Dar las gracias no es suficiente, Carlos Bortoni. Nitro Press, 2019
La gratitud es la memoria del corazón.
Arthur Schopenhauer
Por David Marklimo
Una de las grandezas del arte consiste en dar nuevos puntos de vista a los actos más cotidianos, enfocar algún detalle que, al ampliarlo, hace ver el hecho como algo nuevo y distinto. Más o menos eso sostenía el célebre fotógrafo Henri Cartier-Bresson y es lo primero que viene a la cabeza leyendo la novelita de Carlos Bortoni, Dar las gracias no es suficiente.
Habiendo dicho eso, detengámonos un poquito en el título. La mirada inicial de Bortoni detecta algo muy llamativo en nuestro comportamiento diario. Damos las gracias en la oficina, en el trabajo, en la piscina, en el bar, en la calle, en las notas que escribimos para la maestra de nuestros hijos en el colegio y un largo etcétera. Decimos gracias hasta cuándo nos preguntan cómo estamos. Seguramente es de las palabras más usadas en la lengua castellana. … Es tan cotidiano, instintivo, que ya lo decimos de mala gana, convirtiéndolo en una respuesta producto de la obligación. La cortesía, el protocolo, los buenos modales y las buenas costumbres -o lo que sea que ello signifique- son el reflejo, a veces, de la hipocresía rampante. Existe, entonces, una gran paradoja, pues dar las gracias no es lo mismo que ser una persona agradecida; es más, ni siquiera es ya sinónimo de ser una persona educada.
Dar las gracias no es suficiente nos presenta las estrategias del Sr. González, un adulto mayor que trabaja como empacador en un supermercado: una de las personas que seguramente escuchan más la palabra gracias en el día. De nuevo, Bortoni nos agudiza la mirada al señalarnos que no es esta la mejor situación para las personas de cierta edad. El Sr. González, por ejemplo, tiene reumas en las manos. De esta forma, entre el agradecimiento diario de quien va a comprar al súper y las limitaciones propias de su edad, va aprendiendo los gajes del oficio, siempre equivocándose, gastando las pocas energías de su ya viejo y cansado cuerpo.
Sobreviene el dilema: las monedas que damos a los adultos mayores en el súper ¿son, efectivamente, una muestra de agradecimiento o, por el contrario, son producto de la lástima? Pongamos que es más lo segundo que lo primero, entonces, ¿es lícito ver la lástima como un producto? ¿Es posible que esas sean las reglas del juego: dado que no quiero problemas de conciencia, mejor doy unas monedas aunque no sean 30 ni sean de plata? ¿Qué distingue a la lástima de la compasión? La lástima es un sentimiento pasivo, donde todo queda igual. La persona que la siente no hace nada con dicho sentimiento. Es más, prefiere no hacerlo. La lástima implica una distancia emocional y cierta jerarquía social. Es así que nos referimos al otro como “pobrecito viejito”, dándole unas monedas que jamás lograrán curarle de sus reumas. La compasión es otra cosa, una acción positiva que puede surgir del enojo, pero que busca, no ganancias, sino bienestar.
No es un tema ni una discusión menor. El libro ha salido al mercado justamente cuando se debate sobre esta situación: en México existe el Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (INAPAM), que tiene “Sistema de Empacado Voluntario de Mercancías”, en el que participan personas de 60 y más, en condiciones similares a las que padece el Sr. González de la novela. Revisar -abolir, más bien- este sistema le correspondería a la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STyPS), dado que la Ley marca que deben recibir un sueldo justo. ¿Hasta dónde llegó la lástima de los anteriores gobiernos y dónde debe comenzar la compasión de este nuevo? No hay mucho más que decir: las desdichas que ocurren en este país. Es así. Los seres humanos que habitamos este “cuerno de la abundancia” somos ingratos, carecemos de gratitud y hemos perdido todo acto de empatía. Cuando cambiemos estas actitudes quizá cambiemos al país.
Finalmente, no se escapa que, por azares del destino, esta discusión sobre la lástima llega para el 20º aniversario de Misión Política. Ha sido un tiempo que ha transcurrido como un suspiro y todavía hoy recuerdo aquella entrevista en una oficina por La Noria. Siendo irónicos, al salir, me quedaba la duda de si se sentirán lástima de mis ansias juveniles o, sí por el contrario, se compadecerían de mí. Ojalá algún día me resuelvan esa duda, dado que ya a estas alturas, dar las gracias no es suficiente.