*Aquella Maquinaria que Estaba Finamente Aceitada
*Se Sostenía por Varios Grupos de la Burocracia
*Permitía Movilidad Social y Ascenso de Clases Medias
*Sabía Utilizar la Fuerza del Estado Para Acotar o Acallar
Por Ezequiel Gaytán
Durante muchos años el Partido Revolucionario Institucional fue denominado “El invencible” debido a muchos motivos. Algunos de ellos se refieren a que se trataba de una superposición de estructuras: la del Partido que operaba detectando demandas y necesidades sociales en todos los rincones del país y la del gobierno que se encargaba de atenderlas con cierta eficacia. Aún más, de siempre fue una organización que estaba al lado del gobierno en la prestación de los servicios públicos que la sociedad requería; el problema es que en ese proceso había una parte cínica de moches repartidos entre las partes. A eso le llamaban “salpicar para que todos ganen”. Que quede claro, no todo era corruptelas, pues no todos los servidores públicos eran o son deshonestos. Empero lo que sí cabe destacar es que se especulaba, como si fuera una afirmación categórica verdadera, que toda persona que trabajara para el gobierno era miembro del Partido o por lo menos leal a los principios del nacionalismo revolucionario.
Las elecciones eran vistas por los priistas como trámites a cumplir, pues quien era designado candidato a cualquier puesto de elección popular era el ganador del proceso electoral. Era claro que el “ungido” era una decisión del Presidente de la República, pero no eran decisiones unipersonales, lo hacía escuchando, con malicia y prudencia a fin de procurar el equilibrio de los tres sectores de ese Instituto Político, es decir, al obrero, al campesino y al popular. También atendía peticiones de los gobernadores, de los sectores patronales y de gremios, tales como los de los actores, deportistas, periodistas e intelectuales.
La idea era que todos tenían cabida y la crítica externa usualmente provenía de los partidos políticos de oposición y sobre todo de los intelectuales organizados en las instituciones públicas de educación superior. Lo cual le daba legitimidad.
Por supuesto que no era un monolito, pero todas las fisuras y conflictos internos tenían solución con otra frase cínica: “En política todo lo que se pueda pagar, sale barato”, que era la aplicación de la llamada triple C “cooptar, comprar o corromper”, de suerte que quien no era el elegido tenía otras puertas y ventanas de oportunidad dentro del aparato burocrático. Es decir, los perdedores de los procesos internos del PRI tenían la posibilidad de seguir dentro del presupuesto.
Por lo anterior era poco usual que el Revolucionario Institucional se dedicara a utilizar sus fuerzas de “mapaches” o tácticas del robo de urnas y compra de votos. Por supuesto que esa fue una práctica utilizada, pero no era lo usual. Sobre todo, porque las clases medias y altas recibían del gobierno los mínimos de bienestar que les proporcionaban confort a precios subsidiados, lo cual representaba un acuerdo tácito entre los asuntos del PRI-Gobierno, sobre todo, con los habitantes de las zonas urbanas.
Era invencible porque era una maquinaria finamente aceitada que se sostenía básicamente por tres motivos. El primero, porque existían grupos de la burocracia, en algunos casos, lambiscona y corrupta, en segundo porque permitía movilidad social y ascenso de las clases medias y en tercero debido a que sabía utilizar la fuerza del Estado a fin de acotar o acallar a quienes se extralimitaban con sus críticas.
Su debilitamiento empezó al no haber entendido que los jóvenes urbanos de las clases medias que tenían acceso a la educación superior ya no se conformaban con la cultura impuesta desde arriba, que eran una generación global que no aceptaban el proteccionismo paternalista de la cortina de nopal y que la justicia social demoraba sobre todo en el campo. De ahí que a finales de la década de los años sesenta el PRI empezó a ser cuestionado por los estudiantes de 1968 y 1971. Fue en 1977 cuando el Gobierno comprendió la necesidad de una Reforma Política y esa apertura, para bien de México, fue paradójicamente el inicio del fin de esa organización política monopólica.
El Revolucionario Institucional aprendió a convivir con partidos políticos de oposición e incluso reconoció sus derrotas electorales. Es más, tuvo la oportunidad de regresar al poder con Enrique Peña Nieto y volver a atender y satisfacer las demandas y necesidades sociales con su lema “Democracia y Justicia Social” y con su sentido revolucionario institucional, empero la nueva generación de priistas pensó que de lo que se trataba era de enriquecerse y que aquella vieja maquinaria del PRI-Gobierno sólo necesitaba aceitarse. No entendió su lema, su historia, a la sociedad mexicana y la visión de Estado que lo singularizaba. Hoy está en crisis no obstante los nuevos cuadros dirigentes y que aún gobierna en algunas entidades del país. Tal vez algo que le hace falta es reconceptualizar lo qué es hoy ser un revolucionario institucional.