La Apertura Democrática y la Falta de Institucionalización

*Desde Antes Conoció los Subterráneos del Sistema Político

*En el Omnímodo Presidencialismo Piramidal se Encargaba de Todo

*Estuvo Enterado de lo que Aconteció en 1968

*Hoy Para Formalizar los Cambios Requiere Dominar la Cámara Baja

*Pero También Ganar al Menos 12 de4 las 15 Gubernaturas

Por Ezequiel Gaytán

Luis Echeverría Álvarez tiene 98 años. Fue presidente de México de 1970 a 1976. Hasta antes de su candidatura en 1969, fue un político muy discreto, un servidor público eficaz y un administrador eficiente. De hecho, mostraba el rostro que sus jefes siempre esperaban de él. De ahí que se rumora que Gustavo Díaz Ordaz (GDO), cuando ya era expresidente, llegó a decir “yo no conocí a Luis”. Lo cual no lo dudo, pues Echeverría Álvarez, antes de ser el ungido, fue un individuo ambicioso, discreto y retraído. Hizo su carrera en el Partido Revolucionario Institucional y en la Administración Pública Federal, por lo que nunca tuvo un puesto de elección popular como había acontecido desde Miguel Alemán hasta Díaz Ordaz.

Fue Subsecretario de Gobernación en el sexenio de Adolfo López Mateos y ocupó esa cartera durante cinco años del gobierno de GDO, lo cual nos indica que conoció los subterráneos del sistema político mexicano y sabía quién era quien en la vida política de México. De ahí que estuvo enterado de todo lo que aconteció en 1968, por lo que cuando fue presidente de México decidió que la estrategia a seguir con el propósito de menguar el descontento juvenil y social fue algo que él denominó “La apertura democrática”.

El concepto nunca me quedó claro. No fue un programa de trabajo conducido por alguna secretaría de Estado o algún comité especial de esos que tanto le gustaban y ni siquiera la formalizó en un fideicomiso público que era su salida administrativa cuando aplicaba la fórmula “comprar, cooptar o corromper”. Echeverría personalizaba la apertura democrática. Él se encargaba en el omnímodo presidencialismo piramidal de todo. En su figura se centraba la “apertura” y nunca la institucionalizó. Lo que se aprecia a la distancia del tiempo es que esta consistió en una serie de contradicciones tales como desconocer el triunfo del Partido Popular Socialista en Nayarit, ampliar el gasto social, incrementar el presupuesto a las universidades públicas, liberar a los presos políticos del 68 y apoyar algunas producciones cinematográficas como Canoa. Pero la censura siempre estuvo presente.

Seguramente alguien en algún momento le debe haber sugerido a Echeverría Álvarez la Reforma Política como una salida institucional ante los problemas de radicalización de grupos de izquierda, el crecimiento demográfico, los problemas de urbanización, la crisis económica, la guerra fría, el cambio cultural y el surgimiento de jóvenes politizados. Pero al parecer la idea no la consideró prudente u oportuna. Difícilmente lo sabremos. Existe la teoría de que el ex primer mandatario no aceptó la propuesta debido a su eterna desconfianza, su gusto por el control, su pasión por el poder y su gozo por rodearse de intelectuales como lo fueron Carlos Fuentes y Fernando Benítez. A lo anterior sumemos su vanidad y que no estaba dispuesto a soltar lo que él consideraba algo muy propio y personal.

Afortunadamente el malestar en la sociedad encontró salida institucional al sexenio siguiente con la Reforma Política y México volvió a hallar la solución formal a un grave problema.

Los cambios son trascendentes cuando se formalizan en instituciones y no se personifican en individuos. Así lo ha demostrado la historia. No importa si el político es un demócrata o un tirano. Recordemos el fracaso de Charles De Gaulle con su referéndum en 1969 en Francia o el ridículo de Pinochet en Chile cuando la sociedad le manifestó su rechazo en aquel plebiscito de 1988. Ambos personajes, lo sabemos, eran muy engreídos.

Institucionalizar los cambios requiere legalidad y legitimidad. México no es la excepción. La legalidad la puede lograr la actual administración pues domina, en términos prácticos, al Congreso de la Unión. Empero si lo que desea es formalizar los cambios el próximo trienio, lo que necesita es volver a dominar en la Cámara de Diputados y ganar al menos 12 de las 15 gobernaturas que se disputarán el próximo año. Eso significa, por ejemplo, que podría modificar el artículo 40 constitucional y dejemos atrás el régimen democrático. Sin embargo, la legitimidad no se ve tan clara, pues el presidente de la República ha dividido a la sociedad de manera temeraria. Además, ha centralizado en su persona como lo hizo Luis Echeverría, su idea de cambio. Uno en nombre de la apertura democrática y el otro de la cuarta transformación.

Son dos ideas abstractas y conducidas unipersonalmente. En el caso de Echeverría “la apertura” murió el último día de su mandato. No sabemos acerca del destino de “la cuarta” pero no se ha institucionalizado. Tal vez estoy adelantando la suerte y el actual gobierno logre institucionalizar su propuesta más adelante. Pero hasta el momento me recuerda – en ese rubro – a la figura de Luis Echeverría Álvarez.

 

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