A los Policías Federales no los Defiende ni su Jefe; Alfonso Durazo, en silencio

De Fondo

Por Jesús Michel Narváez

Formal y oficialmente el jefe de la Policía Federal, hasta en tanto no desaparezca, es el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana.

El silencio que ha guardado después de que un funcionario menor se refiriera a los elementos que fueron apostados en la Frontera Sur llamándolos “fifís”, deja en entredicho el compromiso que debe existir entre el jefe y los subordinados.

El mando superior siempre debe tener en cuenta que quienes obedecen sus órdenes no son parte de otros equipos sino del propio. Saber mandar y entender que los de “abajo” no son ni pueden ser obsecuentes,  muy obedientes o sumisos con respecto a otra persona o a una norma es fundamental. En este caso, con el Secretario y la estricta ley.

Alfonso Durazo debió salir al paso y defender a su tropa. Imponer su jerarquía como Jefe y no dejar que un funcionario menor, por importante que sea su gestión, pase por encima de él.

Se entiende que la estructura del actual gobierno no obedece a los lineamientos establecidos en la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal y que los memorándums presidenciales están por encima de los decretos, las normas y las leyes. Pero ese papel solamente lo puede asumir el Presidente de la República no sus colaboradores.

Y si bien hay funcionarios menores de rango y responsabilidad que cuentan con el total “apoyo presidencial” eso no les da derecho a actuar por encima de los titulares del Gabinete legal.

El inciso II del artículo 89 que expone las facultades presidenciales, dice a la letra: Nombrar y remover libremente a los Secretarios de Estado, remover a los embajadores, cónsules generales y empleados superiores de Hacienda, y nombrar y remover libremente a los demás empleados de la Unión, cuyo nombramiento o remoción no esté determinado de otro modo en la Constitución o en las leyes…

A cada secretario se le concede tener opinión en los colaboradores que lo acompañarán y salvo el veto presidencial por regla general son aceptadas sus propuestas.

De ahí surgen los subsecretarios, los directores generales, los comisionados federales etcétera.

¿Por qué Durazo permitió y avaló con su silencio el desprecio con que fueron tratados los policías federales?

Supuestamente los miembros de esa corporación tendrían los mismos servicios que las fuerzas castrenses. Sin embargo, éstas, soldados, marinos y pilotos, no duermen en el lodo, no comen desperdicios, no se tapan con mantas malolientes.

Para nadie queda claro el desprecio por los policías federales. Han sido, por lo menos en su nueva etapa, quienes han cargado junto con el Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea, la pesada losa que significa combatir a los criminales y narcotraficantes.

No se merecen se maltratados y menos denigrados por un funcionario menor y el silencio de su Jefe no abona a la lealtad ni a la entrega total en el sacrificio de hasta sus vidas.

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