Por Jesús Michel Narváez
Se reconocen como “guerrilleros”. Comparan el movimiento estudiantil de 1968 con la abrogación de la reforma educativa de Enrique Peña Nieto. Se salen con la suya y quieren que en San Lázaro se inscriba, en letras de Oro el triunfo obtenido.
Presumen de haber “doblegado” al gobierno federal y que nuevamente son los adalides de la educación.
A ciencia cierta tengo mis dudas. Porque son los llamados “maistros” –con el debido respeto a quienes se dedican a la construcción- los que impiden que avance la educación. En las entidades en donde tienen el control de la educación: Oaxaca, en primerísimo lugar, Guerrero, Chiapas, Michoacán y una parte de la Ciudad de México, el nivel educativo es el de menor avance. Y no porque sean incapaces, sino porque son “guerrilleros” que están preparados para las marchas, la violencia, los paros. Poco les importa la educación de sus alumnos.
Ahora que ganaron, aunque digan que no, los de la CNTE mostraron el músculo. No para mejorar sino para amedrentar y cobrar facturas pendientes de pago desde el inicio de la campaña electoral por la Presidencia de la República.
Se les concede todo. Se les permite actuar al margen de la ley y no pasa nada. Se les entregan las plazas para que en automático las asignen a los normalistas que concluyan –si es que ello ocurre- sus estudios.
¿Cuánto le debía el Presidente y su movimiento de regeneración a los centistas?
Debe haber sido mucho. Sería la única explicación posible para justificar la cesión de la responsabilidad que constitucionalmente le corresponde al Estado: la educación en todas sus vertientes.
La cuarta trasformación que se pregona en la actualidad hace lo que en el pasado se hizo: ceder a los grupúsculos. ¿Dónde está el cambio?
Qué Diógenes me lo explique.
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