Por Iván Ruiz Flores
Y la “A” del anarquismo otra vez ganó la vieja ciudad y les pintó un violín a las autoridades. Apareció en paredes de viejos edificios y en ondeantes banderines no obstante la amenaza presidencial de acusarlos con sus padres y abuelos para que les dieran una tunda. Fue el 51 aniversario del 2 de octubre.
Sí salieron, se embozaron y llevaron palos, cuasi kendos, macanas y tubos. Hubo cadeneros y quienes tras de mostrarle el trasero a los policías que sólo estaban de adorno, los agredieron (una mujer herida) igual que a comerciantes y a integrantes de medios de comunicación, al pasarse por el arco del triunfo a los efímeros “cordones de paz”, muchos de los cuales aventaron el arpa, mejor se retiraron las playeras que los identificaban y se fueron a sus casas.
Pero no sólo fueron los anarcos, sino estudiantes de diversas escuelas que rechazaron el llamado del gobierno capitalino a no cubrirse el rostro, así como grupos de choque relacionados con los “panchos villa”. El 2 de octubre, pues, no se olvida.
En su trayecto, entre disparos de cohetones, comercios cerrados a piedra y lodo, los embozados lanzaron globos llenos de pintura a los monumentos históricos, pintarrajearon las paredes, como en Avenida Juárez y Eje Central, donde vandalizaron a los camarógrafos de televisión. Además, pronunciaron consignas y fumaron mariguana. Fue un aniversario más del 2 de octubre.
Mientras tanto, en un principio, en algunos puntos había grupos de burócratas capitalinos integrando los fracasados “cordones de paz”. Parecían émulos de los “monos blancos”, aquellos activistas italianos que resultaron el castigo de los medios de comunicación durante el “zapatour”, la marcha de los zapatistas a la Ciudad de México para exigir al Congreso de la Unión el reconocimiento constitucional de los derechos indígenas establecidos en San Andrés Larráinzar.
Fue un auténtico “cinturón burócrata”, con tal de no aplicar la ley o por lo menos de no exhibir detenidos. ¿Y qué dijo el sindicato? Calladitos se ven ¿más bonitos?
Pero hay que consignar que sí hubo policías. No dieron una porque carecían de estrategia.
Hoy, no deja de llamar la atención que sean agentes del gobierno intercalados entre los empleados, los que se disfrazaron como aquellos ítalos, aunque a estas alturas del siglo XXI, les colocaron el cursi nombre de “cordones de paz”, para presuntamente evitar la violencia en las marchas.
“Me la vas a pagar muchacho (a) travieso”, fue la amenaza del Presidente. “Te voy a acusar con tu mamá y tu abuelita” ¡Ufff!
Hay una gran capacidad para sacarle al bulto, para no admitir que están equivocados en rechazar el uso legítimo de la fuerza para evitar destrozos y desmanes, por lo pronto en la ciudad de México.
A un año de la llegada del actual gobierno, con todo respeto para la señora Sheinbaum, pero la ciudad es una ruina, sobre todo las zonas por las que atraviesan las marchas, incluido el Zócalo.
Pero ahora ¿ya no? ¡Por favor!
Y volviendo a los “monos blancos”, en 2003 Luís Hernández Navarro publicó en La Jornada, una entrevista con Luca Casarini, vocero de los “Desobedientes Italianos”, quienes, por cierto, agredieron a los reporteros que pretendían acercarse a entrevistar al Sub zapatista y a sus principales líderes.
El 8 de marzo de 2001 ingresó a la ciudad de México, por Milpa Alta, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, en el llamado “zapatour” y junto con ellos arribaron los activistas italianos denominados “Monos Blancos”. Muchos siguieron regresando al país y otros tantos fueron deportados.
Hoy, nosotros tenemos nuestros “monos blancos” por obra y gracia de la señora Sheinbaum.
Las preguntas son:
¿Se vale arriesgar la integridad de empleados de la burocracia?
¿En realidad eran policías disfrazados de empleados?
De ser así, ¿por qué faltarle al respeto a la investidura policial?
¿Hay que salirse con la suya a cómo de lugar, aunque no se tenga la razón?
Y como siempre 2 de octubre no se olvida.