales decimonónicos y luego de los nacionalistas-revolucionarios mexicanos a lo largo del siglo XX. A partir de dicha trinchera interpretativa también es cierto que cuando el panismo gobernaba México en 2010, partido y simpatizantes quienes tienen su propia visión de la historia mexicana, promovieron que en ciertas producciones fílmicas, bajo el pretexto de quitarle lo solemne a la gesta independentista, representaron al padre Miguel Hidalgo revolcándose en la cama con una damisela novohispana. Pero esos mismos patrocinadores y guionistas fueron incapaces de mostrar, aquí sí, con la solemnidad debida y como ejemplo, la llegada de los restos mortales de Napoleón a los Inválidos, secuencia de la magnífica película Monsieur “N” (2003), cuyo argumento es esencialmente una ficción porque en ella el Gran Corso logra escaparse de la isla de Santa Elena.
Finalmente, en México, a pesar de lo expresado en el párrafo anterior y de los cambios de partido a lo largo del siglo XXI hasta la actualidad, la historia nacional y de acceso público difiere muy poco de la ortodoxia de los años 1960. Siguen apareciendo libros “masiosares”, se publican otros textos que han creado otro santoral paralelo al cívico/oficial, y tienen éxito los que se hacen llamar difusores de la historia los cuales aparecen en la sección de venta de libros en Sanborns. Finalmente, respecto a la Guerra o Revolución de Independencia (Luis Villoro dixit) la academia saca puntuales libros, trata asuntos especializados a ser consultados por los pares, produce muchos artículos publicados en revistas académicas, pero ha comenzado a caminar por un peligroso sendero: de los grandes temas pasó a la microhistoria y ahora trabaja en algo que pudiera ser llamado como la nanohistoria.