Una Tierra Prometida,
Barack Obama,
editorial Debate
(Madrid), 2020.
768, páginas.
Por David Markino
Barack Hussein Obama fue electo presidente de Estados Unidos en 2008, en unas situaciones en extremo complejas, con una crisis económica que amenazaba con llevarse a la tumba al sistema financiero internacional. Además, el país se encontraba inmerso en dos guerras en el Medo Oriente, que desangraban a la juventud y polarizaban al país. Obama estuvo ocho años en la presidencia y ahora ha presentado la primera parte de sus días en la Casa Blanca. ¿Qué se puede decir de esta mirada interior al poder? ¿Es posible explicar los errores, los propios límites de un puesto que se considera el más poderoso del mundo?
Es un ejercicio interesante, al que Obama se aplica a fondo. No cabe duda que tiene una mente para la retórica y que es un gran narrador. Una tierra prometida, tal es el título de sus memorias, es un abanico de optimismo sobre el futuro con un ejercicio de introspección incluido. Esa confianza en el destino especial de su país, y en el carácter excepcional de Estados Unidos, vertebra las 768 páginas del libro. En esta primera parte, recorremos el camino que va desde su infancia hasta el momento en que el equipo de fuerzas especiales estadounidenses acabó con el líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden.
La célebre Chimamanda Ngozi Adichie, en una reseña para el New York Times, ha definido al libro como un interrogatorio salvaje a sí mismo… algo con lo que muchos no estarían tan de acuerdo… quizá porque la figura Obama está llena de contrastes, y eso se puede observar en el libro.
Veamos, Obama es consciente de que no fue elegido por su experiencia o por su rol como líder de un partido. No había sido gobernador ni había tenido una destacada carrera en el Ejército. Llevaba poco más de una década en política y tenía 47 años. Pero tiro de ego, y dejó atrás a la favorita de su partido, Hillary Clinton, en las internas demócratas y luego al republicano John McCain y fue electo enarbolando un mensaje de cambio y esperanza: Yes we Can. Se convirtió en un fenómeno global y en una figura que reflejaba la transformación en un país golpeado por el terrorismo y las guerras de Irak y Afganistán. De ahí, de esa retórica llena esperanza, se puede entender que se le concediese el Nobel de la Paz.
Son muchos los éxitos y fracasos de la administración Obama. Su manejo de la crisis financiera se puede considerar un éxito completo. Durante su gobierno, se implementó un enorme programa fiscal por US$787 mil millones, lo que estuvo acompañado de un estímulo sin precedentes por parte de la Reserva Federal. Después de haberse contraído 2,8% en 2009, el PIB promedió un crecimiento de 2,2% en los seis años posteriores. En cuanto al mercado laboral, se añadieron 10,46 millones de puestos de trabajo netos entre enero de 2009 y diciembre de 2016 y el país acumula 75 meses (más de seis años) creando empleos de manera ininterrumpida, algo nunca antes visto en la historia. Su política de empleo, también fue un gran acierto: la tasa de desempleo mostró una sólida recuperación. Luego de haber llegado a 10% en octubre de 2009 -su nivel más alto en 26 años-, la proporción de personas sin trabajo retrocedió hasta 4,7%, lo que es consistente con un mercado laboral saludable. Estas mejoras han permitido un repunte en diversos indicadores socioeconómicos, como los salarios. El ingreso real promedio de los hogares subió 5,2% en 2015, el ritmo más acelerado desde que comenzaron los registros en 1967. A su vez, el número de personas pobres bajó en 3,5 millones, lo que generó que el nivel de pobreza disminuyera de 14,8% a 13,5%, el mayor declive anual desde 1968.
Ahora bien, no hay que irse con la finta, como dicen en el futbol. Sus fracasos están a la vista de todos. Podríamos decir que no logró cerrar Guantánamo, esa prisión producto de la infamia. Tampoco cumplió a la hora de retirar las tropas de Afganistán e Irak, en parte presionado por la aparición del Estado Islámico, de quien consintió su expansión por Medio Oriente. No fue hasta 2014 cuando se autorizó los ataques aéreos contra sus posiciones. Estos datos bastarían para poner en tela de juicio el mencionado Nobel y sus contribuciones a la paz global. Pero sin duda, su administración será recordada por su actuación en Siria, donde dejó mucho que desear. En septiembre de ese año comenzó a bombardear Siria junto a la coalición internacional. Pero evitó desde un comienzo bombardear a las fuerzas de Basher Assad, quien usaría armas químicas contra la población, algo prohibido por la ONU y por la más elemental decencia.
También Obama dejó el legado de haber sido el Presidente que más ha deportado ilegales en los últimos 30 años. Catalogado como «deportador en jefe», rompió el récord con más de 2,8 millones de personas deportadas desde 2009 hasta septiembre de 2016, superando a George W. Bush (poco más de 2 millones) y a Bill Clinton (869,646). Si bien él se excusa en que deseo abolir la ICE (Servicio de Control de Inmigración y Aduanas) y la Patrulla Fronteriza, hay que reconocer que no tuvo éxito en cambiarlas. No obstante, fiel al relato de que los EEUU son la tierra prometida, Obama será recordado como un Presidente que realizó grandes esfuerzos para proporcionarles un estatus legal y papeles de trabajo a parte de los 11 millones de indocumentados, a pesar de la oposición del Congreso que les impidió la ciudadanía. En ese sentido, más de 700 mil jóvenes inmigrantes que fueron traídos de niños de manera ilegal a Estados Unidos (conocidos como dreamers) se han beneficiaron de un programa que concede autorización de empleo a quienes ingresaron al país antes de los 16 años y están en EEUU desde 2007.
Estos fracasos han sido empañados por una excelente retórica, por los grandes discursos como el de la Universidad de El Cairo, en el que ponía siempre por delante la defensa del multilateralismo y el respeto por las culturas del mundo, donde se escucha una voz poderosa, enamorada de su tonalidad y su profundidad. Esa voz encandiló a medio mundo, pero despertó recelos en una minoría demócrata, que logró separar el discurso de la realidad. A ellos, Obama les respondía siempre que había que aceptar la realidad, el mal menor, porque lo que se ofrecía era mejor que lo que había. De igual forma, conviene preguntarse por qué se publican estas memorias justo ahora, cuando había un proceso electoral en los EEUU. Obama aprovechó el libro para hacer campaña, no hay duda, y ajustar cuentas con Donald Trump, el destructor de su legado y creador de un sin fin de noticias falsas que irrumpió la dicotomía liberal/conservador. Su diagnóstico es correcto: los Estados Unidos de América se encuentran “al borde de una crisis democrática” por su extrema polarización. Pero se le escapa que él, en parte, también es responsable de esa polarización. En ese sentido, sirva la cita de John F. Kennedy, otro controvertido presidente demócrata, para retratarlo: “el hombre simplemente debe cumplir con su deber y esa es la base de toda la moral humana”. Cualquier observador agudo verá aquí que Obama no hizo lo que debía hacer sino, tristemente, lo que le convino. Y con esa gran sonrisa, ahora, nos explica los cómos, cuándo y dónde de sus acciones.