Por Ezequiel Gaytán
Cuenta la leyenda que un día Alejandro Magno le reclamaba a un pirata su oficio, a lo que éste respondió “soy pirata porque solo tengo un barco, si tuviese una flota me llamarían conquistador”. La anécdota, además de divertida, nos ilustra acerca la relación entre cantidad y calidad, pues en muchas ocasiones lo cuantitativo pesa más que lo cualitativo. Lo cuantitativo, como su nombre lo dice, equivale a lo numérico o aquello que puede ser medido y comparar estadísticamente. Por su parte, lo cualitativo se refiere a las propiedades valorativas que encontramos en un individuo, una organización e incluso en los objetos, ya que dicha apreciación se logra mediante la definición y comparación que pueda dar lugar a identificar similitudes y diferencias con algo semejante. De ahí que la percepción social de lo cualitativo es subjetiva, cultural y basada en paradigmas, muchos de ellos de carácter ético.
La relación entre lo cuantitativo y lo cualitativo la podemos encontrar, entre otras actividades de la vida, en la democracia, pues es una búsqueda permanente de equilibrios entre sendas singularidades. La democracia es, por un lado cuantitativa, ya que nos indica que lo razonable, lógico y prudente es que todas las partes reconozcan al triunfador, pues obtuvo el mayor número de votos, no obstante que el perdedor fuese una persona mejor calificada. De ahí que lo cuantitativo, en este caso se impone a lo cualitativo. Consecuentemente y, a fin de lograr que la calidad no se pierda del todo, es que se crea la figura de los contrapesos en el poder Legislativo al considerar la idea de los diputados plurinominales, con lo cual se aspira a alcanzar el equilibrio entre lo cuantitativo y lo cualitativo.
Sin embargo, la fuerza y el poder de lo numérico es, en la realpolitik, un hecho contundente y, en muchas ocasiones, regresando a la anécdota de Alejandro Magno, los piratas no dejan de ser piratas, aunque ahora tengan una flota de barcos.
Lo que está en juego, además del destino del país en los corto y mediano plazos, es la intención del mayoriteo que el Partido Morena desea imponer en la Cámara de Diputados y desde ahí continuar con su aplanadora de doctrinas unidimensionales, pues lo que desea es evitar el debate de las ideas con los partidos de oposición y que se acote el poder del nuevo presidencialismo.
Cuando en la democracia lo cuantitativo apabulla a lo cualitativo se corren riesgos de totalitarismo y el menosprecio a toda crítica. Aún más, cuando nos avientan por delante cifras de aprobación basadas en encuestas que no siempre explican el muestreo y nos sermonean con discursos repletos de arengas glorículas, entonces se corre el riesgo de sustituir a la democracia por la oclocracia. Léase, el poder de la turba o, para decirlo en español moderno, de la muchedumbre.
La oclocracia es, a decir del griego Polibio la degeneración del poder y a decir de Rousseau la desnaturalización de la voluntad general. Es la masa impensante que Ortega y Gasset estudió y nos advirtió acerca de sus peligros. El lumpenproletariado que Marx veía con recelo debido a su falta de conciencia de clase. Eso es la turba que trastorna y abate toda posibilidad de creación y construcción de acuerdos políticos. Es cierto que son una mayoría radical, descontenta, resentida y con sed de venganza contra todo aquel que posee algún bien. Que califica de enemigos a quienes proponen otras opciones que no sean las de su líder, que tacha de hostiles a quienes no se pliegan ciegamente al proyecto en el cual creen, que estigmatiza con prejuicios a quienes son diferentes.
Esa muchedumbre solo recibe información filtrada y lo que es peor, no la analiza pero llega a las conclusiones que los gobernantes quieren. Esa multitud es plana y sólo ve en la dirección que los oclocrátas desean. Me recuerdan a las anteojeras que los picadores de la fiesta taurina ponen a sus caballos.
Un mesurado equilibrio democrático en la relación cuantitativo-cualitativo es lo ideal si aspiramos a evitar degeneraciones políticas. La historia de los gobiernos no se escribe en términos de estadísticas de aprobación, sino de resultados de beneficios o deficitarios impactos sociales y, por supuesto, de los niveles de calidad de vida alcanzados en favor de la población. Tenemos mucho que perder si permitimos que la apatía se apodere de la vida nacional y que el gobierno, en su semblante de titiritero, le haga pensar a la muchedumbre que sus barcos son de conquistadores.