Una guía sobre el
arte de perderse,
Rebecca Solnit.
Ed. Capitán Swing.
Madrid, 176 páginas
Por David Marklimo
Vivimos tiempos muy convulsos, con el asistimiento y el distanciamiento social, con muchísima incertidumbre en el futuro no sólo personal, sino también del país y del planeta. Este ambiente, en teoría de resguardo, genera mucho estrés y mucha ansiedad. Los llamados riesgos psicosociales están a la orden del día. ¿Cuándo terminará la pandemia? ¿Cuándo podremos salir sin preocupaciones? ¿Retomar aquello que dejamos estancado a mediados de marzo?
Con un clima así, parece importante pensar en los desestresores, en la necesidad de resguardar la salud mental y olvidarse de todo un poco. Es lo que se desprende de la lectura del libro de Rebecca Solnit, Una guía sobre el arte de perderse. La lectura de este libro arroja una nueva y brillante luz sobre la forma en que vivimos ahora. Solnit relaciona el perderse con el concepto de distancia, como concepto asociado a la lejanía, física o temporal, una distancia que asocia al deseo de alcanzar ese objeto o esa idea, y aprovecha para sugerir que las personas nos equivocamos, pues tratamos el deseo como si fuera un problema que hay que resolver, que sería posible valorar el deseo como una sensación en sí misma y reflexiona sobre la tristeza, analizando y concluyendo “por qué las tragedias son más hermosas que las comedias y por qué algunas canciones e historias tristes nos producen un inmenso placer. Siempre hay algo que está lejos”.
Pero también es verdad que, como decía un antiguo poeta castellano: quien teme perderse es porque teme encontrarse. En situaciones de normalidad, podríamos decir que el arte de perderse se le atribuye a quien se siente lejos del hogar y en lugar de pensar en regresar o añorarlo decide regenerarse y adaptarse. Pero, estos no son tiempos normales, cabría decir. Cualquiera se siente angustiado, sólo, perdido.
Pero hay ejemplos que nos pueden ayudar a lidiar con esos sentimientos. Ahora mismo parece risible, pero la figura de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, el primer explorador europeo en lo que ahora son los territorios de los Estados Unidos y que buscaba la Fuente de la Eterna Juventud, tiene mucho que ver con la pandemia: el sentirse solo o sola, extraña, con incapacidad para expresarse y generar nuevas aptitudes ….
¿Somos, entonces, un explorador español al borde de la locura? Puede ser, pero aún los peores momentos pasan. Cabeza de Vaca, siguiendo con el ejemplo, sobrevivió a su fallida exploración y aún tuvo tiempo para suceder a Pedro de Mendoza como mandamás en los territorios del Río de La Plata. No descubrió la fuente de la juventud, pero si las cataratas del Iguazú.
Ahora bien, pese a lo que pueda parecer a primera vista, este libro no se trata de una guía espiritual ni de un manual de autoayuda basado en el pasado remoto. Al contrario: aquí se recogen elementos autobiográficos, donde la autora explora la incertidumbre, la memoria, la pérdida, el deseo y análisis de las decisiones tomadas. La importancia del libro consiste en indagar las cuestiones existenciales sobre la condición humana. Solnit sobresale cuando habla de reflexiones más que de anécdotas, donde expone sus pensamientos en lugar de describir situaciones, cuando nos habla de tristeza y soledad, y de cómo se relacionan con el arte: ¿es que la tristeza es un efecto secundario del arte que describe las cosas más profundas de nuestras vidas y verlas descritas, con toda su capacidad de hacernos sentir soledad y dolor, resulta hermoso?
Justamente, dados los tiempos que corren, es importante reflexionar sobre la pérdida y la necesidad no ya perdernos, sino de encontrarnos de nuevo y reconectar con nuestros deseos, nuestras añoranzas y nuestros miedos. Veremos, allá en el fondo del baúl, que aquello que encontremos es materia fecunda para la literatura, dado que “la escritura ya es lo bastante solitaria, una confesión que no recibe respuesta inmediata ni proporcionada, una primera frase en una conversación que queda interrumpida para siempre o que tiene lugar mucho tiempo después y sin el autor”. Quizá es el mejor ejemplo de lo que es un proceso interior: sólo el lector puede continuar ese diálogo infinito que empieza en un libro y nunca termina, perdiéndose en sus posibles interpretaciones hasta encontrar su propio camino y su propio significado.