Por Silvestre Villegas Revueltas
El presente artículo saldrá tres días después de haber pasado el día festivo que conmemora a la Virgen de Guadalupe, y por lo que se ha informado en los medios televisivos y de prensa, muchos peregrinos guadalupanos avanzan como langostas a la basílica, lo anterior a pesar de que las autoridades estatales y de la Ciudad de México señalaron que el templo estará cerrado y que hay retenes en las inmediaciones de lugar. Debemos subrayar que las autoridades eclesiásticas no han llevado a cabo regaños admonitorios, suficientemente severos en materia religiosa, para que los fieles cumplan con las recomendaciones gubernamentales en torno a la peligrosidad de un contagio masivo resultante de las fiestas guadalupanas.
¿Qué hacer? Diría el claridoso Vladimir Ilich Lenin. El gobierno federal encabezado por López Obrador y el local de Sheinbaum explicaron, advirtieron y volvieron a hacerlo, en torno a que la reunión de multitudes no era aconsejable debido y que en los futuros días habrá un repunte de contagios en la ciudad capital, como en las entidades y pueblos adonde retornen los peregrinos. Sin embargo, el otro camino hubiera sido porque no lo será, que la Guardia Nacional, el Ejército, la Marina y las policías de todo pelaje se les ordenara detener y en su caso reprimir a los desobedientes fieles de la virgen, pero, estimado lector, si ello fuera implementado por el gobierno mexicano, inmediatamente tirios y troyanos acusarían al régimen de la 4T de ser autoritarios, dictatoriales, anticatólicos y demás sandeces.
Cuando se escriben las presentes líneas acabo de terminar una llamada con académicos ubicados en el puerto de Santander, España, los cuales nos avisaron que debíamos terminar la video-conferencia ¡¡¡porque había toque de queda que comenzaba a las 9 de la noche!!! Y las sanciones eran carcelarias o pecuniarias en cientos de Euros. Hoy, las autoridades de Cantabria como en el pasado fue el gobierno Chino o el de la Gran Bretaña -teniendo un argumento de sanidad pública- impusieron a la fuerza confinamientos totales. Es una obligación de los gobiernos en países soberanos llevar adelante medidas puntuales para evitar la propagación de una enfermedad como el Ebola y hoy el Covid-19, pero también es un obligación de los pueblos coadyuvar, colaborar, auxiliar e implementar aquellas medidas de la autoridad que tienden al beneficio público, como es el caso de la lucha contra la pandemia producto del coronavirus. En ello consiste la civilidad de un pueblo para con sus semejantes, pero el mexicano lleva décadas de haber perdido la noción de lo que implica la educación cívica que no solo ve por los derechos ciudadanos, sino por los muchísimos deberes que los habitantes de la república mexicana tienen para que se pueda vivir en sociedad. Lo que ha subrayado la cultura occidental por más de ochenta años es la preponderancia absoluta del yoismo, de los afanes individuales, del éxito particular, de “aquí mis chicharrones truenan”. Yo hago una fiesta para mis amigos hasta las cinco de la mañana, con música a todo volumen y que mis vecinos se aguanten –por decirlo en correcto castellano. Yo tengo derecho a utilizar mi bicicleta, a que mi negocio prospere a pesar de contaminar y tapar las cañerías, a que como autoridad construya banquetas innecesarias, corte árboles, proyecte trenes de vías elevada a costos estratosféricos, porque yo soy yo, las puedo y me vale lo que piensen o afecte a la comunidad. Eso es la realidad del México contemporáneo, eso es autoritarismo y corrupción, y eso es no tener una conciencia cívica de un pueblo que vive todos los días en sociedad. Si deambulara solo en una isla podría construir mi cabaña, hacer mis necesidades y organizar una parcela lo mismo aquí que allá, pero no en un país que tiene más de cien millones de habitantes. La existencia cívica debe ser promovida vía la educación, desde sus niveles elementales hasta los superiores porque lo contrario es la actitud abusadora retratada por el abogado Ricardo Raphael en su libro El mirreinato. Pero como en un buen matrimonio o en un divorcio, existen las dos partes y ambas son corresponsables en mayor o menor medida. No tirar basura es un deber ciudadano, en un delito penado en Singapur, pero sobre todo debe ser una actitud y disciplina llevada a cabo por la población; porque las autoridades municipales no pueden poner basureros y empleados de la limpieza siguiendo a cada individuo que tira basura en cualquier momento.
Volviendo a la circunstancia mexicana de diciembre de 2020, hay amplios sectores de la población que cumplen con las normas de sana distancia, cubrebocas y reclusión con salidas para lo indispensable, pero hay otros, comenzando con el Presidente de la República, López Obrador, que se niega a usar cubrebocas -ya sabemos que semejante utensilio no acaba con la enfermedad y brinda, quizá, un falso sentimiento de seguridad frente al virus- pero sí debería ser su utilización una forma de ejemplo para con el resto de la ciudadanía que trabaja o pasea en lugares muy concurridos, contaminados, y se infecta con más facilidad. ¿Cómo sancionar a los que no usan cubrebocas en lugares públicos si el jefe voltea para el otro lado? Repetimos, la civilidad es un asunto que compete a las autoridades y al pueblo mexicano, en el mismo nivel de responsabilidad.