Por Emilio Hill
Activismo, compromiso, solidaridad. En el contexto actual; general y particular el personaje de la vida pública no se puede mantener al margen. Silencio es posición. Y lo mismo vemos a John Boyega admitir que su participación en las protestas por la muerte del afroestadounidense George Floyd por abuso policial en Minneapolis pueden costarle su carrera que, a algunos representantes del medio fílmico mexicano quejarse ante la desaparición del Fidecine en una clara traición del gobierno lópezobradorista a la comunidad fílmica. Cabe recordar que fue un medio que en general apoyo en campaña al gobierno actual.
No es tiempo pues de medias tintas. La vida pública, la fama vaya, como puente de activismo para causas sociales importantes. Ya sea la cultura o la justicia. En México o en Estados Unidos.
Larga, por fortuna, es la lista de personajes del entretenimiento que han levantado la voz ante la injusticia. En algunos casos como estrategia publicitaria, en otros por una preocupación legítima. Y ahí está Danny Glober y sus problemas con la ley por participar en diversas manifestaciones que reivindican causas sociales: por quejarse de una empresa que trata mal a sus trabajadores en Mariland en 2010 o bien años antes en 2004 sometido por la policía de Washington al protestar contra el gobierno de Sudán frente a su embajada por la crisis de Darfur.
Y Sean Penn en su rol de activista ante diversas causas y sus devaneos con la izquierda incluida sus entrevistas con los hermanos Castro -Fidel y Raúl-, no confundir con Gualberto y Benito, ya que sí tuvo un desliz con el espectáculo mexicano al lado de nuestra compatriota Kate Del Castillo y todo el periplo con El Chapo Guzmán, es otro ejemplo de fama y activismo.
George Clooney y esta semana su texto en The Daily Beast sobre el homicidio de Floyd es otro caso. En México en días recientes vimos como parte de la comunidad cinematográfica se quejaba ante la muerte del Fidecine, que en un principio se pensó había salvado la voz de Los tres amigos, en especial Guillermo Del Toro, pero que en una vuelta de tuerca parece que todavía no hay final feliz.
Ejemplos, de la vida pública al servicio de causas superiores. En este caso la cultura.
Un ejemplo muy especial es la del comediante Héctor Suárez, quien en un momento en el que el sistema político mexicano tenía pleno control de los medios de comunicación y además no había redes sociales, se atrevió a hacer humor político. Incomodó como todo buen crítico, no nada más a la clase gobernante, también a las buenas conciencias que se escandalizaron por lo agudo de su humor -solo por mencionar un caso- a la madre mexicana por medio de su personaje “Doña Soyla”. Los grupos más conservadores pusieron el grito en el cielo. La interpretación se vio en el programa ¿Qué nos pasa? producido en una primera temporada de 1986 a 1987. Las elecciones del 88 fueron el fin de ese show a petición del mismo gobierno.
Algunos años después, en 1991, Suárez sería vetado de Televisa: En el programa La Movida, conducido por Verónica Castro, el comediante haría un sketch, aludiendo a Palillo (Jesús Martínez) en el que en una parte decía: “¡Que chingue a su madre el presidente Salinas!”. El silencio reinó en el foro. Segundos después el comediante completaba: “El presidente de Salinas y Rocha”. Corte a comercial y la transmisión de ese día duraría menos de lo habitual.
Suárez contaba que lo mandó llamar el mandatario en turno y le explicó la imposibilidad de regresar, luego del chiste a Televisa, pero lo invitaba a participar en la entonces Imevisión, ya próxima a convertirse en Tv Azteca. Ese fue el inicio del programa La Cosa. El comediante, murió el pasado 2 de junio, y siempre se mantuvo en la línea de la crítica del gobierno en turno.
Personajes pues que no sin algunos sustos son cronistas de su tiempo y no meros bufones. Ya sea para denunciar una grave injusticia racial o bien un ataque a la cultura.
Aunque comodinos, siempre ha habido:
¿Verdad Gaelito?