Por Itzel Toledo García
Hungría es un país en el centro de Europa que cuenta con alrededor de 10 millones de habitantes. Desde 1989 es una república parlamentaria, después de estar regida por un gobierno comunista, y en 2004 se unió a la Unión Europea. Además, este país participa en varias organizaciones internacionales como Naciones Unidas, la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la Organización Mundial del Comercio, entre otras.
Desde 2010, el primer ministro de Hungría es el abogado Viktor Orbán, quien ya había ocupado el cargo de 1998 a 2002, y se ha encargado de dar un desplazamiento hacia el autoritarismo a la república parlamentaria. Esto le ha permitido mantenerse en el poder en las elecciones de 2014 y 2018. Algunos críticos describen su administración como la de un demócrata iliberal, en tanto permanece en el poder por medios democráticos, pero poco a poco desmantela la libertad y los derechos humanos. Además, Orbán se ha convertido en un líder de Europa central que llama a proteger a la cultura cristiana frente a la inmigración de musulmanes causada por los conflictos en Afganistán, Iraq y Siria.
Uno de los espacios donde se ha notado el golpe contra la democracia húngara ha sido el de los medios de comunicación. Paulatinamente, Orbán ha buscado obtener el control absoluto de los medios señalando que es necesario para el interés nacional estratégico. A su vuelta al poder en 2010, el primer ministro húngaro se hizo cargo de la televisión pública, misma que ha sido fundamental para esparcir la propaganda gubernamental, y año con año los medios privados los han ido comprando oligarcas cercanos a él. Así, Orbán ha logrado un control de la prensa diaria regional, sitios de noticias por internet y un canal comercial. Se calcula que 80% de los medios de comunicación son cercanos al primer ministro, lo cual ha disminuido la crítica a su administración de ultraderecha.
En 2016, empresarios cercanos al régimen compraron y después cerraron el periódico de oposición más importante: Népszabadság. Después, en 2018 hubo una reestructuración de cientos de medios independientes que los llevó a estar bajo el control de gente cercana a Orbán. También en ese año, el diario de oposición Magyar Nemzet cerró después de ochenta años de publicación tras problemas financieros. Además, la estación Lanchid Radio cerró sus puertas. En julio de 2020 se dio otro golpe a la libertad de expresión cuando Index.hu, el último gran medio independiente de oposición en Hungría, sufrió una reestructuración por cuestiones financieras: Szabolcs Dull, el editor en jefe, fue despedido y varios periodistas renunciaron como protesta ante el avance de control gubernamental de los medios de comunicación.
El control de los medios de comunicación en Hungría pone en entredicho la libertad de expresión y denota el fortalecimiento de la ultraderecha en Europa en detrimento de la democracia, algo que también está ocurriendo en otros países de la zona, como es el caso de Polonia. Además, fortalece los discursos de partidos como el Frente Nacional francés, ya que ejemplifica la posibilidad de gobernar con esta agenda.
El avance de la ultraderecha en la región pone en peligro la endeble estabilidad de la Unión Europea después del Brexit y la pandemia por Covid-19. Recordemos que la Unión Europea se asume como una comunidad política que busca la integración de los pueblos de Europa y se precia por defender la libertad, la democracia y los derechos humanos. Desde 2018 distintas voces en la Unión Europea han considerado que es necesario poner un límite al autoritarismo de Orbán. Cabe mencionar que éste ha incrementado en el contexto de la pandemia, en el que el primer ministro ha logrado afianzar aún más su poder, ya que el parlamento le permitió gobernar con poderes extraordinarios, sin límite temporal y sin control. Sin embargo, fuera de críticas en el seno de la Unión Europea no ha habido mayores repercusiones. Esto preocupa a la sociedad civil, organismos no gubernamentales y gobiernos que defienden una forma de democracia más abierta.