Por Jesús Michel Narváez
Borrar los hechos ocultar el pasado. Desaparecer todo vestigio. Esas parecen ser las prioridades del Presidente López Obrador con respecto a sus tres antecesores.
Comenzó cancelando el Nuevo Aeropuerto Internacional de México y poniendo en vebta el avión presidencial, continuó con los seguros de gastos mayores y la reducción salarial de la dorada burocracia; siguió con la mal llamada reforma educativa, se enfocó contra los organismos promotores del turismo y culminó, por lo menos hasta ayer, desapareciendo las Zonas Económicas Especiales. ¿Qué sigue?
Hace 20 años, Ernesto Zedillo Ponce de León borró de los libros de texto gratuito a los Niños Héroes. Hubo protestas y en la siguiente edición fueron reincorporados. Son parte de la historia nacional.
En los tiempos modernos, no se busca destruir la historia sino las acciones de aquellos que precedieron a López Obrador en la responsabilidad de gobernar. Le irrita que alguien haya logrado cambios. Para el actual ocupante de Palacio Nacional las llamadas reformas estructurales fueron impuestas desde el extranjero. No precisa. No aporta. Habla.
Ha dicho que por el bien de México primero los pobres. Pero a los marginados los mantiene en su viejo estatus y los abandona a la suerte que corran el mal llamado Tren Maya y el aeródromo de Santa Lucía. Coloca todos los huevos de la gallina en una sola canasta.
Supone que el ferrocarril sacará de la pobreza a miles de chiapanecos, campechanos, tabasqueños, quintanarroenses y yucatecos. De pasada arroja al sumidero las esperanzas de michoacanos, guerrerenses, tabasqueños, hidalguenses que tenían la oportunidad de mejorar sus condiciones de vida con las Zonas Económicas Especiales.
¿Por qué lo hace?
No hay una explicación lógica para arrojar al drenaje profundo miles de millones de pesos y si existe nadie la conoce. Todo indica que nos está preparando para la pobreza franciscana.
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