Ahorcando la Mula de Seises en el Gallo de Oro que Cumple Cien Años

Reportaje

*Es de las Cantinas Sobrevivientes que no Logró Matar la Pandemia

Por Susana Vega López

Allí se va a comer, a beber, a jugar dominó, a convivir, a platicar, a leer, a encontrarse con personas afines. Es la más antigua no de la Ciudad de México, ni de la República, sino de América Latina. La atención la brindan hombres, por tradición, porque en un principio estaba prohibida la entrada a mujeres, aunque desde 1982 se les permitió ocupar una zona especial y ahora ya invaden el lugar: la cantina “El Gallo de Oro”.

Se encuentra en la calle de Venustiano Carranza, esquina Simón Bolívar. Es un negocio familiar que cumple 100 años de haberse comprado pero que funciona desde 1874, cuando la situación del país se encontraba en momentos difíciles, como los de ahora, porque la gente evitaba reunirse, pero no por alguna pandemia sino porque había visos de revueltas.

Era el régimen de Sebastián Lerdo de Tejada quien había asumido la Presidencia de la República tras la muerte de Benito Juárez. En su mandato propuso una serie de cambios a la Constitución de 1857 referentes a las Leyes de Reforma. Se procuraba no hacer reuniones, aunque lo hacían en secreto. Y en ese clima de tensión, abrió sus puertas.

Cuenta con la licencia número dos de cantinas expedida dos años después de que se otorgara el primer permiso (1872) a la Cantina El Nivel, ubicada en pleno corazón de la Ciudad de México y que de manera intempestiva desapareció, comenta a Misión Política Enrique Valle, gerente de esta empresa familiar.

Refiere que fue su abuelo Ramón quien adquirió el negocio a finales de 1920 y principios de 1921. Se lo vendió -a plazos y módicos pagos- su paisano venido de un pueblo de Asturias, Emeterio Celorio quien a su vez se lo había comprado a don Antonio Huerta, un comerciante de telas.

La venta era por copeo y el señor Antonio Ulibarri, a quien le rentaba parte del lugar, vendía tortas. Había momentos en que había más gente en la zona de comida por lo que decidió pedirle el lugar y hacerse cargo de los alimentos.

“Mi abuelo tuvo mucha suerte. Era de rancho, fue autodidacta. Nunca tomó, pero se bebió muchos libros” menciona Enrique Valle y agrega que allí se reunían intelectuales, poetas, políticos, gobernadores, periodistas, artistas, oficinistas, banqueros y más. Lo frecuentaba Justo Sierra, Mariano Azuela, Guillermo Prieto, entre otros, así como poetas “de menor pelo” como José Cárcamo o el guatemalteco José Sansón “El Chino” Pérez.

ANÉCDOTAS

Recuerda que su abuelo era un tanto especial y que de pronto no estaba de buen humor. “Era la época del México bohemio. En una ocasión en que llegaron los poetas, mi abuelo los corrió. Ellos dijeron “vámonos, el gachupín está de malas”. Se cruzaron la acera y se pararon frente a la Plaza de la Ranita –de la cual dicen que la fuente que mojaba a la rana, está en la casa de Espinoza Iglesias, tras el temblor de 1985-. Fue cuando “El Chino Pérez” le compuso un soneto. Se lo mostró: “Mire don Ramón, lo que le acabo de escribir. Dice algo así como: Monarca del tapón, dejó el pericote –un baile andaluz- por el mariachi… y una serie de adulaciones que…”

Le gustó tanto que terminó por nuevamente invitarlos: “¡qué toman los señores’!”.

En otra ocasión estaban unas mujeres jugando dominó y una de ellas siempre ganaba por lo que en son de reclamo le dijeron que cómo le hacía, a lo que contestó: “yo sí sé coger (las fichas)” y otra más protestó: “¡momento!, estamos hablando del dominó…!” Y se escucharon las carcajadas.

Cabe señalar que aquí se filmó la película de “La Lotería”, donde se relatan cuatro historias, una de ellas protagonizada por Carlos Mondem, Ernesto Gómez Cruz y Patricia Rivera.

En las cantinas se leían letreros con la leyenda: “Prohibida la entrada a perros, mujeres, mendigos, uniformados y menores de edad”. Era la época de las ficheras, mujeres que invitaban a los hombres a beber; sólo ellas entraban.

“Era el club de Toby”. Rememora que fue en 1982 cuando se permitió la entrada a las mujeres por lo que se les acondicionó un área, un salón especial. “La mujer salió buena pa’l tequila y el dominó, en cuestión de cinco años ya pudieron estar por todo el lugar, pero lo que no consintió mi padre fue que hubiera meseras. Era muy tradicional. Y seguimos con esa regla”.

Meseros -como Vicente o Gustavo- duraron en su labor hasta 50 años porque, “a raíz de la pandemia, decidieron dejar de trabajar. Otros más ya murieron como Moisés o Alfonso. Ahora sólo estamos seis: el cantinero, el cocinero, dos meseros, mi hermano Carlos y yo. La situación está difícil. Tuvimos que cerrar más de medio año por la pandemia. Ahora trabajamos de una de la tarde a ocho de la noche”, afirma.

Se acuerda que su abuelo se retiró en 1972 y su padre tomó la administración hasta su muerte, a los 83 años, en 2019 y es cuando Don Enrique se hace cargo, junto con Carlos pues a los demás hermanos no les interesó el negocio.

“El Gallo de Oro” es precursor de las cantinas de lujo. Aún se conservan los gabinetes color amarillo de los años 70’s dispuestos en forma de “U”, así como la fachada, la barra y algunos vitrales. “Desconozco el por qué del nombre. El logotipo es un gallo afrancesado y los dueños eran españoles”, dice.

Afirma que a su papá le tocó la época de los 70’s cuando a la zona se le conocía como “el Wall Street” pues se encontraban muchos bancos. “Comenzó a circular la primera tarjeta de crédito, Bancomático… Estaba la central del Banco de Comercio… Banamex castigó a El Gallo de Oro porque sus ejecutivos no salían de esta cantina… nunca le otorgó la terminal para operar en este negocio”. También venía Don Goyo, “El estrangulador de Tacubaya”, y se sentaba en la barra.

Además, lo frecuentaron presidentes, gobernadores y políticos en general. Así fue Cuauhtémoc Cárdenas –quien iba con su familia-, el constituyente (de la Asamblea Legislativa) Altamirano Dimas, o los gobernadores Jorge Jiménez Cantú –iba dos veces a la semana- y Alfredo Baranda, entre muchos, disfrutaron de especialidades como el cabrito, la pancita, el mole de Oaxaca servido con pollo o en enchiladas, el lechón confitado, chapatas, cazuelas de carne, pata en chile verde y demás.

“Lo que más piden es el cabrito, aunque contábamos con un bufet –que ya no se permite- donde se ofrecían guisados como el mole de olla, la pancita, sopa de haba, carne a la tampiqueña y otras delicias mexicanas”, explica además de precisar que ahí no se ofrece botana –una característica de las cantinas- y que la comida se pide a la carta.

¿Y la competencia?, preguntamos, a lo que informó que por la zona ya casi no hay. “Como muchos negocios, las cantinas han ido desapareciendo: el famoso “Salón Luz”, “La India” o “La Vaquita” no aguantaron más por la pandemia. Aquí sólo quedan “La Ópera”, “El Mancera” y… nos debemos ayudar para seguir adelante”.

Se congratuló de que existen recorridos turísticos por cantinas y espera que se componga la situación para continuar en este sitio que tiene como bebida exclusiva el menyul a la veracruzana, una mezcla de yerbabuena martajada, azúcar, hielo frapé, ron, vodka, ginebra, cerveza y crema de cacao.

Actualmente cuenta con una terraza, una parrilla, el salón que originalmente fue para mujeres, y tiene un aforo de 250 personas listo para cuando el semáforo epidemiológico lo permita.

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