Por Nidia Marín
El preludio rojo sangre, deletreaba el futuro inmediato. Las fuentes de varias capitales de la República, incluida la Diana en la Ciudad de México eran el antecedente del porvenir que unas horas después llegó.
Día Internacional de la Mujer, fecha de la indignación, del reclamo, del recordatorio solidario e incluyente del actual sentimiento de las mujeres.
Niñas (y niños), jóvenes, madres, solteras, casadas, maduras y de la tercera edad llenaron las calles de decenas de ciudades mexicanas con diversas consignas fundamentalmente contra los feminicidios, violencia y asesinatos de mujeres.
Fueron miles las marchistas, tal vez más de un millón en todo México. Ya no habrá quien detenga la indignación que sobrepasa las barreras que diariamente colocan las iglesias y el gobierno y que el día de la marcha se tradujeron en derrumbes de las vallas y gases lacrimógenos, en bombas molotov y golpes.
Por estas tierras capitalinas en 10 kilómetros a la redonda de la antigua ciudad, por lo menos por ocho horas estuvo saturado de mujeres. Y es algo que no se puede tapar con un dedo, ni con una valla, ni con un retén o con una imagen.
Después vendría el día sin ellas y las calles, así como los transportes se vaciaron. Ayer, fecha en la cual, digan lo que fuere (incluido lo dicho por el Presidente en su soledad: “…es el conservadurismo disfrazado de feminismo), se registró el éxito del paro y millones se quedaron en su casa, a pesar de la advertencia de descuentos y acciones más drásticas.
Sin embargo, las abyecciones estuvieron a la orden del día, aunque en el caso de las mujeres reporteras mostraron su temple y su rechazo a las agresiones desde la cúpula del manejo de los medios.
Dos días que pueden cambiar los atavismos en México respecto a su concepción de las mujeres. Cuarenta y ocho horas que obligan a la reflexión y podrían modificar de fondo y de forma la actitud de los gobiernos (federal y locales), las normas que únicamente están en el papel y no se aplican para defender a las féminas y saciar su hambre de justicia, así como el de educación, sea escolar o en los hogares, que modifique la concepción que aun hoy se tiene de la mujer.
Doble jornada de protestas razonadas que, todos esperan no caigan en los oídos sordos y minimizadores de las actuales autoridades, reclamos que derroten el absurdo empecinamiento gubernamental que apela a la responsabilidad en su muerte violenta de miles de víctimas mujeres y rechaza el apoyo para ellas.
Esa actitud de subestimación de parte de quienes gobiernan la capital del país, por ejemplo, estuvo presente en la manipulación de imágenes congeladas en la televisión, para mostrar un zócalo a medios chiles cuando la realidad era un zócalo a reventar de mujeres.
Lo triste y terrible es que mientras ellas marchaban los asesinatos de mujeres en el país continuaban en diversas entidades, aunque las anarquistas encapuchadas, una vez más, exhibieron también su violencia mediante bombas molotov y agresiones.
Y es que no faltaron las provocaciones: ¿a quien se le ocurrió en la Iglesia Católica pronunciarse en la reja de la Catedral Metropolitana contra el aborto en momentos como esos? ¿quién decidió la imagen congelada que se tomaba desde la sede del gobierno capitalino, en el antiguo Palacio del Ayuntamiento? ¿Qué necesidad señora Sheinbaum? ¿Así quiere gobernar el país?
Algo también criticable fue la destrucción de monumentos. No se logra nada sensato con despedazar la Puerta Mariana de Palacio Nacional o destruir la base de la estatua de Francisco I. Madero a caballo, mientras le pintaban de morado y rojo las patas del corcel. ¿Con eso se gana algo? Pensamos que no.
Pero hay coraje, mucha ira. Ni como decir que no.