Por Joel Armendáriz
Hay que reconocerlo: el presidente de México es el mayor manipulador de información que hayamos conocido. En el pasado sería difícil encontrar a alguien que cotidianamente mienta y se salga con la suya.
¿Qué le duele más a la estrella del sexenio?
No crea usted que las críticas. Porque el habitante de Palacio Nacional –desde la muerte de Juárez nadie había tomado el corazón del poder político para vivir- tiene la piel más gruesa que los hipopótamos. Todo le resbala. Sin embargo, no podría vivir sin tener la atención de los periodistas fifí, de aquellos que forman parte del “hampa de la prensa”, de quienes le dedican sus espacios periodísticos lo mismo en prensa escrita que televisiva o radiofónica. Las redes sociales las tiene controladas con un ejército de robots y si alguien lo exhibe por sus desaciertos, entra en acción la respuesta que termina por desvanecerse ante la repetición de oraciones preconcebidas –alguien las escribe para su difusión, porque cómo hay coincidencia en el lenguaje- y que carecen de sustento.
¿Ha revisado usted el contenido de sus respuestas durante las llamadas mañaneras?… ¿ha leído sus discursos?… ¿ha escuchado sus arengas?
Si lo ha hecho, usted es una persona a la que le interesa saber cómo se gobierna este país. Y entonces ya se habrá dado cuenta que el paraíso prometido está más lejano que el perdón de Dios a Judas Iscariote. En materia de distancia, se diría que el nuevo Shangri-La podría estar en Marte o quizá detrás del Sol, dependiendo de dónde se ubique para admirar al rey de los Astros.
Escuchar cada mañana la letanía en la que se oxigenan los pecados de aquellos que no entienden que el pasado se acabó –como si fuera el descubrimiento del siglo XXI, porque el pasado, en efecto, ya se fue… existe para recordar lo hecho pero como la Historia: se queda pero no está- y que se está gestando el nacimiento de una Nación que nada tiene que ver con el concepto que hoy se tiene conforme a la construcción realizada en el pasado por los eruditos que hoy parecen intelectuales orgánicos. La definición de Nación tiene dos acepciones: 1.- Conjunto de personas de un mismo origen étnico que comparten vínculos históricos, culturales, religiosos, etc., tienen conciencia de pertenecer a un mismo pueblo o comunidad, y generalmente hablan el mismo idioma y comparten un territorio: «la nación judía»; y 2.- Comunidad social con una organización política común y un territorio y órganos de gobierno propios, que es soberana e independiente políticamente de otras comunidades.
Por supuesto que la definición no ha sido actualizada y el primero en mirar el futuro fue Marshall McLuhan, quien en sus libros The Gutenberg Galaxy: The Making of Typographic Man (1962) y Understanding Media (1964) definió al mundo como la Aldea Global. Sus textos hablaban desde aquel entonces de cómo las comunicaciones derribaron muros y fronteras para “estar en el lugar de los hechos” en el momento en que ocurrían.
Claro, es la opinión de un visionario. De un personaje que marcó desde los años sesenta la mística de la comunicación global, hoy despreciada porque se trató de un pensamiento “neoliberal” y en México los que conforman ese “selecto grupo” no son bien vistos por el personaje cuyo estilo de gobernar más se parece al de los años cincuenta y reeditado en los primeros años de los setenta. Por lo menos en México.
¿Cuál es la nación que se pretende construir sobre las cenizas del neoliberalismo y los reaccionarios burgueses?
Se trata, por lo hasta ahora conocido, de establecer el principio de que “primero los pobres” y por ello hay necesidad urgente de empobrecer a los que no lo son y que o bien heredaron fortunas –no necesariamente mal habidas- o construyeron su patrimonio con esfuerzo y tenacidad. Un ejemplo que le podría servir para reconocer el talento empresarial –con sus asegunes, como dirían los clásicos- es Carlos Slim Helú. Es considerado uno de los hombres más ricos del mundo e incluso hace un lustro apareció en el primer lugar de la revista Forbes. Sí, es verdad, tuvo la suerte de comprar Teléfonos de México en un precio que hoy sería irrisorio; cierto, contó con el respaldo del gobierno federal y desde 1990, cuando el 19 de diciembre asumió el control de la telefónica mexicana. Cierto, su fortuna ha crecido desproporcionalmente comparada con la de millones de mexicanos que no conocen siquiera la palabra. Pero lo que tiene, lo obtuvo por su habilidad, por su visión, por su confianza en sí mismo de poder con las grandes inversiones y dejar de ser el clásico mexicano del “ya merito”.
Como Slim hay cientos de empresarios que no salen a la palestra y cuyas fortunas en conjunto generan la envía de tirios y troyanos. A ellos, a los que se hicieron ricos, la mirada presidencial se dirige con una sola intención: fulminarlos.
Su fracaso lo irrita. Lo pone de mal humor y por ello repite, como plumífero verde y de lengua negra, la oración del día anterior, de la semana pasada, del mes pasado, del año pasado.
Descubrir algo novedoso, que no tenga que ver con la corrupción, con el avión presidencial, con la prensa fifí, con los abrazos y no balazos y demás expresiones en algún momento, es difícil. Ya cuesta trabajo entenderlo. Vaya, siempre ha sido la expresión más acabada de los galimatías cuya definición no deja duda: Lenguaje difícil de comprender por la impropiedad de las frases o por la confusión de las ideas.
¿Cuál novedad sí así ha sido siempre?
La diferencia es que antes del primer domingo de julio de 2018 era un ciudadano más, un crítico de los gobiernos, un activista que no le rendía cuentas a nadie. Hoy tiene la responsabilidad de gobernar un país que recibió, sí con problemas, pero en lugar de resolverlos tiende cortinas de humo ante sus fracasos políticos y sociales.
Por ello, el peor castigo para un necio es no escucharlo y que tome las decisiones que le vengan en gana porque, al final de la jornada, la historia lo juzgará… aunque ya se escribieron las primeras páginas y no le favorecen del todo.