*Agendas de Presidentes de EU: Razones y Motores
*Muchos Mandatarios Mexicanos han Sido Presionados
*Estrategias Similares a las que hoy Aplica Trump
*Las Amenazas de hoy, no nos Resultan Desconocidas
Por Silvestre Villegas Revueltas
Hace poco más de una semana, en una entrevista que otorgué a un canal de televisión, señalaba que, de siglos atrás, los presidentes mexicanos y sus equipos de gobierno habían tenido que negociar con las exigencias de los Estados Unidos y más particularmente con las agendas internacionales de los presidentes estadounidenses que siempre han tenido razones y motores en la política interna de su país, la cual conlleva la centralidad que significan los procesos electorales al interior de la Unión. Aunado a lo anterior, los funcionarios mexicanos tuvieron que lidiar con los prejuicios o por el contrario con las visiones comprensivas de los ministros plenipotenciarios luego embajadores del gobierno de Washington ante México. Momentos particularmente comprometedores fueron los episodios de la expulsión de Joel R. Poinsett en tiempos del presidente Guadalupe Victoria al iniciar nuestra vida independiente como república; veinte años después (1848) Nicolas Tristt formuló e impuso el Tratado de Guadalupe Hidalgo por el cual México perdió más la mitad de su territorio. ¡¡Qué más evidencia de la conflictividad!!
Y entre 1851 y 1860 los diversos plenipotenciarios americanos presionaron a los gobiernos de Herrera, Arista, Santa Anna (venta de La Mesilla), Zuloaga, Miramón y Benito Juárez para que, en su respectivo caso y tiempo, México aceptara venderles a los Estados Unidos la totalidad de la Baja California, las secciones más norteñas de los estados de Sonora, Chihuahua y Coahuila. En medio de una guerra civil, en medio de una bancarrota económica, en medio de los intereses de las potencias europeas del momento, el ministro del Exterior Melchor Ocampo resistió los afanes arriba mencionados, pero tuvo que doblegarse ante lo que constituye los términos más peliagudos del Tratado Mc. Lane-Ocampo (pasos francos de interés comercial/militar estadounidense en el Istmo de Tehuantepec, otra vía entre Coahuila-Sinaloa, y otro camino libre entre Arizona-Sonora con salida al Mar de Cortés). El tratado fue rechazado por el Senado estadounidense, pero le sirvió al gobierno liberal mexicano para apuntalar su reconocimiento internacional y fue definitorio en el campo naval porque los estadounidenses apresaron aquellos buques cubanos comprados por Miramón. Pasaron los años, los republicanos derrotaron al Imperio de Maximiliano, la inestabilidad política prosiguió durante el tiempo de la República Restaurada y cuando Porfirio Díaz gobernaba en lo que sería su primera administración (1877-1880), la frontera entre los dos países se convirtió en una zona geográfica muy violenta debido al robo de ganado en ambos lados fronterizos, debido a las incursiones de indios “bárbaros” que lo mismo asolaban Tucson que la ciudad de Durango, debido a las persecuciones que contra opositores ejercían políticos/caciques mexicanos produciendo exilios forzosos, debido a que del lado estadounidense, al final de la era de la Reconstrucción y comienzo del Progresivismo, el juego político demócratas/republicanos se materializó en una cultura cotidiana de segregación racial que afectó a los estadounidense de origen mexicano. Todo en su conjunto produjo que el gobierno americano culpara al de México de lo que sucedía en la frontera; en Washington se formularon demandas y se subrayó que, si no eran atendidas y resueltas, una nueva invasión a la república era cosa dada. Díaz se puso las pilas: fusiló a bandidos, envió soldados a combatir indios, atrajo a la Ciudad de México a líderes locales como Juan Nepomuceno Cortina, reforzó la presencia diplomática mexicana en la ciudad de Washington, se firmaron los proyectos para unir por ferrocarril ambos países y comenzó a pagar con puntualidad británica la deuda que por daños y perjuicios el país tenía con particulares estadounidenses. Temas no muy parecidos, pero estrategia americana muy similar a la actual implementada por el gobierno de Donald Trump. A cambio, Porfirio Díaz fue reconocido (1879) como el gobierno “de facto” de México -de ahí la postura decimonónica, carrancista y postrevolucionaria- en contra de la política de reconocimiento de gobiernos débiles por parte de las potencias existentes en un momento dado.
Llegó el tiempo de la Revolución Mexicana y los injerencistas episodios de la conjura (EU-huertismo) que terminó con el asesinato de Francisco Madero, en medio de la guerra civil se sucedieron las invasiones a Tampico y Veracruz amén de las intervenciones en Sonora y Chihuahua; después del asesinato de Carranza, el gobierno de Álvaro Obregón tuvo que negociar para, de nuevo, ser reconocido por las autoridades en Washington como el gobierno “de facto” de la república (1923). A cambio, México dejó sin efecto retroactivo los preceptos de la Constitución de 1917 respecto a la propiedad: ello beneficiaría a las compañías mineras, a las compañías petroleras y a los dueños de grandes extensiones agrícolas. Algunos han sostenido que hubo cláusulas confidenciales, concernientes a que México jamás consentiría que una tercera potencia construyera una vía interoceánica en Tehuantepec; por ello y desde el porfiriato, el tren Salina Cruz-Coatzacoalcos construido por el inglés Weetman Pearson molestó en demasía a los estadounidenses. Al final de cuentas fue adquirido por el gobierno mexicano y de aquellos años a la actualidad el ferrocarril ha quedado en el atraso tecnológico, ambos puertos son subdesarrollados, no existe una supercarretera, no se ha licitado la obra a constructores chinos; en síntesis, la vía interoceánica mexicana desde el tiempo del primer Santa Anna hasta López Obrador constituye una derrota histórica y una asignatura pendiente. Para terminar, a lo largo de las décadas del siglo XX y lo que llevamos del nuevo milenio, todos los gobiernos mexicanos se han visto sometidos a las presiones de los Estados Unidos; han existido momentos de cooperación como en los años de la Segunda Guerra Mundial pero también otros de pleno enfrentamiento como los sucedidos durante los años de 1970 y 1980. Es una leyenda urbana que con los demócratas a los mexicanos nos va mejor. No siempre sucede, el presidente Clinton le prestó a México lo que había negado a la extinta URSS, pero Obama deportó más compatriotas que ninguna otra administración. La era Trump se está materializando. No se nos debe olvidar que el gobierno mexicano de Peña/Videgaray fue, en una táctica equivocada, responsable de que Donald adquiriera una estatura y ganara la presidencia. Los compromisos de la última negociación mexicano-americana recuerdan viejos temas: frontera, violencia, migración, comercio/aranceles, tintes militares. En suma, amenazas que no deben tomarse a la ligera pero que no nos resultan desconocidas.