Los Aires del Cine Mexicano (El Otro Rostro)

La Tiendita de los Horrores

Por Emilio Hill, (Tercera y última parte)

“Moronga” (John Dickie, 2017), el filme ganador por decisión unánime en el marco del Festival de Cine de San Andrés Cholula (6-10 de noviembre), es el otro cine mexicano. Aquel que tiene una tradición ya de décadas, aunque no tan conocida como el cine popular.

Y es que por un lado, es la visión sin concesiones o complacencias del México profundo –el director es escocés, aunque lleva más de dos décadas de vivir en Oaxaca-, que elude   la mirada paternalista al estilo Coco (Lee Unkrich, 2016) .

Es en todo caso una visión cercana pero externa de largometrajes como Bajo el Volcán (John Huston, 1983), basado en la compleja novela de Malcolm Lowry. Es la radiografía del cine mexicano, vuelto significado implícito, que elude sobre interpretaciones, ya que lo que vemos en pantalla es claro: surrealismo puro.

En este punto se puede citar esa visión de lo mexicano, visto -en un origen-, por culturas ajenas a la nuestra pero asimiladas a lo largo de más de dos décadas, el caso de Dickie. Lo otro como propio con los ajenos, está, por ejemplo, en ¡Qué viva México! (Sergei Eisenstein, 1931-1979).

Y hay algo más, la narrativa como punto de ruptura, que trastoca los valores convencionales a la Griffith. Un caso claro es el filme La fórmula Secreta (Rubén Gámez, 1965). La película fue ganadora del I Concurso de Cine experimental, y es una radiografía de la mexicanidad.

Los dos puntos: identidad-ideología y narrativa convergen en un relato en el que los acontecimientos se suceden sin una lógica cronológica convencional. Incluso, está permeada de surrealismo: no sabemos si lo que sucede en la película, es real o una pesadilla- sueño que transcurre en nebulosa y ocre palera de colores.

Moronga, cuenta –de manera aparente- la odisea de Peluco ( Matt O’Leary), un gringo que vive en Oaxaca y parece es ex marine estadounidense, nunca lo sabemos a ciencia cierta, y entabla una relación con el travesti mesero (a) que fluye con ropas de Marilyn Monroe (el estupendo Kristyan Ferrer).

Peluco, luego de un acto salvaje y violento que involucra a Marilyn, huye y es secuestrado por manifestantes –en clara alusión a la Appo- encerrado, se escapa, pero ayuda a un empresario ordinario y corrupto, Don Elizario (José Sefami), quien en recompensa lo lleva a la fiesta de quince años de su hija, producto de una violación a una de sus empleadas.

En la fiesta, el gringo se droga, alucina que está siendo parido y baila con la festejada. Los acontecimientos se suceden en una vorágine de sutil ironía y locura narrativa de ritmo y montaje.

Pero todo converge en un análisis del ser mexicano y sus recovecos como el culto a la muerte sin que la narrativa sea convencional.

Moronga es el otro cine mexicano. Aquel que deja de lado el montaje y la radiografía habitual para provocar al espectador. Los significados son claros pero las analogías son tarea del público.

Rica a nivel visual y dotada de un agudo humor, el filme no deja pie con cabeza: la disfunción de la familia, la violencia, la muerte y sus significados, la política ordinaria y ser desde el otro, se ven en este filme.

Una respuesta clara en la película no se puede encontrar ya que todo tiene la cortina de lo irreal. Dickie construye un imaginario nacional desde la otredad y la edición.

Ese cine mexicano, es el que construye audiencias y no la chata, convencional mirada de la copia de géneros estadounidenses.

Y ahora sí, la próxima semana toca el turno, no a un escocés, sino a El Irlandés, pero de Martin Scorsese.

 

 

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