Por Susana Vega López
Muñecas con cabellos enmarañados, caritas sucias, cuencas oculares sin ojos, o tuertos, piernas y brazos destrozados, vestimenta desgarrada, sucia, rota, penden colgadas en alambres, en árboles, clavadas en paredes, troncos, sillas, tejados. Solo unas cuantas se ven bien, como Agustina que, sentada en una pequeña trajinera en la que se lee: Xochimilco, luce limpia, con un vestido hampón color rosa y los ojos fijos, mirando al frente, viendo pasar el tiempo en la Isla de las Muñecas donde lleva más de medio siglo.
Y es que, uno de los sitios turísticos de la Ciudad de México que llaman mucho la atención durante todo el año es la chinampa donde vivió Don Julián Santa Ana Barrera: la Isla de las Muñecas, en Xochimilco, lugar de chinampas, canales, trajines y trajineras donde se cuentan historias y leyendas en torno a este ya famoso lugar que alberga más de dos mil 500 muñecas (y contando) que han llegado de distinta forma.
LA HISTORIA
La historia continúa, dice Rogelio, sobrino-nieto de Don Julián, quien explica que cuando éste dejó el lugar (al morir) recolectó más de mil muñecas; después, Anastasio, su sobrino, quien lo estuvo ayudando en sus últimos años de vida (y quien falleció el 13 de febrero de este 2019), lo reemplazó y juntó alrededor de mil 500 muñecas más, “y ahora yo –me llamo Rogelio- sigo con esta labor y ya he juntado algunas”.
Julián nunca se casó “no tuvo esposa ni hijos. Pero tenía una muñeca que era su favorita, la más preciada: Agustina, la que está sentada en la trajinera”, señala Rogelio y explica que muchas muñecas fueron recogidas del basurero; otras fueron regaladas.
Se dice que Don Julián comenzó a “colgar” muñecas en sus sembradíos a manera de espantapájaros; Rogelio comenta que inició a poner muñecas en la isla porque una ocasión en que viajaban tres mujeres turistas, una se cayó y al tratar de nadar se enredó en el fango, murió ahogada “y apareció justo a la entrada de la chinampa de Julián. Al poco tiempo comenzó a ver sombras, por lo que puso veladoras, crucifijos y rosarios para ahuyentar el alma en pena. Como los espíritus rondaban la casa, decidió poner muñecas para entretenerlos”.
Don Julián se dedicaba al campo y a ordeñar sus vacas para vender leche, nata y queso que elaboraba. Con el paso del tiempo fue perdiendo sus fuerzas por lo que Anastasio, su sobrino, lo auxilió en las faenas. Don Julián murió a los 87 años de infarto al miocardio y Anastasio se quedó en la isla durante 17 años cuando lo sorprende la muerte a los 61 años de edad.
LA LEYENDA
La leyenda dice que Don Julián estaba casado y que tenía una hija, María, con quien jugaba todas las tardes-noches a las escondidas. Si bien no era rico, tenía lo suficiente para ser feliz. Al regresar de su trajín la hija lo recibía alegre y le decía “vamos a jugar, por lo que el señor Julián se ponía detrás de un árbol, se tapaba los ojos con una mano y contaba: uno, dos, tres… hasta el 20 y se ponía a buscar a María por toda la isla”, dice el contador de cuentos, vestido de charro negro, a bordo de la trajinera.
Cuenta que María, la hija, corría de un lado a otro y Julián le seguía el paso. Cuando empezaba a salir la luna, entrada la noche, comenzaba el habitual juego de las escondidas. Era su pasatiempo favorito, la felicidad en plenitud. Un día de tantos, al salir a vender su mercancía, Don Julián olvidó el queso y decidió regresar.
Al llegar a su hogar vio a alguien escabullirse por la ventana. Quedó sorprendido al ver a su mujer desnuda. Los vecinos dicen que ese día se escucharon gritos, discusiones, el ruido de platos rotos y después… nada… el silencio.
Don Julián tomó el queso y a su hija. Subió a la trajinera y se fue al centro de Xochimilco a vender. Cuando los vecinos le preguntaban por su esposa sólo les decía: ya se fue y no volverá. Pasó el tiempo y un día su hija le dijo que las sirenas la invitaban a jugar. Pensó que era otro juego más y le dio permiso. Una vez terminada su labor, Julián llamó a su hija sin resultado alguno. La buscó por todas partes y decidió salir a buscarla. Allí, en el canal, al lado de su trajín, estaba flotando el cuerpo de su hija que iba a cumplir siete años de edad.
La tragedia, la conmoción total, la tristeza y la amargura se apoderaron de él y se dedicó a tomar. En una de sus alucinaciones escuchó una risita infantil y preguntó: María, estás allí; eres tú, dónde estás” y se fue a buscarla infructuosamente, por lo que decidió llevarle una muñeca que se encontró en su trayecto. Ahí comenzó el relato que atrae a miles de turistas.
Algunos extranjeros han donado muñecas; otras personas se han robado algunas como recuerdo de su visita a esta pequeña isla a la que llegas en estas peculiares embarcaciones donde suben no más de 20 personas para evitar hundimientos. No importa si el recorrido es nocturno o de día. El impacto visual al bajar de la trajinera es el mismo.
Historia y leyenda de esta parte de Xochimilco han logrado cautivar a propios y extraños que llegan a este lugar, Patrimonio Mundial Cultural de la Humanidad, que forma parte de recorridos nocturnos que tienen gran demanda en época de muertos
Un grupo denominado Huellas Mexicanas organiza en esta temporada estas experiencias en la que participan los propios lugareños que reciben a los turistas ataviados con trajes de La Catrina, La Llorona, El Charro Negro, La Lagartija (señor vestido de negro con un bombín), que incluye una visita a los campos de amaranto, la interacción con familias productoras de este alimento que, además, te animan a elaborar tu propia calaverita de este cereal el cual, por cierto, ya es considerado por científicos como el alimento del futuro y que, incluso, el astronauta Neri Vela lo llevó al espacio por las propiedades alimenticias y lo fácil que es producirlo.
En Xochimilco siempre hay fiesta, algo qué celebrar, por quién alegrarse, o un hecho que conmemorar y un sitio que siempre llama la atención es, sin lugar a dudas, la isla de las muñecas.