Por Jesús Michel Narváez
Bombo y platillo. Hay que hacer ruido aunque los sonidos sean producto de la sumisión –que también suena- y todo sea una muestra de cómo no se deben hacer leyes.
Semanas atrás el genio de la lámpara sanitaria expresó durante una gira a Chiapas, en donde no fue bien recibido por cierto, que hay necesidad de alimentarse bien, dejar de lado la comida chatarra y no beber refrescos. La industria refresquera salió al quite y reviró la postura del epidemiólogo de la cabecera presidencial.
Dedicado a la grilla política con la supuesta y casi garantizada venia del presidente López, el vocero sanitario no ha explicado por qué si la curva estaba aplanada el número de muertos crece y ya rebasó los 50 mil.
Su fuerza, que la tiene, intimó al gobernador de Oaxaca, Alejandro Murat Hinojosa y ordenó a sus diputados hacer una ley que prohíba la venta de refrescos y comida chatarra a los niños.
Algo así como un letrerito: no se venden cigarros a menores”… “no se vende alcohol a menores”… pero que sirven para lo que se le unta al queso: para nada.
¿Por qué la afirmación? Hay que ser sumamente ingenuo por no decir el vocablo adecuado y que caería como anillo al dedo a los legisladores de Oaxaca, para suponer que el padre o la madre no le convidarán de su agua negra del imperialismo yanqui cuando estén comiéndose una rica tlayuda; y más inocente es suponer que en las tiendas para preguntar cuando un adulto pida un paquete de papitas o un pingüino: ¿es para usted?… porque a los menores no les vendemos.
El gobernador muestra la sumisión que ha sido declarada con las visitas presidenciales a la bella entidad, mágica con lugares por descubrir aunque se viva en ella, y con esta ley a modo lo único que hace es exhibirse. No impide que los ambulantes que venden chicharrones, papas fritas, frutas sin ninguna etiqueta que muestra las calorías. Ahí siguen alrededor de la Alameda o en las afueras de las escuelas y mercados.
La justificación: no debe haber niños y niñas obesas, con problemas cardiacos, hipertensión y diabetes. No hay una estadística que revele que en Oaxaca su población sea gorda. Y si lo es y está en los 570 municipios de los cuales 370 son de usos y costumbres, hay que revisar si lo que comen es fritanga o comida chatarra. Los que conocemos Oaxaca y bastante bien podemos afirmar que sus pobladores son en general delgados tirándole a flacos. La alimentación de calidad no abunda. Es síntoma de pobreza. Sin embargo, la comida cotidiana goza de cabal salud. No es chatarra.
Hacer una ley que será burlada por los padres, salvo que los encarcelen por darles a sus hijos refresco y comida chatarra, no impedirá la mala alimentación. Porque la buena, cuesta. Y lo que menos tienen los oaxaqueños es dinero.
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