Por Rafael Navarro Barrón
Cientos de mexicanos no daban crédito a lo que veían sus ojos. Desde “la laguna”, como se le llama esta parte del mar Adriático, se observa una ciudad devastada como no ocurría desde 1966 cuando una crecida del mar hundió temporalmente la emblemática ciudad italiana.
Los latinoamericanos, cientos de ellos de origen mexicano, pedían recorrer la ciudad de las góndolas, pero los carabinieri lo prohibieron porque estaba en riesgo de que la marea volviera a inundar, por segunda ocasión, la ciudad como ocurrió horas después de una segunda evacuación.
Así fue. El agua sepultaba una parte de la catedral de San Marcos al subir 1.87 metros. El templo en honor del evangelista estaba lleno de agua salada. El enorme atrio lucía bajo el agua cubriendo un ancestral empedrado que está de varios siglos atrás.
Decenas de hoteles, negocios y edificios reliquia quedaron anegados por el agua del mar. Los escasos habitantes resguardaban sus propiedades mientras las góndolas se abatían una contra la otra sin ningún control.
Una larga pasarela que de alzaba más de un metro, era el pasadizo para abandonar la ciudad que, en las últimas horas, abrió una cuenta bancaria para recabar los fondos que van a necesitar para reparar los daños.
Se estima que un 98 por ciento de la economía de la ciudad está concentrada en el turismo. Los latinoamericanos son una fuente importante de ingresos -muchos de ellos mexicanos-, que llenan los buses turísticos para recorrer las ciudades europeas.
Los expertos habían advertido que esto ocurriría y ocurrió. Cada vez que la ciudad de Venecia se ve inundada por la marea llamada “acqua alta”, los italianos vuelven a debatir sobre el proyecto de protección contra inundaciones MOSE (Modulo Sperimentale Elttromeccanico). Esta muralla de protección, formada por 78 compuertas basculantes colocadas en las bocas de la laguna de Venecia que desemboca en el mar Adriático, fue concebida en los años 60 y planificada en los 90. En 2003, el entonces presidente italiano, Silvio Berlusconi, dio la palada inicial, pero, desde entonces, la construcción del megaproyecto, inspirado en sistemas similares en la ciudad portuaria de Rotterdam y en el río Támesis, en Londres, se vio obstaculizada por demoras, explosiones de costos, cancelaciones y escándalos de corrupción.
CAMINATAS ENTRE LOS LODAZALES
Los mexicanos ingresamos a Venecia con las clásicas botas de plástico con suelas que evitan los resbalones. Caminamos entre el agua que cubría 20 centímetros de nuestras piernas.
La compañía de turismo decidió regresar el costo del paseo por las góndolas y siguió las recomendaciones de la policía, que ordenó la salida inmediata por la inminente creciente que se había agudizado por una intensa lluvia.
Las cadenas de televisión de todo el mundo daban cuenta de lo que ocurría en las calles y canales venecianos. Las barcazas regresaron a puerto mientras la policía reiteraba la invitación a abandonar la ciudad y a evacuar a cientos de turistas que estaban en los pequeños hoteles y hostales de Venecia.
El cielo encapotado marcaba otro hito de la historia que se repetía 53 años después en lo que se denomina la peor catástrofe de Venecia desde 1966.
Y los cientos de mexicanos que hicieron el esfuerzo, y otros el sacrificio, nos enfrentábamos a la naturaleza, a la historia de una nación destrozada por el agua. La Toscana italiana está herida, una vez más, pero el turismo fue fiel para seguir sosteniendo al país con más templos católicos en el mundo pero que no ganan con sus misas, pues los fieles a ese culto no acuden a las homilías, ganan por exhibir las basílicas y catedrales que construyeron sus grandes escultores y arquitectos; ganan hasta con una Torre, la de Pisa, que no es más que un campanario mal hecho, que es un atractivo para millones de turistas que visitan la ciudad.