El Pasado es una Liebre

Lana Bastasic, Atrapa la Liebre
Editorial NAVONA_FICCIONES.
Madrid, 2020. 272 páginas.

Por David Marklimo

Yugoslavia. Nada más decir esa palabra ya se amontonan en la cabeza una serie de imágenes: Tito, por supuesto, pero también Milosević y la guerra civil en los 90, los campos de concentración para los musulmanes bosnios, los aviones de la OTAN bombardeando Belgrado. Historias dramáticas hay muchas: ahí está el caso de ahora vilipendiado Novak Djokovic o también del Balón de Oro, Luka Modrić, que han contado situaciones espeluznantes vividas durante su infancia.  Para llevarlo a territorio conocido, deberíamos decir que crecer en Yugoslavia en ese entonces es similar a hacerlo ahora en Ciudad Victoria, Guanajuato, Nuevo Laredo o Culiacán. Siempre hay que estar alerta, no se puede confiar en nadie y, definitivamente, nada es como lo parece.

Pero ya nos fuimos por la tangente. Hablaremos de Yugoslavia, particularmente de la novela de Lana Bastašić, Atrapa la liebre. Sara ha emigrado a Dublín y vive alejada de los fantasmas del pasado yugoslavo hasta que recibe una llamada de Lejla, una vieja amiga. Ella le pide que vuelva a Bosnia y la acompañe a buscar a su hermano, Armin, desaparecido durante la guerra. ¿Es una novela de viajes? En parte, pero no sólo. Se busca, no únicamente al hermano, sino también lo que perdura de una vieja amistad a la que hemos dejado de ver, de una tierra que fue nuestra aunque ya no lo sea, de un pasado que nunca se termina de ir. Sara así, explora un pozo oscuro que la llevará a evaluar y redescubrirse. El ejercicio literario es profundo, oscuro, sensible, dueño de una gran complejidad.

Buscando al hermano, juntas irán en un Opel Astra de Mostar a Viena en un viaje que, más que un reencuentro inofensivo entre dos viejas amigas, será una inmersión en el corazón de las tinieblas de los Balcanes. En parte, recordamos a Los Detectives Salvajes, de Bolaño y en muchas otras a Alicia en el país de las maravillas. Así de complejos son los Balcanes. Con semejante paisaje, Sara entiende que es la geografía, llena de montañas, pero también de crímenes, la que le pide que un ejercicio de retrospección y en una indagación de su propia identidad. Pero también en una toma de conciencia de las posibilidades de la escritura: Sara descubre que su amiga Lejla (o Lela Béric, el nombre con que se protegió tras la guerra) es todo un personaje literario, pues entiende que es huidiza e inaprensible. ¿Cómo reconectarse con aquella persona de la que fuiste intima amiga? De esta manera, mientras avanzan el trayecto y en la búsqueda, ambas amigas se van dando cuenta que los recuerdos son volátiles y cambiantes, que la visión de una niña o incluso una adolescente, puede diferir si se analiza desde la distancia. ¿De verdad sucedió así? ¿Sucedió de día? ¿Era yo o eras tu? ¿Qué fue lo que en realidad pasó y por qué? ¿Dónde está Armin? ¿Cómo llegó a Viena?

Evidentemente, el peso de la guerra está en todo el contexto de la novela. Incide en la personalidad, en la amistad y en el futuro. Una guerra que para Lejla causó cambios de nombre, para pasar desapercibida, para aparentar lo que no se es, para tapar orígenes y esconder pasados. Y para Sara, que cambió de ciudad, de vida, para dejar atrás aquello que no se sabe asimilar todavía, es todo un dilema existencial. El papel de la lengua materna, también estalla. Al usarla, Sara se transforma, recupera y rememora la chica que era hace años, en un acto inevitable, en el que su personalidad se asocia a una lengua, a un tiempo y un lugar.

Todos los viajes son momentos efímeros, ¿cómo detenerlos y hacerlos eternos? Como si fueramos a a atrapar una libere en el campo, la respuesta que nos da Sara, o quizá mas propiamente de Lana Bastašić, tiene que ver la literatura, con esas herramientas que se toman de la pintura o de la fotografía. Sólo así, cuando se fijan claramente en la memoria, es posible atraparlos.

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