Le Faltó un Poco de Lusito Rey

La Tiendita de los Horrores

Por Emilio Hill

En la década de los sesenta, en medio de los cambios sociales y políticos que se perfilaban, la sociedad del espectáculo empezó a tomar forma. La rebeldía que en un principio representaron personajes públicos del entretenimiento fueron absorbidos por lo más conservador del sistema.

Elvis Presley, por ejemplo, después de mover la pelvis y asustar a lo más rancio del sistema por tocar ritmos clásicos de la música negra en Estados Unidos, acabó en pose muy modoso y viril en imágenes tomadas cuando fue al servicio militar.

Incluso se pueden citar extremos como el de Bob Dylan, quien de plano en medio de lo más álgido de las protestas por los derechos civiles renunció a poner como platillo principal la canción de protesta.

En esa década, los sesenta, se creó un ente social, que tocaba diversos aspectos de la vida pública, lo cual incluye la política, los derechos civiles y el entretenimiento: la juventud. Entendida como factor de voz, voto y sobre todo de protesta. Pero –aunque suene un poco ha lugar común- con los años, el sistema, sobre todo económico, absorbió a este sector. El entrenamiento lo conservó.

Ya no eran pues, los crooner como Sinatra, Crosby o Dean Martin los que en elegantes trajes seducían a las ahora bisabuelitas; Personajes como el ya mencionado Presley, Jerry Lee Lewis o los Beatles –con todo y que también en el fondo cambiaron el cabello largo por trajes bien cortados- quienes saciaban el apetito de la juventud, recién reconocida como ente social y ávido de diversión.

El fenómeno se extendió por todo el mundo. Y estaba ligado a la vida política social. La fusión entre convulsos cambios y entrenamiento era visible. En España por ejemplo, se dio luego de la muerte de Francisco Franco el 20 de noviembre de 1975, la llamada movida madrileña o el destape español.

Si el movimiento punk en Inglaterra era un ejemplo de la contracultura, entre otras cosas como protesta y consecuencia de las políticas económicas, en España la muerte del dictador dio voz pública a personajes como Alaska y Dinarama, Radio Futura, Nacha Pop, en la música, Almodóvar y Fernando Trueba en el cine. Por mencionar solo dos aspectos.

Pero Parchis chis chis, aguardaba para preservar el gusto de lo más conservador en cuanto a entrenamiento se refiere. Era 1979.

Así, mientras un fuerte movimiento musical, en el que se tocaban temas sexuales de manera libre, si lo comparamos con los años del franquismo, la música infantil, con trazos de un pop elemental, daba un rasguño a los aires de libertad.

Mientras, Alaska lanzaba gorgoritos hombrunos muy en el tono de una Tom Boy estilizada, al decir con sorna y desparpajo  “a quién le importa lo que yo haga…”,  frase ícono de la comunidad LGBT; Yolanda Ventura, la ficha amarilla, del ya mencionado grupo Parchís  cantaba junto a sus compinches una  cancón ícono de la comunidad gay: “In the nav” de Village People, pero para un público infantil y pre adolescente. La respuesta pues del conservadurismo dentro del entrenamiento a la movida española.

Parchís. El documental (Daniel Arasanz, 2019) desnuda una época más por lo que evita, que por lo que dice. El filme, en el que se toman testimonios, agridulces, pero nunca lacrimógenos, sobre la explotación infantil del mundo del espectáculo, los tejes y manejes de la industria del entrenamiento y por ahí, una ligera añoranza, que funciona a veces como amarga ironía, al ver a los miembros originales de ese grupo, con algunas canitas, ciertas arruguitas, para citar el final de Los Cachorros, de Mario Vargas llosa.

A lo largo de 106 minutos, vemos un honesto, aunque cómplice, medido testimonio ante la cámara de Constantino Fernández (Tino), Yolanda Ventura, Gemma Pratt, David Muñoz, Óscar Ferrer, quienes nunca se desbordan en declaraciones estridentes. El tema es la añoranza y un éxito prematuro además de las consecuencias de esto.

En realidad, el filme peca de sobrio. Uno de los protagonistas resulta la cámara y el material de archivo que nos deja ver como en una entrevista David Muñoz, le dice a una reportera como miembro del grupo y cuando no tenía más de diez años, que el éxito se debe a la repetición de las canciones en la radio y la televisión, ante una sorna discreta de su compañero Tino.

La llamada payola (el pago que se da a una estación de radio para que se repita en la programación una canción) las transas entre los socios del grupo, una amenaza de asesinato, que es quizá lo más fuerte que se relata y por cierto el testimonio de Jorge Berlanga, quien los hizo famosos en México es parte de lo que se puede ver en el filme, sin que los temas, tengan la intención de causar escándalo. La añoranza con el morbo que esto implica, es el tema principal.

La viciada industria musical mexicana de aquellos años, tan viciada y mediocre que cerraba puertas a todo lo que no cupiera en el gusto musical de Raúl Velasco y Luis de Llano Macedo que deformaban audiencias y educaban a lo que llamaban la gran familia mexicana se puede ver con cierta verosimilitud.

El filme, reafirma la leyenda de cualquier ídolo infantil, alegría, morbo, éxito y desgracia. En eso, las coloridas fichas no nos decepcionan, pero tampoco revela algo que no se pudiera suponer.

Después de todo, cualquier ídolo infantil que se respete, debe tener a su Luisito Rey.

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