Por Silvestre Villegas Revueltas
El día (20) en que se escriben estas líneas las cifras oficiales del Covid en México apuntan a unas seis mil muertes y casi sesenta mil contagiados, sorprendentemente, mismas cifras que en la misma jornada informan las autoridades del estado de Massachusetts, en los Estados Unidos. Al mismo tiempo, en diversos países europeos como asiáticos, el denominador común del Covid es que han disminuido las muertes pero los contagios suben a la primera provocación –léase el regreso a los contactos sociales, que aunque no iguales al 2019, sí tienen como razón de ser volver a llenar espacios públicos.
¿Qué hacer? Es lo que todos los gobiernos del mundo se están planteando, aunque no lo digan públicamente, y es la gran pregunta que se están haciendo en el caleidoscópico mundo empresarial con sus intereses que no necesariamente son afines. Muchos comentaristas, teóricos de la sociología y académicos especializados en epidemiología hablan de “la nueva realidad” sin ponerse de acuerdo, porque no lo desean y tampoco lo saben, cómo será vivir en un mundo, no de postpandemia, sino en pandemia. En el mejor de los casos contagios que serán circunscritos y con periodicidad recurrente.
Para el escenario mexicano el panorama es muy complicado porque somos una sociedad indisciplinada, con memoria corta, carente de un espíritu cívico y con actores políticos y económicos no solamente enfrentados sino profundamente egoístas. El gobierno federal ha estado empecinado en ciertos proyectos de infraestructura que todos conocemos, y los opositores también han estado montados en su macho de oponerse a todo, aunque la actitud de ambos bandos opuestos lleve al país a la confrontación social que es más peligrosa que una crisis económica. Dicen “el presidente polariza”, sí, pero empresarios y políticos hacen lo mismo. ¿No se han escuchado? ¿No perciben lo negativo de sus acciones rabiosas? Como el intento de amparo para que López-Gatell deje de llevar a cabo su informe de la tarde. Nadie con tres dedos de inteligencia cree que las cifras oficiales son las verdaderas. ¿Cuántos se murieron en el terremoto de 1985? ¡¡¡Unos miles y otros miles de desaparecidos!!!
Pero bueno, vayamos a la ruta del desconfinamiento. La Jefa Sheinbaum, a pesar o como resultado de las cifras diarias señaladas por el subsecretario de Salud, sabe que la Ciudad de México y los municipios conurbados en este Valle de México son el epicentro de la pandemia mexicana. Un semáforo de tres colores, que además puede retrotraerse, dependiendo de la incidencia de los contagios marcará las etapas de liberación. Si ya cualquier fin de semana es ver a mucha gente en las calles, imagínese estimado lector la apertura de plazas comerciales: toda la bola de gente estará paseando. Ya sé que los cines serán de los últimos en abrir, pero más bola se aglomerará y cuando alguno de los espectadores se le atragante el chile del hot dog (sin albur) y comience a toser repetidamente habrá pánico en la sala de proyección y en el peor de los casos lo agredirán físicamente. Somos salvajes y dichos comportamientos ya han sido documentados por la prensa.
En cuanto a los restaurantes, lugares que en mi caso sí se han convertido en oscuro objeto de inmoderados deseos, serán totalmente inapropiados los locales tipo a la francesa con mesitas pegadas, o de gran número de comensales como un viernes social en el San Ángel Inn. Al editor de Misión Política le gusta un restaurante que, por su poca gente, sí cumpliría con la sana distancia recomendada por las autoridades sanitarias internacionales… pero no voy a decir su nombre. Y como relataba un reportaje del Boston Globe acerca de un local de comida de Nueva Inglaterra: nos quitamos las mascarillas cuando llegaron los cocktails, copas, vasos, platos chicos y grandes, cubiertos y tacitas de café eran de plástico desechables. Servilletas de papel, condimentos y salsas en sobrecitos… parecía más que una comida formal un lunch campestre. El mesero nos advirtió que no pidiéramos un New York porque no podría cortarse con los cuchillos de plástico. Al terminar nos dijo que después de sanitizar mesa, sillas tendría que esperarse diez minutos para que pudieran ocuparla otros comensales. ¿Podrá esto suceder en una sucursal del restaurante Los Arcos o en el Sanborns de Los Azulejos un domingo cualquiera? Ojalá sí, pero será una experiencia distinta… por decir lo menos.